COLUMNISTAS
opinión

De una vez y para siempre

Qué horror. No puede ser que el chicle traiga chistes como ese, y mucho menos en estos tiempos de pandemia y crisis económica.

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

Me dijo que yo era demasiado infantil, supongo que como una crítica, pero yo lo tomé como lo que es: un elogio. Así que fui al primer kiosco que encontré y me compré uno de esos chicles que vienen con chistes. El chiste decía: “Acto uno: hay una denuncia de que un poderoso empresario pagó una coima de más de un millón de dólares a un tal Roberto Baratta, viceministro de Planificación. Acto dos: El juez Ercolini da por probado el cohecho. Acto tres: El juez emite su fallo: el viceministro es procesado, pero misteriosamente el poderoso empresario es sobreseído. ¿Cómo se llama la obra? ¡Paolo Rocca!”. Qué horror. No puede ser que el chicle traiga chistes como ese, y mucho menos en estos tiempos de pandemia y crisis económica. Así no van a llegar nunca las inversiones. Escupí el chicle con el sentimiento de que Argentina no tiene solución. Lo peor de todo es que le conté el incidente a un amigo, que no tuvo mejor ocurrencia que decir “¿Qué te asombra? Si eso que llamamos justicia es solo el brazo administrativo del gran capital”. Qué curioso, nunca lo había pensado. Tanta sorpresa me generó la frase de mi amigo que, en estado de shock, no pude escuchar el resto de lo que me dijo (creo era algo sobre la historia argentina, las primeras décadas del siglo XX, el anarquismo de izquierda como tradición a reinventar) y cuando rápidamente me despedí, me quedé pensando en lo que me había dicho, intentando reconstruir la conversación, en la que también había mencionado Modesta dinamita, novela de Víctor Goldgel, publicada hace unas semanas por Blatt & Ríos. Cuando volví a casa noté que, increíblemente, tenía la novela sobre mi mesita de luz. ¿Cómo llegó ahí? No lo sé. Sé, en cambio, que leerla fue un placer. Narración que gira en torno a un imprentero anarquista hacia mediados de los años 20 –pero cuya trama se dispara hacia mucho más allá que esa década– la de Goldgel –hecha de constelaciones de voces que recuerdan al imprentero muerto– es, tal vez, la más grande novela argentina contemporánea sobre el anarquismo. Goldgel acude al realismo, pero nunca para pagar el diezmo de la escenografía de fondo. No se trata de mencionar puntos de referencia históricos, urbanos o políticos como un decorado para ambientar allí una historia convencional, en este caso la de un imprentero anarquista, como podría haber sido cualquier otra. No, no se trata de eso. Al contrario, Goldgel toma el camino opuesto, el buen camino: las marcas de realismo, las referencias históricas están al servicio de una sintaxis que piensa al realismo como un modo de interrogar a la narración misma. Como una disputa. Como una discusión. Porque Modesta dinamita es la novela de las grandes discusiones políticas en torno a la injusticia: la acción directa y las tensiones entre anarquismo, socialismo y comunismo; lo judío de izquierda y la lectura como apertura al ideal revolucionario, la irrupción de las masas y las revistas culturales-políticas como instancias de denuncia y formación intelectual, la modernización urbana de Buenos Aires y los límites del anarquismo ante el riesgo de volverse inofensivo o, a la inversa, demasiado violento. Y, siempre, el arte del tipógrafo, el trabajo del operario imprentero, la verdad secreta del papel que pasa por la imprenta para cambiarlo todo, de una vez y para siempre.