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De la revista al libro

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Las revistas semanales convocan, por lo general, lecturas más coyunturales, más de eventualidad y contingencia (y los diarios, ni que hablar). Toleran, por eso, más y mejor el sobrevuelo y el olvido, al lector salteado que procuró neutralizar Macedonio, la distracción del lector que preocupaba a Gombrowicz. Y si bien los libros, de por sí, no garantizan nada, porque muchos se subordinan a la mera actualidad de los intereses del momento y admiten resignadamente un destino de transitoriedad, no deja de ser cierto que ese formato, predispuesto a persistir, proclive a ser conservado, ambiciona la perduración y mayor concentración de lectura. Quienes hayan visto a David Viñas leyendo el diario La Nación en el café de la librería Gandhi, luego Losada, habrán advertido, sin dudas, que lo hacía subrayando: marcando con tinta esto o aquello, anotando alguna cosa al margen; es decir, lo leía como si se tratara de un libro, como si fuese a guardar esas páginas y esas marcas, como si no fuesen a perderse ese mismo día (entretanto, sin embargo, un privilegio: leer más tarde el diario que David Viñas dejaba subrayado). A cambio, los libros los destartalaba, daba clases y las citas las leía levantando hojas sueltas, desprendidas del tomo unitario por su fragorosa manera de leer.
Pasar de la revista al libro supone entonces cambiar el pacto de lectura y la escala temporal de los textos. Cuando en ese traspaso se activa algo más que la recopilación o la modesta provisoriedad del adelanto periodístico, para rescatar y poner a nuestro alcance materiales que ya no lo estaban, sucede lo que acaba de suceder con Macaneos de Sara Gallardo y Periodismo todoterreno de Enrique Raab. El primero, editado por Winograd a fines del año pasado, reúne las columnas que Sara Gallardo publicó en Confirmado entre 1967 y 1972; el segundo, editado por Sudamericana también en 2015, contiene diversos artículos de Raab, que aparecieron originalmente en revistas como Análisis, Confirmado y Nuevo Hombre, o en el diario La Opinión, casi en esos mismos años.
La ironía de Sara Gallardo es más festiva, hasta jocosa; la de Enrique Raab es más punzante, acaso más áspera. Pero una lúcida filosidad brilla tanto en un caso como en el otro, en feliz contraste con esa marcada tendencia imperante hoy en día a confundir agresividad con agudeza. Gallardo juega a ser un poco frívola, del modo exquisito en que puede permitírselo quien sabe perfectamente bien cómo salir de la frivolidad, y no sólo cómo entrar en ella; lo mejor de sus ironías (hacia la ilimitada vanidad de los escritores, por ejemplo, o hacia los tics del esnobismo) es que parecen siempre listas a aplicarse también sobre sí misma (la falsa fama de su aparición en la tapa de Confirmado, sus propios modismos sociales). Raab exhibe por su parte una capacidad colosal para detectar las corrientes de la época, separando con nitidez las modas superfluas de las verdaderas resistencias y rupturas (varias de sus intervenciones son perfectas para distinguir dos cosas que con frecuencia se confunden: la izquierda con el progresismo).
Los dos escribían extraordinariamente bien, porque eran extraordinarios lectores. A esa cualidad tan encomiable, bien puede agregarse esta otra: la amplitud del espectro de los objetos de los que se ocupan. Gallardo puede pasar de Mishima a Donald, abocarse a Antonioni o a Palito Ortega; Raab se dedica a Roa Bastos pero también al Gordo Porcel, a Armonía Somers pero también a Mirtha Legrand. Y no lo hacen nunca bajo el reparto más fácil y previsible de encomios y desdenes. Sin prejuicios ni desprecios obligados, saben descubrir las falacias que habitan a veces las alturas de la sofisticación cultural, y perlas en el lodo de la cultura de masas.
Sara Gallardo nació en Buenos Aires en 1931 y murió en la misma ciudad en 1988. Enrique Raab nació en Viena en 1932 y fue desaparecido en Buenos Aires por la dictadura militar en abril de 1977. Sus trayectorias no podrían haber sido, en muchos sentidos, más disímiles. Pero las resonancias que se producen entre sus respectivos libros son notorias y admirables.