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maratones

De qué se trata

El Bicentenario me agarró con gripe, mirando los festejos por TV, es decir que mi percepción es más bien mediática, entrecortada, mechada con un zapping literalmente febril y escalofriante.

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El Bicentenario me agarró con gripe, mirando los festejos por TV, es decir que mi percepción es más bien mediática, entrecortada, mechada con un zapping literalmente febril y escalofriante. La maratón musical del Chaqueño Palavecino acompañaba mis pesadillas infinitas. Tengo imágenes tristes de gente disfrazada bajo la lluvia, y otra gente en una provincia que se adjudicaba un récord Guinness por estar preparando el locro más grande del mundo. Le pusimos 200 kilos de cuerito, decían. No lo soñé. Y a la Sole embarazada revoleando el poncho tampoco la soñé. Confieso que así embotado, embrutecido por la gripe, nada me emocionaba demasiado. Al día siguiente, todavía frágil, puse el piloto automático del cinismo, bajé la guardia y fue ahí cuando el grupo de Fuerzabruta me pegó en el plexo, no sé bien en cuál, pero me pegó. A pesar de la historia hecha jugo de Pigna, con esas simplificaciones como “Mariano Moreno, el primer desaparecido”, a pesar de una estética por momentos medio Pink Floyd The Wall, varias de esas carrozas me sorprendieron y removieron capas de recuerdos y sensaciones. La imagen de los soldados de Malvinas cargando a la espalda, no el fusil sino su propia cruz blanca, me impresionó. Apareció una parte de mi infancia en ese auto Siam Di Tella celeste pastel recién resucitado que giraba enloquecido, tironeado por cuatro obreros como si tuvieran que domarlo. Y se me hizo un nudo cuando vi la carroza de las crisis económicas: un grupo de gente colgando de un hilo, azotados por el vendaval desesperante de las corridas bancarias, pendientes del dólar, tratando de recoger billetes en la tormenta, cayéndose al suelo, levantándose, zamarreados en el aire otra vez por la crisis, en un remolino sin control. Esa metáfora de la violencia económica me pareció lograda y efectiva. Tenía un patetismo realista, oscuro, y a la vez humillante. Al final, lo que logró sacarme del túnel del tiempo fue la belleza de la morocha que hacía de República sobrevolando a esos dos millones de personas que habían ido porque todavía quieren saber de qué se trata.