Ganó el significante cambio y los principales articuladores del mensaje: Mauricio Macri y los suyos, el radicalismo de Ernesto Sanz y Gerardo Morales, Elisa Carrió, Patricia Bullrich y muchos más. Cuál vaya a ser el sentido de este cambio, advendrá con la historia, en un tiempo que ya comenzó. Pero nos cabe pretender anticiparlo en estas breves consideraciones.
En primer lugar, el ballottage permitió tener más clara la polarización, sin gran distancia en la diferenciación cuantitativa del resultado de dos grandes orientaciones populares que se expresaron en el voto.
Pero seguramente la mayoría de los votantes de ambos candidatos quieren lo mismo: que su patria les dé la posibilidad de realizar satisfactoriamente su proyecto de vida. Que puedan quererlo –y lograrlo- no sólo para sí mismos sino para sus prójimos, aun para aquellos que, en cuanto al voto, hayan quedado en la vereda de enfrente.
El primer gran desafío de la sociedad argentina y de la dirigencia en su conjunto, es marchar en ese rumbo, contra la tendencia patológica a la repetición de nuestros fracasos.
Por ello, en segundo lugar, lo que debemos intentar es atesorar los logros de nuestra democracia y hacer todo lo posible para que nos vaya bien como nación. En particular, es fundamental que el peronismo derrotado a nivel nacional, y en varios distritos del país, sepa integrarse al nuevo proceso que se inicia, desde el lugar de oposición que el pueblo le ha conferido, con el sentido constructivo que no ha sabido tener en otros tiempos. Desde la perspectiva de esta exigencia, es destacable el mensaje de Daniel Scioli al reconocer anoche la derrota. Ojalá sea seguido en el espíritu de sus palabras.
Claro que la Alianza Cambiemos deberá deslizarse con responsabilidad dentro de la piel de un nuevo oficialismo, completando en paralelo, el proceso de construcción de una identidad política que responda orgánicamente a una sustancia, no a una mera coyuntura histórica. Lo que tal vez esté cambiando positivamente, es la configuración de nuestro sistema político, que sufriera una crisis terminal en el comienzo del siglo.
En tercer lugar, otra cosa debemos cambiar para no repetir: aprender a formular los problemas de la vida pública y colectiva como problemas nacionales y de la comunidad, antes que los de una facción o incluso del individuo.
Ese debiera ser el designio de los nuevos tiempos políticos entre nosotros, como también valorar, como un logro colectivo, lo alcanzado en estos años, al punto que muchas de las transformaciones fueron asumidas como intocables por ambos candidatos.
Las palabras de Gabriela Michetti, comprometiéndose a construir sobre lo ya construido, y dirigiendo su mensaje especialmente a aquellos argentinos postergados que no votaron por el cambio porque le temían, y las de Mauricio Macri en la misma dirección, en nombre de un cambio de época abierto al futuro, resultan promisorias.
Pero las fuerzas de la repetición en la Argentina no vienen de afuera sino de nosotros mismos. Será un cambio de época, esto es, una hendidura en el tiempo, si logra movilizar las energías creativas de la sociedad siempre a favor de la justicia, de la reparación de lo que se rompe, del amparo
de lo frágil, en fin, de la redención de cada uno a través de la de todos.
Desde ya, no le pediremos tanto a un gobierno, sino tan sólo que sea capaz de facilitar ese compromiso nuestro con lo que vendrá, para que no nos repitamos en el fracaso. La democracia argentina ya no está en la vacilante transición de los ochenta, pero siempre es y será una transición hacia la libertad en comunidad.
Confiemos en que ese sea el cambio hacia el que vamos, juntos, ganadores y perdedores de las elecciones, reencontrándonos de nuevo, aún en las diferencias.
*Ex senador, filósofo.