La Argentina atraviesa un momento crucial. Cruje, se acomoda, vuelve a crujir. Después de una docena de años donde la política pretendió –y muchas veces lo logró– subordinar a la economía, ahora la inevitable fuerza del péndulo hace sentir los truenos que indican el pase de la era de “la razón del mito” (la política) a la de “el mito de la razón” (la economía).
Y no es casual que sea el Papa –el mayor exponente mundial de la metafísica y lo mitológico– quien envíe señales de preocupación por las consecuencias que podrían tener los excesos de la técnica eficientista, porque la tradición de la Iglesia siempre desconfió de la inmanencia desalmada del cientificismo.
En las lenguas indoeuropeas, el conflicto entre libertad e igualdad está zanjado porque las palabras libertad y amigo tienen la misma raíz. Sólo se puede ser libre entre iguales. Ser libre es estar entre amigos, realizarse mutuamente. Libertad es una palabra relacional. Para el Papa, la libertad del mercado es un oxímoron porque al no haber iguales, no hay libertad. El capital sí es libre.
La Argentina actual transita un interregno: lo que está por nacer (los beneficios de un orden nuevo) aún no nació, y lo que está por morir (los costos de abandonar el orden viejo) aún no murió. Tironeados por la esquizofrenia, vemos aumentar la Bolsa anticipando la alegría de los mercados por lo que será un acuerdo con los holdouts mientras sigue bajando el riesgo país de Argentina; pero, simultáneamente, el peso no deja de devaluarse frente al dólar, se pronostica un índice de inflación para marzo nuevamente alto y las paritarias con los maestros en la franja del 35 al 40 por ciento hacen presumir que el objetivo del Gobierno de una inflación y paritarias entre 20 y 25 por ciento fue abandonado.
Las señales económicas de corto plazo son decepcionantes: hay caídas de producción y consumo en la mayoría de las actividades. Pero las de mediano plazo son entusiasmadoras: boom inversor y regreso del crecimiento del sector privado como motor de la economía.
Si fuera una foto, el hoy sería una oscura tormenta sólo iluminada por la luz de los relámpagos, y el mañana, un cielo azul con sol radiante, la clásica referencia bíblica del desierto a atravesar para llegar al paraíso, o en lenguaje de los 90: “Estamos mal pero vamos bien”. Y como la condición humana no puede existir sin esperanza, el gobierno del PRO viene usufructuando ser el significante de lo nuevo.
Macri, con las fotos siempre sonrientes de Presidencia de la Nación y la frescura de su mujer en jeans, representa, como bien lo produce Duran Barba, la personificación del tránsito del poder disciplinario del soberano que actuaba a través de la prohibición, al de la seducción permisiva y amable acorde a la era de la política digital del “me gusta”.
Bien atrás debe haber quedado lo que Naomi Klein denunciaba en su libro La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, que colocaba como ejemplo al economista Milton Friedman (para ella “el Dr. Shock”), Premio Nobel en 1976 e inspirador de la escuela neoliberal de Chicago (los Chicago Boys), de enorme influencia en la transformación de Chile en los años 80. “Para Milton Friedman, el estado social de shock tras una catástrofe es la oportunidad, incluso el instante supremo, para una nueva impregnación neoliberal de la sociedad. El régimen neoliberal opera con el shock. El shock desimpregna y vacía el alma. Desarma la sociedad hasta el punto de que se somete voluntariamente a una reprogramación radical mientras los hombres están aún paralizados y traumatizados por la catástrofe” (Byung-Chul Han en Psicopolítica). Y en palabras de la propia Naomi Klein: “Friedman creía que cuando una economía estaba muy distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shocks: sólo una medicina amarga podía borrar todas estas distorsiones”.
Pero los argentinos ya estamos vacunados frente a los shocks y somos bastante inmunes a esas terapias. Por eso Macri precisa apelar a otras técnicas de convencimiento, y en lugar de decir que en el Estado hay más empleados públicos de los que el tamaño de la economía argentina permite pagar, siendo uno de los síntomas del déficit de las cuentas públicas y causa de la inflación que también padecen los propios beneficiados, apela a la categoría de ñoquis o de militantes de La Cámpora para justificar los despidos. No bien asumió Prat-Gay, llamó “grasa” a ese exceso de gordura del Estado, una metáfora que rápidamente fue abolida en la neolengua del PRO, aunque entre grasa y ñoquis parece haber una recurrencia culinaria.
Macri es hijo de otra generación de la ortodoxia económica, la de la Big Data de internet, los celulares y las redes sociales. La desideologización va de la mano con la Big Data: cuando hay suficientes datos, la teoría sobra. El dataísmo es otra forma de ideología. Es como una segunda era de la Ilustración. La primera fue en el siglo XVIII con la aparición de la estadística, que permitió a los intelectuales de su tiempo aspirar a que el conocimiento se liberara de contenidos mitológicos.
La eficiencia a la que aspira el PRO se mide en datos. Los datos pueden llenar el vacío de sentido. Duran Barba se la pasa haciendo encuestas transformando el humor de la sociedad también en datos, y con las redes sociales y la Big Data hasta puede aspirar a construir un psicograma social y, con él, una psicopolítica.
Para los críticos de la psicopolítica, la Big Data es ciega al futuro, sólo mide el presente ya transformado en pasado, siendo los grandes impulsos del humor social como la espuma en una corriente de agua.
Nietzsche ya lo anticipó en la primera Ilustración. “¿Cómo se entiende eso de que la estadística demuestra la existencia de leyes históricas? Para Nietzsche las estadísticas no miden “a los grandes hombres actuando en el escenario de la historia, sino sólo a los que son comparsa”. No miden, por ejemplo, al Papa.