Quiero empezar haciendo una reflexión sobre las consecuencias negativas en áreas urbanas provocadas por desastres naturales. Muchas veces se minimizan responsabilidades, apoyándose en la dificultad para prevenir catástrofes, otorgándoles un carácter de imprevisibilidad que impide reconocer los impactos de acciones realizadas por los seres humanos sobre el medio ambiente. La gravedad y la intensidad de los resultados se ven a menudo acrecentados por una total falta de previsión y de cálculo de los riesgos antrópicos.
Por otro lado, bajo este concepto supuestamente accidental se esconden la falta de planificación del desarrollo y la manera improvisada e imprudente en que pensamos nuestra producción económica, en que construimos nuestro equipamiento e infraestructura y en que modificamos el paisaje a fuerza de presión urbana.
Los organismos internacionales están alertando desde la década del 80 sobre la necesidad de modificar el concepto de desarrollo ante la posible pérdida de recursos naturales. En este sentido, el denominado Informe Brundtland, fruto de los trabajos de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y del Desarrollo de las Naciones Unidas, plantea por primera vez el concepto de sostenibilidad al afirmar que “el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (ONU, 1987). Esta definición fue asumida en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Cumbre Mundial de la Cnumad), celebrada en Río de Janeiro en 1992 y ratificada en las posteriores Conferencias de Johannesburgo (2002) y de Río de Janeiro (2012).
Sin embargo, queda todavía mucho por recorrer. La complicidad entre sectores dirigentes y el capitalismo internacional complica las visiones optimistas de un necesario cambio: el sistema internacional no ha logrado aún poner límites a la reducción de los gases que contribuyen al calentamiento global. Así, por ejemplo, el Protocolo de Kioto, en vigencia desde 2005, navegó entre falta de adhesiones y las tibiezas en sus objetivos.
Sucesos como el tifón Haiyan, que se cobró miles de muertos en Filipinas, tienen causas multifactoriales que lo explican, pero que a la vez obligan a la reflexión, entre otras cuestiones, sobre la creciente concentración poblacional en sitios de alta vulnerabilidad y los peligros que acechan sobre quienes los habitan. Es posible suponer que, con el crecimiento demográfico exponencial, las inundaciones, las olas de calor y las fuertes tormentas tengan consecuencias incluso más negativas sobre las diferentes poblaciones.
Nuestro país no queda ajeno a estos nuevos escenarios. La inundación de la ciudad de La Plata como consecuencia de una feroz tormenta causó más de sesenta muertos. Fue producto de una urbanización irresponsable, promovida por sectores vinculados con la especulación inmobiliaria y alentada por una clase dirigente insensata.
De igual manera, la Dirección de Vialidad de la Nación no duda en horadar el Parque Pereyra Iraola, un pulmón verde de cerca de 11 mil hectáreas ubicado en el sur de la región metropolitana de la provincia de Buenos Aires y declarado reserva mundial de biosfera por la Unesco, al que, a pesar de tan importante declaración, insiste en atravesar con una autopista. Medida que provocará un nuevo e irreversible daño sobre el ambiente y la salud de la población.
El Parque Pereyra Iraola, situado a 30 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires y a 20 de la ciudad de La Plata, es, junto a los bosques de Ezeiza y el Delta, uno de los tres pulmones de importancia en la provincia de Buenos Aires y una de las zonas de mayor biodiversidad del país.
Al igual que en la defensa del patrimonio cultural, no son el Estado, las casas de estudio ni los colegios profesionales quienes alertan sobre estos peligros. En este caso, como en muchos otros, son las organizaciones de la sociedad civil las que luchan con pasión y salen a defender los derechos de todos, los básicos y esenciales del ser humano, como el derecho a la vida y a dejar a sus hijos e hijas un mundo mejor.
*Arquitecto. Icomos Argentina.