¿Y si la famosa cifra fuese, no solamente discutible, sino también, ella misma, discusión? 30 mil: en efecto, el número no está comprobado. No es entonces, ni puede ser, expresión de una certidumbre.
Pero a cambio sí es, sí quiere y debe ser, expresión de una incertidumbre. Y denuncia indeclinable de ese estado de incertidumbre, de un tormento de conjetura, del quedar horriblemente en suspenso.
Porque a eso nos remite, como es bien sabido, la figura atroz de los desaparecidos (no los muertos ni los detenidos, sino los desaparecidos): al efecto aterrador de no contar con información, al carácter irregular y clandestino de la represión del Estado argentino, que hace que esa violencia no pueda equipararse ni ponerse en simetría con ninguna otra violencia, al hecho de que los criminales de Estado nunca abrieron los archivos para que todos pudiésemos saber (y entonces no tuviéramos ya que estimar) qué era lo que había pasado.
Está claro que este debate a su vez conlleva otros: debate sobre el setentismo, la militancia, la lucha armada, las distintas víctimas. ¿Hay que abrir esa discusión? No veo por qué habría que abrirla, si nunca dejó de estar abierta. Numerosos libros de ensayo o de ficción, artículos periodísticos y académicos, películas, conferencias, mesas redondas, revistas específicas, evidencian que todo esto no ha dejado de debatirse a lo largo de estos años.
Lo desconcertante es que haya quienes pretenden que ahora empiece por fin la discusión, como si no se hubieran enterado de lo mucho que entretanto se ha venido discutiendo.
Serán tal vez aquellos que consideran que todo empieza o termina con el kirchnerismo, porque todo en absoluto los remite siempre a él.
Raro fanatismo, que reúne inesperadamente a algunos de sus partidarios y a algunos de sus enemigos.