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De un modelo a otro

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La adhesión a un modelo es, a menudo, un asunto insensato. Sigo hablando de mi mudanza, que no podría haber enfrentado sin el plan Ahora 12, que permite comprar de jueves a domingo (¿por qué no los demás días?) en doce cuotas sin interés con tarjetas de crédito. Por otro lado, mi madre sacó un crédito personal de los que brinda la Anses para hacer arreglos en su casa. Se enteró por una amiga de ella, también jubilada, de que muchos hijos están obligando a sus progenitores a hacerse de esos créditos con tasas convenientes y plazos de devolución que llegan a cinco años para hacer reparaciones hogareñas o comprar autos o pasajes (en el fondo, esos vástagos apuestan a la licuación consecuente de esos pasivos cuando los viejos pasen a mejor vida). ¿No es raro que el modelo económico vigente se sostenga en un consumismo un poco irresponsable, como si se quisiera hacernos creer que no habrá mañana? ¡Gastemos hoy!, manda el modelo.

El arrebato en el que nos encontramos no alcanza a disimular el fracaso de un noble proyecto geopolítico. Ya no se consiguen productos importados de Brasil (las heladeras bajo mesada para las cuales habíamos previsto un nicho ajustadísimo, por ejemplo), que han sido reemplazados por manufacturas chinas en las cuales, supongo que por prejuicio, confío más bien poco. Esperaremos, a ver si un golpe de timón en Itamaraty nos devuelve los electrodomésticos que necesitamos.

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Mientras, encargué una biblioteca (¡Ahora 12!) que quedó maravillosamente bien en mi nuevo y diminuto gabinete de escritura, donde sobran libros (por lo menos tres metros de biblioteca). “¡Es que tenés muchos libros de tus amigos!”, me reprocha mi marido, que no soporta la acumulación insensata de páginas impresas. “No es tan así”, le contesto. “Ahí está Capote”.

“Bueno, pero te cae simpático”. Como siempre, da en la tecla. Obligado a una depuración, me quedo con los libros de autores que me caen simpáticos, los conozca personalmente o no: Aira, Lewis Carroll, Cozarinsky, Arturo, Barthes, Matilde, Foucault, Copi, Clarice, Lorca, Pasolini.
En los próximos días tendré que decidir qué hacer con Karl Kraus, Robbe-Grillet y otros autores que me son indiferentes y, sobre todo, con aquellos por los que siento una declarada antipatía (Bloom, etc.). También en este caso se juega la adhesión a un modelo imaginario. Guardar libros por cariño a sus autores es tan insensato como consumir por simpatía política.