Macri coloca una de sus manos con la palma hacia arriba, y la otra mano con la palma hacia abajo, buscando representar una supuesta medida pequeña, corta, ajustada. En el escenario de sus gestos, en la decoración que lo rodea, se ven las banderas Argentinas, y las de la Federación de Rusia, porque están firmando acuerdos bilaterales entre ambos países. Los ademanes de sus manos van dirigidas a Vladimir Putin, que está a su lado en un atril, para hacer una broma sobre la estatura del entonces canciller argentino Jorge Faurie. En un clima de alegría y bromas, Faurie se abrazaba con Serguéi Lavrov, quien ha declarado esta semana que la invasión de Ucrania busca “desnazificar” ese territorio y que una tercera guerra mundial, para dejar a todos tranquilos, sería nuclear. De esta manera, el gobierno de Macri también le abría las puertas de nuestro país a la Rusia agresiva de Putin, con chistes incluidos.
Para el sistema político argentino la invasión de Ucrania ha tenido fundamentalmente un sentido funcional local, adaptado completamente a las tensiones conflictivas de los espacios partidarios centrales de nuestro territorio. Como una manera de compensar la distancia y la realidad de la periferia Argentina, la guerra en Europa se convierte en una nueva disputa entre gobierno y oposición, para los cuales unos estarían a favor de Rusia, y otros de Ucrania; unos a favor de los gobiernos democráticos y otros de los autoritarios. Los a favor de los democráticos serían los de Macri, justamente el que le hace un gesto gracioso al actual líder de la invasión.
Quienes protagonizan la actualidad política buscan representar para sus públicos supuestas realidades esenciales, concretas, existentes, fijas. En los últimos años Cambiemos ha ido incorporando, y abusando, del concepto de república y de liberalismo, como factores ideológicos aparentemente descriptivos de sus decisiones operativas. Este diseño creativo ha cobrado mayor volumen en los últimos años y es más difícil de encontrar en sus orígenes, a pesar del nombre original del partido “Propuesta Republicana”, hoy ya olvidado en el escondite de sus siglas. Marcos Peña gustaba de insistir en que las experiencias políticas basadas en conceptos ideológicos ya eran parte del pasado y que en este siglo lo que le importaba a la gente era que le resolvieran los problemas, ayudando de ese modo a tensionar la monotonía ideológica kirchnerista. En Cambiemos, hablar solo de practicidad operativa y de gestión, es hoy un poco más complejo.
La pandemia fortaleció el debate ideológico y el adornamiento del discurso político, incorporando incluso la crítica periodística casi como un equivalente discursivo de lo que ambos espacios políticos defendían o acusaban. De repente, muchos y muchas, eran liberales lectores de Stuart Mill y republicanos seguidores de Constant desde la primera época. Mirando a cámara con indignación, explicaban el mundo sobre la base de una tensión entre libertad individual y autoritarismo, e invitaban a sus programas a dirigentes que también eran, supuestamente, liberales desde pibes, desde bien pibes (y pibas). Del lado opuesto, consenso de Washington y todo lo que ese título, casi como una marca de mercado inespecífica, pero potente como supuesta identidad clarificadora de lo que aparentemente definiría, se abría todo el tiempo como la crítica al mercado y a la falacia del hombre y mujeres libres, con sus respectivos espacios periodísticos y sus invitados e invitadas, cada vez que era necesario confirmar sus conceptos, denuncias y opiniones.
Este supuesto entramado ideológico obliga necesariamente a una pregunta sociológica fundamental. ¿Hasta qué punto realmente estas tensiones conceptuales describen las operaciones reales del sistema político? A los minutos de representar jocosamente el tamaño de su canciller frente al ahora invasor, y representante de los países autoritarios, Macri decía que era la tercera vez que se veían en tres años y que “eso [demostraba] el nivel de interés que le estamos dando tanto Argentina como Rusia a esta relación que va creciendo. Porque con Rusia compartimos un fuerte compromiso con el multilateralismo, con la lucha contra el crimen organizado…”.
En ese momento, el 1 de diciembre de 2018, ninguno de su partido, con “Sobre la libertad” de Stuart Mill bajo el brazo, advirtió al entonces presidente argentino, que le estaba abriendo las puertas del país a alguien poco atento con los valores democráticos.
La política, como todo lo que ocurre en las operaciones sociales, sucede solo en las necesidades del presente, siempre renovadas y obligadas a decidir sobre un próximo paso impuesto por circunstancias que nunca se podrán controlar completamente. Para Macri en 2018 habría oportunidades comerciales con Rusia que poco tendrían que ver con las ideas republicanas, así como para Alberto Fernández habría otras que podrían explicarse como tentativas de un nuevo orden global, pero que son en realidad también relevantes por la chance económica del intercambio. No es en ningún caso, aquello que se explica en la operación que se ejecuta, sino lo que las condiciones obligan a pensar como posibilidades reales, en el mundo de lo posible y lo no posible.
Las banderas pegadas de Ucrania en cada bancada opositora en la apertura de sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación, aportaban más a la confrontación local, y a la solidificación de una identidad opositora, que a la pacificación en el actual territorio en conflicto. Las búsquedas de ampliación del impacto visual en redes sociales, la necesidad de entrevistas en medios masivos y la evaluación posterior en seguidores y otras repercusiones similares, tienen siempre como horizonte el futuro episodio electoral de 2023, y ninguna otra cosa más.
En marzo de 2019, unos meses después de los juegos de figuras con manos a Putin, Macri inauguraba por última vez las sesiones ordinarias en el Congreso. Gritaba diciendo que lo habían votado, mientras la oposición peronista lo enfrentaba con gritos y con carteles en sus bancadas, colocados exactamente en la misma posición que los de Ucrania. La escena se podría ver sin volumen, sin saber que es lo que uno y otros dicen, y así, con esa acción técnica, ver que los cuerpos y los gestos, por lo menos en la Argentina, se adaptan dependiendo del lugar que se ocupe, incluso para hacer negocios.
*Sociólogo.