COLUMNISTAS

Defensores de Sísifo

Homero no es demasiado claro en La Odisea, pero alguna macana grave con los dioses debió haberse mandado Sísifo, rey de Efira, como para caer de una patada en el mismísimo infierno.

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“El esfuerzo mismo para llegar
a la cima basta para llenar un
corazón de hombre. Hay que
imaginarse a Sísifo dichoso.”  
Albert Camus (1913-1960)

Homero no es demasiado claro en La Odisea, pero alguna macana grave con los dioses debió haberse mandado Sísifo, rey de Efira, como para caer de una patada en el mismísimo infierno. Ciego, para peor. Condenado a empujar una enorme roca cuesta arriba en una ladera empinada, sólo para verla deslizarse fatalmente a pocos metros de la cima y tener que repetir el martirio una y otra vez. Un garrón. Parece que se negaba a ser mortal, como Julio Grondona o Isabel de Inglaterra, y que además reveló unos secretos divinos, como Pontaquarto o Béliz. Vaya uno a saber qué cosas habrá hecho el tipo, pero esos griegos, como Sofovich o los Kirchner, no eran gente con la que se podía jorobar así nomás. Te la hacían pagar, y mal, si a alguien se le ocurría sacar los pies del plato. La gran ventaja de esos dioses era su eternidad. Al menos eso pensaban ellos, o les hacían creer. Pasa.
A Albert Camus, que jugaba al arco en los agobiantes campitos de Argel, le encantaba decir que todo lo que había aprendido en la vida sobre la moral se lo había enseñado el fútbol. Además, escribía. Un día de 1942, en medio de la guerra, profundizó sobre el tema en su célebre Le Mythe de Sisyphe. Novelista, filósofo, ensayista y gran provocador, a Camus nunca se le ocurrió imaginar tortuosos y breves torneos de 19 fechas como los nuestros, que tan bien podían servir como metáfora del castigo mítico. En aquellos tiempos, los campeonatos eran diferentes; duraban una vida, no se suspendían por fechas FIFA, tenían revancha y nada de horarios elegidos por la tele. Ganaba el mejor, incluso.
“Hegemonía”, dijo Mauricio Macri por primera vez hace doce años y Boca pasó de la maldición a hacer hoyo en uno, como Tiger Woods. Se acostumbraron mal y en 2006, por confiados, se escaparon tortuga y cascote barranca abajo de la mano de La Volpe, el Hombre Rebelde. Hoy buscan revancha por partida doble. En la modesta colina argentina y en el Monte Fuji, Mundial de Clubes, roca de oro y brillantes made in Tokio, paraíso de sponsors y codificados, duelo con el Milan de Berlusconi y breve elenco. Mito de ricos.
La historia de Lanús es otra. Ellos son el Sísifo dichoso del que habla Camus en el acápite. Alguna vez ganaron una copa continental con nombre de remedio, Conmebol, y alcanzaron el cielo de los pobres. Tres torneos atrás fueron orgullosos segundos del Boca macrista. Ahora van por todo aunque sepan que su roca caerá, fatal, inexorablemente. No importa. Si se da, habrá fiesta, lágrimas... y a empezar de nuevo. Entonces, ¿por qué esa dicha? Lo explica el arquero argelino: “Persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, Sísifo está siempre en marcha. La roca sigue rodando. Lo veo al pie de la montaña. Vuelve a encontrar siempre su carga, pero siente la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta su roca. Juzga que todo está bien. Este universo, en adelante sin amo, no le parece estéril ni fútil”. Atenti con eso. Se habla de la libertad. Su destino, pese a todo, le pertenece. Esa es la infinita fuerza del modesto Lanús.
Mientras Passarella abandona su piedra y huye, Scioli se la pasa al pobre Cobos y Riquelme lleva la suya de gira por el mundo, nuestros Sísifos continúan hoy su camino hacia lo más alto. Boca, tres puntos abajo, enfrenta a un Arsenal que sólo piensa en su final sudamericana con el América. Lanús va con el Argentinos de Gorosito, su ex, buen equipo al que todo el imaginario futbolero imagina convenientemente incentivado para redoblar esfuerzos. Lo de siempre. Peligroso de tan obvio, porque en momentos de definición lo inesperado es regla y si no, que le pregunten a Lewis Hamilton y su infalible McLaren. Todo es posible, hasta lo bueno.
¿Quién es el mejor? Bueno, Lanús es más vistoso, eso es evidente. Valeri, Aguirre, Blanco y Acosta son rápidos, livianitos, hábiles, desprejuiciados con la pelota. Pelletieri toca, Sand define, Biglieri suma y atrás tienen una defensa confiable con un arquero, Bossio, que alcanzó su techo después de los 30. Boca es tan contundente como previsible. Palermo juega de faro junto al desconcertante Palacio, ambos apoyados por un Banega liberado gracias a Battaglia. Por las bandas, algo de Cardozo y Alvaro González que asoma, Ledesma que vuelve, quizá Vargas. Un fondo razonablemente firme y un pelotón sediento de revancha en el banco: Gracián, Boselli, Dátolo, Bueno. Para el nivel local sobra, aunque hoy parecen estar algo por debajo de Lanús y no sólo en puntos. Claro que esto no es boxeo; los partidos no se fallan, los que fallan son los futbolistas. Su psiquis, más que nada. Habrá que ver cómo manejan semejante presión los de Cabrero. Detalle, Santo Freud, que influirá más que valijas secretas, referís sensibles o conveniencias comerciales. Gracias a la fuerza de su mente, hace 33 años Alí aniquiló al invencible Foreman en Kinshasa y Norman Mailer supo cómo contarlo en The Fight. Hasta ahora los pequeños granates viven esta situación límite sin drama. Ojalá sigan así y que gane el mejor, muchachos, lo digo de corazón. El mismo insensato corazón que nos impulsa, ciegos, a desafiar mitos, a empujar esas malditas piedras y empezar todo de nuevo, qué no ni no.