Hay un sector del movimiento feminista actual cuya deriva se asemeja a la de las “patrullas perdidas” de los años 70. Se entendía por eso a las vanguardias políticas extremas (el proletariado de esclavo a dictador, entre otras metas por el estilo), al cabo aisladas, despegadas de “la base” que pretendían representar.
El feminismo occidental pasaba entonces por una fase mucho más abarcadora que la actual, aunque lo sacudían parecidos temblores internos. Una anécdota. A mediados de 1977, la Universidad de Vincennes, París VIII, funcionaba algo así como la superviviente integral de todos los sueños del 68. Para resumir el ambiente, muchos alumnos y algunos profesores fumaban abiertamente marihuana en los pasillos, pero seguía siendo una de las más exigentes y mejores universidades de Europa. Por entonces en mi primer año de exilio, trabajaba temporariamente allí, en la biblioteca de inglés. Un día, cuando supimos que las mujeres organizaban un festival internacional de teatro femenino, del que participarían grupos y obras de mujeres de medio mundo, los hombres nos ofrecimos para la limpieza, comidas; todo lo que las liberara de los servicios. Las mujeres se negaron, alegando que se trataba de demostrar que ellas podían ocuparse de la organización integral, para lo que contaban con la ayuda de los grupos visitantes.
Nos pareció lógico. El festival, al que concurrieron una 5 mil espectadoras, se desarrolló perfectamente y se vieron obras excelentes, escritas, dirigidas e interpretadas por mujeres. Hasta que durante la representación de un grupo proveniente de un país árabe, no recuerdo cuál, la mitad de las mujeres abandonó indignada la sala porque ¡entre las actrices había dos hombres! Dos árabes que habían aceptado que los dirigiesen mujeres en papeles que los ridiculizaban…
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Aún hoy, casi medio siglo después, esos hombres correrían riesgo de degüello en algunos de sus países. Esto viene a cuento porque la cuestión clave sigue siendo dilucidar si se trata de mujeres versus hombres, o de mujeres reclamando por el mismo estatus político, económico, social y cultural que los hombres. Si prevalece el primer criterio, al menos en el discurso y ciertas actitudes –que hoy circulan por internet– todo acaba diluyéndose y el que gana es “el sistema”, el orden establecido que explota a la mayoría de hombres y mujeres.
“(En Francia), desde hace medio siglo, el número de empleos masculinos casi no varió: 13,3 millones en 1968; 13,7 millones en 2017. Al mismo tiempo, los empleos de mujeres pasaron de 7,1 a 12,9 millones. Casi toda la fuerza de trabajo requerida desde hace cincuenta años es femenina, en condiciones más precarias y por salarios 25% inferiores” (http://bit.ly/poder-trabajadoras-rimbert). Esto se reproduce, aunque con variantes importantes, en todo el mundo occidental. En cualquier caso, el sector “servicios”, desde empleadas domésticas hasta educadoras, enfermeras, etc., está ocupado mayoritariamente por mujeres; que hoy también empuñan el fusil. Y aunque las diferencias hombre-mujer permanecen en todas las clases sociales, parece evidente que la mayoría de las mujeres sufre con la mayoría de hombres la misma explotación, proveniente de un sistema económico-político también hoy ocupado en la intermedia y alta dirección cada vez por más mujeres. Esto último explica el voto femenino actual a la extrema derecha en Hungría, Polonia o Brasil; que Marine Le Pen sea líder de ese sector en Francia y que una ministra de Jair Bolsonaro, militante evangelista, diga aquello de “azul para los nenes y rosa para las nenas”.
Este 15 de enero se cumplieron cien años del asesinato de Rosa Luxemburgo, que teorizaba, militaba y defendía el rol y la importancia de la mujer en la lucha de clases; en la historia.
Propuesta: que la Defensora de Género de PERFIL, uno de los medios que más y mejor se ha ocupado de estos temas, organice algún tipo de debate.
