Las cosas poco importantes en el mundo real suelen ser muy peligrosas en el desarrollo del cotidiano, o al menos ocupan una franja exageradamente grande de preocupación, angustia y desazón. Ya se trate de asuntos fútiles como la religión o el fútbol, la demanda de atención es desproporcionadamente grande: lo piden todo y ofrecen nada a cambio: un puñado de mentiras, unos íconos, unos colores, unos trapos.
Bernardo Cappa ha sabido captar con contenido encono esta falta de proporción en su obra Es un sentimiento, donde precisamente este eslogan se usa para justificar todo lo que no es razonable pero que se debe aceptar así como viene. La identidad argentina –secuestrada por el fútbol, el asado, la mentira del truco y otras porquerías– aparece distorsionada en todos los escudos y blasones que la presentan con pitos y fanfarrias. Tan irrelevantes son todas estas formas mutantes de la carta de presentación de la argentinidad que las verdaderas cartas no aparecen nunca. Nadie sabe ya cuáles son.
El argumento es clásico: Mario se casó con una noruega y viven allá, en los recónditos fiordos congelados. Pero Mario decide traer a Hedda a casa, a conocer eso que es la Argentina, ese bendito infierno mal recordado como paraíso en la niebla de los pálidos inviernos del norte. Mario (un Guido Losantos que pasa con maestría de la incredulidad civilizada de la víctima al cinismo macho del ventajero) se da cuenta bien pronto de su error: cada cliché se revelará ante su rubia esposa con todo su potencial veneno y el mundo construido en la nostalgia se derrumbará sin decir agua va.
Cappa sabe explotar una teatralidad directa, sin poses: sus actores no encarnan, sino que están.
Seguramente él no lo quiera saber, pero el hecho de que la actriz que hace a Hedda sea realmente noruega transforma este planteo clásico en un mordisco de teatro posdramático, alejándose de un grotesco nacional más moralizante: es inevitable pispear por las grietas aún abiertas del espectáculo esos ensayos donde habrá habido que explicarle a la actriz Berik Eik de qué se trataba esta obra y sus porqués. La mitad del texto resultaría intraducible, no porque las palabras no existan en otras lenguas sino porque son significantes que aluden a significados que no son tales.
La obra es dolorosamente gozosa, vengadora: el desastre cultural –una suma de irrelevancias– ha ocupado en la Argentina el lugar de todo lo visible.
Para bien o para mal, ningún país es mucho mejor ni mucho peor.