Que se inventen verbos, después de todo, no es algo tan nuevo. Como bien recordarán los memoriosos, en noviembre de 2005 fuimos testigos de un inusual suceso político: un diputado recién electo –el pediatra Eduardo Lorenzo Borocotó–, votado como miembro de la lista opositora al gobierno de turno –el por entonces joven partido del ingeniero Macri–, se pasó a las filas del partido gobernante –el del por entonces presidente Kirchner–. Su acción dio origen a un verbo de vida transitoria, pero procedente: "borocotear". “Borocotear” significaba "cambiar de bando por venderse al mejor postor".
Más de diez años después apareció otro verbo, forjado también a partir de un apellido: "icardear". Con base en un evento que quizá debió ser más privado –Wanda Nara, la esposa del futbolista Maxi López, se separó de este y se fue a vivir con un futbolista amigo de la pareja, Mauro Icardi– y buena cuota del machismo que hace de las mujeres un objeto, el verbo significó "traicionar a un amigo al sacarle la mujer".
Según rezan los manuales, los neologismos son palabras que se crean para designar nuevas realidades –entendiendo por ello las realidades tanto materiales cuanto conceptuales– de cada nuevo tiempo. Porque todo el tiempo están cambiando las realidades y eso exige que la lengua cambie con ellas.
Conservadoras por naturaleza –al fin y al cabo, parte de su función consiste en serlo–, las academias se resisten a cambios de carácter tan monumental como el que promueven los defensores de estas reformas.
De hecho, hace pocos días, el periodista de La Nación Hernán Capiello eligió titular una nota con "Lázaro Báez kirchneriza su defensa ante otro caso de blanqueo". Capiello creó el verbo “kirchnerizar”, una licencia –según sus propias palabras en comunicación personal– para expresar que alguien adopta las formas y los discursos que socialmente se le reconocen al kirchnerismo.
Los tres verbos, y seguramente muchos otros que aquí no se mencionan, coinciden en representar, en tanto neologismos, una realidad que no estaba prevista por la lengua en un momento –tiempo– anterior. Pero la lengua, que es cambiante, depara también otro tipo de novedades. Innovaciones atadas a los tiempos sociales, que por fuerza son mudables.
Y si nadie se escandaliza ni se apena ni se burla por la creación de nuevas palabras, otro es el cantar cuando se trata de la gramática. Muchos hablantes y prescriptores –en efecto– se escandalizan, se apenan y se burlan cuando a alguien se le ocurre proponer un cambio en este sentido. Se oponen por principio y parece que ni siquiera se cuestionan acerca de las razones de esa propuesta.
En la última semana, la Real Academia Española, en conjunto con la Asociación de Academias de la Lengua Española, publicó su Libro de estilo de la lengua española, según la norma panhispánica. En el primer capítulo, y en concordancia con el postulado de su página online, la RAE sostiene que el masculino, por ser “el género no marcado”, puede abarcar también el femenino en algunos contextos.
Es más: de manera consistente con el informe elaborado por el académico Ignacio Bosque en 2012 (“Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”), en el que se afirma: "No creemos que tenga sentido forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad" (p. 16), el nuevo manual de la RAE rechaza las estrategias creadas para favorecer lo que se llama lenguaje inclusivo.
Ni “todas y todos”, ni “tod@s”, ni “todxs”, ni “todes”.
No reconoce la RAE –o no quiere reconocer– que la nueva realidad de nuestro tiempo puede inducir a malinterpretar, por ambiguo, el masculino. De hecho, en muchos –muchos– contextos resulta imposible desambiguar si el masculino se refiere exclusivamente a los hombres o no.
Conservadoras por naturaleza –al fin y al cabo, parte de su función consiste en serlo–, las academias se resisten a cambios de carácter tan monumental como el que promueven los defensores de estas reformas. Pero las décadas por venir terminarán revelando si estas propuestas resultan tan efímeras como “borocotear” o es que han llegado para quedarse.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.