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Del lado de los débiles

Lo confieso, siempre quise escribir una reseña de una película que no vi pero que presupongo con una fe ciega y acérrima.

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Lo confieso, siempre quise escribir una reseña de una película que no vi pero que presupongo con una fe ciega y acérrima. La flor, de Mariano Llinás, no puede no ser una maravilla. Si no la vi en su paso fugaz por el Bafici no fue por falta de ganas: dura catorce horas y había que verla en tres días de casi cinco horas. Todo lo que sé objetivamente de la película lo sé por haber actuado en ella no más de siete u ocho minutos, hace años, cuando todavía iban por la tercera parte de este monstruo colosal de seis cabezas. Pero todo lo que sé “subjetivamente” de La flor es más importante que lo que vaya a ver finalmente en ella y me habilita para reseñarla sin que me tiemble el pulso.

No sé si sea, como se ha dicho, la película de ficción más larga de la historia. No tengo estadísticas ni metrónomos. Pero sí sé que significará, como se ha dicho, un salto hacia el futuro en la composición genética del cine nacional. Las películas largas suelen ser largas porque en ellas se juegan factores muy asociados a la percepción del tiempo, a la trascendencia de nuestro leve paso por el mundo, a la morosidad de la pregunta sobre la muerte, a todas aquellas cosas que en

Béla Tarr, por dar un ejemplo, hacen un film largo. Pero en Llinás el desafío es otro: es narrativo. Sus películas son largas porque en ellas se satisface el sueño imposible de la narración total, como en Georges Perec o como en Borges, que escribió brevísimo para durar millones. Llinás concibe una forma caprichosa pero biológicamente justificada, la de una flor abierta, con cuatro historias que comienzan pero no terminan (los pétalos), otra historia que se cierra como un cáliz, y otra que termina sin haber empezado, como un tallo que va a enraizar en el futuro. Por si la forma en sí misma no fuera a implicar el contenido, se las arregla para cerrar su plan de manera magistral: todas estas historias

quedan a cargo de solo cuatro actrices, que lo hacen todo, no solo en la película, sino también en el tiempo que se tarda en filmar esa película. Se hacen célebres, se hacen madres, se reinventan, estrenan teatro, filman con otros: la porción de vida que se imprime sobre los cuerpos de estas actrices durante una década entera y convulsa se presta, se calca, sobre esta película que todavía no he visto y que me encanta. Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes le dan a Llinás todo lo que tienen; esta última le da incluso un hijo, Pedro Clorindo, por si quedaba alguna duda de que filmar así es enamorarse de todo y para siempre.

Como también se ha dicho, no hay categorías críticas para evaluar la eficacia de un film así. Habría que inventar otra forma de opinar, otra forma de juzgar la materia de lo narrado, los modos de su producción, su invariable independencia, su séquito de amigos, invitados, colaboradores, todos alquimistas de esta especie de secta que es filmar con y para El Pampero. La flor no es solo la película más larga, es un testamento y un manifiesto a contrapelo de todo lo que ya más o menos se conocía acerca de qué es filmar, quiénes pueden hacerlo y con qué recursos, a quiénes va dirigido el resultado. Así que como esta manera de opinar, de reseñar, no se ha inventado todavía, habrá que responderle a la película con más obras, con más creatividad, con más películas, más poemas, más relatos. Porque lo que buscan a gritos Llinás y sus colegas es el contagio, la infección.

Hasta acá la humorada de reseñar sin haber visto, algo que de todos modos algunos críticos suelen hacer sin que se note. Pero una cosa más sí que ha quedado: el discurso de Llinás en la premiación al término del Bafici. Ante los funcionarios, a quienes agradece el coraje no solo del premio, sino también de un festival de cine independiente, Llinás fue claro y preciso. Es difícil estar del lado de los más débiles y apoyar un cine que no se rija por las sempiternas leyes del mercado.

De esos apoyos, del Incaa, del mecenazgo, parecen depender hoy por hoy los Tarkovskys, los Borges, los Béla Tarrs del futuro, de un futuro que ya llegó, que ya está entre nosotros, un futuro que artistas de esta talla nos acercan con generosidad y valentía.