El hombre llega de Suiza y encuentra una rebelión en la granja. Allá todo es fácil, sencillo. Los profesionales le ponen por delante unos papeles y los firma. Una cenita con Joshep, un cheque de viáticos, vueltitos que siempre suman, algún que otro regalo. Lo de siempre. Una beca para toda la vida. Aquí se encuentra con que a uno del Tribunal de Disciplina le dio un ataque de dignidad y llamó a La Nación para anunciar que con Gimnasia habrá quita de puntos. “Salvo que haya presión de arriba”, aclara (y el honor se le escapa por el tubo). Pero hay cosas peores aún...Boca le pide esos puntos. Encontró un artículo, parece. Los otros dirigentes lo llaman con un grito. “¿No habíamos quedado en que eso se terminaba?” Muñoz que le dice: “A mí lo que quieras, me río de esas pavadas. Pero con los puntos no jodamos”.
El Comité espera el fallo del tribunal, que espera las instrucciones de los dirigentes del Comité. Y todos aguardan lo que el presidente diga. Parece El Barbero de Sevilla. Julio de acá, Julio de allá, Figaro cui, Figaro lá, Figaro, Figaro... uno a la volta, per caritá. ¡De a uno, che, que así no se puede! Como un marinero al que el mar limpia de las miserias de la tierra, cada anclaje en Buenos Aires sabe a una ilusión que se termina con la prontitud de los atardeceres. Viene a beber un poco de gloria y de inmediato extraña ese océano que, para él, es Suiza, el secreto mejor guardado del mundo.
Ahora, los integrantes del tribunal le acercan otra solución: le dicen que no quitan puntos, pero que le dan el partido perdido a Gimnasia. “Ah, sí, y se lo regalás a Boca, que va perdiendo”. Que no, que el partido sigue, le dicen. “¿Y qué clase de partido es ése jugado por un cuadro que ya perdió? ¿Qué están tomando ustedes?”. Pero, Julio, ¿no puede usted decirle a la gente que todo se termina con un tirón de orejas a Muñoz? “Sí, puedo, quedate tranquilo.Vos no pensés y hacé lo tuyo.” Sonríe amargamente. Se ve a sí mismo, por un instante, diciéndole a Aguilar y a Comparada que le darán los puntos a Boca. Se queda con la mirada perdida hasta que hace foco nuevamente con una pregunta. ¿Quién del tribunal llamó a La Nación? El Tibunal. Hay gente importante allí. El Dr. Ballesteros, por mencionar a uno. Es el mismo juez de la Nación que acaba de procesar a De la Rúa y a Cavallo por el megacanje. ¿Qué hace semejante hombre discutiendo por los tres puntos de Gimnasia, al mismo tiempo que procesa a un ex presidente?
Extraordinaria seducción la del fútbol, que atrae a un gran jurista para integrar un órgano dispuesto a hacer justicia, “si no hay presión de arriba...” El garganta profunda que llamó a la redacción dijo que menos Larrosa, que representa a Gimnasia, todos tenían el voto a favor de la quita de puntos. Que no estaban de acuerdo solamente en determinar si eran tres o nueve. “Esperá a que yo vuelva”, le dijo el presidente al atribulado Muñoz. “Vos, fumá”, y colgó. Era la medianoche en Suiza. Pensó, con razón, que no hay derecho. Uno no se puede tomar un descanso. Faltás diez días y te arman un desastre. No sabía por entonces que Boca se presentaría con un artículo del reglamento según el cual, gana el partido. Y que ministros y periodistas pedirían la pérdida de puntos como castigo a la violencia. La Justicia viene de rastrón. El tribunal, como un arquero, estira los brazos para atraparla, justo cuando un pie se anticipa y los deja pagando. Sólo pudo patearla para adelante. En su túnica romana, Julius Augustus proclama cuál es el único derecho posible. En realidad, cree que se cubre con esa tela. Hasta que el tribunal, los clubes, los periodistas, se animen a decirle la verdad y pueda, por fin, vivir el exilio dorado que lo aguarda en Suiza.