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De la plutocracia

El Papa Negro acaba de anunciar medidas sin precedentes desde la crisis financiera de 1929. Se otorgarán, ha dicho, “competencias adicionales a la Reserva Federal de los Estados Unidos para la supervisión del sistema financiero”.

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El Papa Negro acaba de anunciar medidas sin precedentes desde la crisis financiera de 1929. Se otorgarán, ha dicho, “competencias adicionales a la Reserva Federal de los Estados Unidos para la supervisión del sistema financiero”.

El anuncio ha despertado algunos resquemores, naturalmente, porque la Reserva Federal es ese mismo organismo privado, prácticamente omnipotente (encargado de emitir el dinero que el gobierno de los Estados Unidos le pide en préstamo y le devuelve con intereses) que no pudo evitar la “crisis” del sistema hipotecario de finales del año pasado (nunca fue tal, pero así insiste en calificarla la prensa irresponsable).

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Es el mismo organismo, también, que agudizó la crisis del ’30 con su política de reducción de la emisión monetaria.

Y es el mismo organismo cuyas atribuciones pretendió cercenar el presidente John F. Kennedy el 4 de junio de 1963 mediante el Decreto 11110, que autorizaba al Tesoro de los Estados Unidos (una institución pública) a emitir dinero (emisión que no devengaba intereses).

Los sectores de izquierda de la opinión pública norteamericana, a quienes no se les escapa un solo pormenor conspirativo, pondrán el grito en el cielo, una vez más, enarbolando el carácter anticonstitucional y antipatriótico de la Reserva Federal, creada entre gallos y medianoche el 23 de diciembre de 1913.

Yo no sé nada de estas cosas, pero la noticia me llegó mientras releía a Pound, y sentí que su cadáver se estaría revolviendo en la tumba: “Y si el dinero fuese alquilado/ ¿quién debería pagar ese alquiler?/ ¿Un hombre que tuviera con qué cuando venciera/ o un tipo que no pudiera hacerlo?” (canto XLVIII); “Con la usura nadie tiene buena casa/ hecha de piedra, ningún paraíso en la pared de su iglesia/ Con la usura el picapedrero es separado de su piedra/ y el tejedor es apartado de su tela por la usura/ La lana no llega al mercado/ el campesino no come de su propio grano/ la aguja de la chica se oxida en su mano/ Los telares son silenciados uno tras otro (...)/ La usura mata al niño en el vientre/ e interrumpe el cortejo del joven/ La usura envejece a la juventud” (canto LI).