Es mucho más fácil ser optimista que poder demostrar y fundamentar las razones del optimismo. Cuando se pronostica una y otra vez un futuro venturoso e inminente y éste se empeña en alejarse, cuando se dice que las evidencias de ese futuro ya están aquí pero quienes debieran ser beneficiados por ellas no lo perciben, quizás algunas ilusiones de la mente estén haciendo efecto en los voceros del optimismo. Estudiadas por la psicología del comportamiento y comprobadas en situaciones reales de la economía y del acontecer social, esas ilusiones se conocen también como heurísticas o falacias. Una heurística, explica el israelí Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel de Economía, es un procedimiento simplificador para responder de modo aparentemente adecuado, aunque en verdad erróneo, a una pregunta difícil.
En el mundo de los presidentes, de los ministros y de los economistas, las heurísticas se multiplican a medida que la realidad se empecina en jugarles malas pasadas a sus pronósticos, siempre emitidos con aire de infalibilidad y con la actitud de quien sabe algo que los demás ignoran o son lo suficientemente idiotas como para no advertir. Una de esas trampas de la mente es la ilusión de confianza, que los investigadores Christopher Chablis y Daniel Simons (autores de El gorila invisible) definen como sobreestimación de las propias cualidades o ignorancia de la propia ineptitud. Sobre todo en la economía, dicen, esta ilusión puede llevar a situaciones graves que sólo ceden ante la evidencia y el límite. Claro que si aparece un rasgo de soberbia y otro de necedad, la cosa empeora.
Lo curioso, advierte Rolf Dobelli (creador de Zurich Minds, comunidad de pensadores de diferentes disciplinas), es que los especialistas padecen más la ilusión de confianza que los no expertos. Aunque estos últimos (o sea “la gente”) suelen caer ante aquellos en el efecto halo: la creencia de que quien habla en jerga, exhibe títulos académicos, despliega currículum y toma actitudes asertivas sabe mucho. El efecto halo, dice Dobelli, bloquea la visión de las auténticas cualidades (o ausencia de ellas) de una persona. Por ejemplo, alguien puede decir que lo acompaña el mejor equipo de los últimos cincuenta años porque esos acompañantes vienen de éxitos empresariales. Pero lo que nunca se mostrará de ellos son sus fracasos. Y, como señala el pensador suizo, los éxitos son más visibles pero los fracasos los superan en número. Así, insiste, el índice bursátil no representa la economía de un país, porque en él constan los sobrevivientes pero no los que pueblan los cementerios, que los superan largamente en número.
El mundo de las finanzas, cuyo poder supera hoy al de la producción aunque sea parasitario de las sociedades (a las que no agrega valor ni valores), suele estar atravesado, a su vez, por la ilusión de conocimiento. Creer que se sabe más de lo que sabe, apuntan Chablis y Simons. No se aceptan miradas externas, experiencias ajenas ni opiniones emitidas desde un observatorio que ve más allá del micromundo en que respiran los expertos. Encerrados en un paradigma único, creídos de conocer la realidad porque se rodean de encuestas o porque contactan con “la gente” en situaciones artificiales que simulan cotidianeidad, suele ocurrir que también políticos, funcionarios y gobernantes caen en esta ilusión. Y en la ilusión de causa, que lleva a crear relatos (y creer en ellos) según los cuales una cosa es consecuencia de otra en un orden que puede ser cronológico pero no causal. Ejemplos: es la carga del pasado (y no los errores del presente) la que nos traba. O salir de ese pasado nos hará confiables y admirables para el mundo entero. Relatos. Ahí asoma la ilusión de potencial: imaginar recursos inexplotados que, echados a andar, llevarían rápidamente al éxito. O sea, magia.
Cuando la suma de heurísticas no termina en donde el optimismo imaginaba, se apela a lo que Edward de Bono (pionero en el estudio de mecanismos mentales) llamó explicaciones mazamorra. Modos complicados de no decir nada. Así se habla de “final técnico de la recesión”, “cálculos técnicos” que perjudican a jubilados que no los entienden, y tantas cosas más. Ollas de mazamorra.
*Escritor y periodista.