El mundo es complicado. Es complicado e incómodo porque a una le da por explicar, organizar, aclarar, y de repente se da cuenta de eso, y de que todo esfuerzo termina en casi nada. Es fácil explicar y organizar el limitado mundo doméstico, pero puertas afuera, sonamos. El mundo es ancho, ajeno y complicado y la teoría cierra con moño pero de mucho no sirve. Por ejemplo, me encantan las monarquías, que son sistemas que ya se van quedando en la nada a menos que se trate de una reina elegante, discreta y argentina. Un señor que está allá arriba y dispone a su gusto y placer. Qué bien. Claro que hay algunos que están de adorno nomás y el Parlamento decide. Y bueno, nada es perfecto en este mundo. Perfectos son los cuentos de hadas en los que hay una reina más mala que una araña que levanta el dedo y decide la suerte y la desgracia de todos los que la rodean sin que le importe un pepino eso que se llama los súbditos. Así da gusto, vea. Una sabe de qué va la historia y qué es lo que se puede y se debe esperar: la contrafigura, que también está perfectamente caracterizada en los cuentos de hadas, la heroína que va a salvar a todos y todas y reinará la felicidad para siempre… Para siempre hasta que la nueva que era buena y dulce se convierta en reina absoluta. ¿Es que no tenemos salvación? Revisemos los cuentos de hadas, que en alguna parte debe estar el secreto de la felicidad. A menos que el secreto sea ese: la esperanza.
A veces, solamente a veces, nostalgias que una siente del lápiz Faber y del cuaderno Gloria. Eran objetos blandos, amables, que podían convertirse en cómplices, y que en esos casos una ocultaba con mucho cuidado debajo de la ropa fuera de estación en ese cajón que no se abriría hasta el invierno siguiente. Nostalgia también de otros utensilios que una no había usado nunca pero que estaban destinados a eso: al estudio, al recuerdo; me refiero a la memoria, y a apuntes que eran algo que con un poco de trabajo, y esta vez me refiero a la elaboración de lo que ya había bajo los dedos, podría convertirse en cualquier cosa, en cualquier tema y hasta en cualquier secreto. El más preciado, el diario íntimo. ¿Es que acaso se puede escribir el diario íntimo apretando las teclas de la computadora? La computadora es la gran aliada. A veces se retoba, es cierto, pero ha venido a cambiar el mundo de la gente que maneja los dedos alrededor de la birome, el lápiz, la pluma de ganso, la tiza, el marcador y supongo que también el pincel. Me gustaría saber qué sentían aquellos barbados caballeros, aquellas encorsetadas damas, cada vez que de la punta del estilete iba surgiendo palabra por palabra, gota de tinta por gota de tinta, lo que sentían, lo que sabían, lo que deseaban. Sí, hay textos que nos lo dicen. Pero ¿dicen toda la verdad? Quiero creer que no. Algo de misterio tiene que quedar, un residuo oscuro y tembloroso, que nos anima y nos conmina a seguir.