COLUMNISTAS
CUMBRE VATICANA

Del Papa a Cristina

La reunión no quedó ajena a la división de opiniones que genera la Presidenta. ¿Cielo o infierno?

Reverendissimum Dominum Jorgium.
| Dibujo: Diego Temes

Yo adoro al Papa, pero no me gusta para nada la manija que le da a Cristina. Le tiene que pedir a ella que nos cuide a nosotros y no al revés”, bramó Mónica de San Telmo, oyente de radio Mitre. “No se puede pensar tan en chiquito. El Santo Padre apuesta a bajar los niveles de confrontación, a fomentar el diálogo y que Cristina termine en paz en 2015”, dijo el peronista y cristiano de la primera hora Julio Bárbaro en el canal 26. “El Papa apoya a Cristina y a Maduro porque es nacional y popular”, escuché en una radio K que tiene más subsidios que audiencia. Estas son las opiniones más representativas y descarnadas que encontré en el debate caliente que produjo el tercer encuentro en el Vaticano entre los dos argentinos más encumbrados que son jefes de Estado.

¿Quién se acerca más a la verdad? Hay elementos objetivos que abonan las tres teorías ideológicas que sostienen esta polémica que explotó cuando el Papa (93% de imagen positiva) y Cristina (25%) se encontraron con una pintura de la Virgen Desatanudos de fondo. Toda una metáfora.

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1) A favor de los K : es cierto que el papa Francisco no recibió a ningún presidente en tres ocasiones. Y todos los encuentros entre ambos fueron afectuosos, con sonrisas, complicidades y regalos. “Hay un lenguaje común”, dijeron formalmente. Ambos fueron formados en la fragua del peronismo. Leyeron a Leopoldo Marechal, tratan a Mario Ishii como si fuera un santo de poncho rojo, fustigan al capitalismo financiero (aunque ahora Cristina tenga que pedirles por favor un puñado de dólares) y reivindican el trabajo de los curas villeros. Cristina le llevó fotos de Bergoglio recorriendo esos territorios de la exclusión y le comentó su felicidad por haber participado en la misa de homenaje a Hugo Chávez que se celebró en la Villa 21-24 de Barracas. Juntos acordaron que una imagen del asesinado padre Carlos Mugica se colocara en la avenida 9 de Julio, similar a la que Eva Perón tiene en las paredes del Ministerio de Desarrollo Social. En síntesis: nadie le dedica dos horas y media a un almuerzo si no se siente a gusto con esa persona. El Papa lo hizo y Ella le preparó el mate cocido. Todo el tiempo flotó una especie de seducción intelectual y religiosa mutua. En un solo momento se pudo advertir cierto disgusto en el pastor con olor a oveja. Fue cuando Cristina, verborrágica, le explicaba las virtudes de los regalos que le había traído mirando por el rabillo del ojo a las cámaras de televisión que estaban registrando el momento. Francisco la observaba con cierta misericordia, como diciendo con su gesto: “Pobre, está demasiado acelerada, no puede parar de hablar”. En cambio, sus palabras fueron pocas y cortas. Apenas lo necesario, austero hasta en el lenguaje.

2) A favor de los peronistas anti K: dicen que la Presidenta no tiene respeto ni escucha a nadie que no sea el Papa. Que la predispone y la calma el carisma de quien fuera el cardenal más odiado por los Kirchner. Que históricamente ella estuvo más cerca de la fe que Néstor, que únicamente la veía como un factor de poder inmanejable. Por eso mantiene firme la bandera en contra del aborto, entre otros reclamos históricos de la Iglesia.

Estos sectores dicen que hay que aprovechar esa posibilidad para empujar a la Presidenta para que Argentina se parezca cada vez menos a Venezuela, que nos produce espanto, y más a Chile, que nos genera envidia. Y que ésa es la gran misión del Papa. Pacificar. Cerrar la fractura expuesta de la sociedad que dejará el kirchnerismo como la peor herencia y sembrar una sociedad más fraterna. Aseguran que ése es el objetivo superior que tiene el Papa. Que no se mete en internas partidarias aunque le gustaría ver presidente de la Nación a Julián Domínguez, quien tejió una excelente relación con Víctor “Tucho” Fernández, el arzobispo y rector de la Universidad Católica y uno de los intelectuales más consultados por el Papa. Recuerdan que fue casi coautor del documento de Aparecida, que es una especie de plataforma electoral o una Biblia de gestión para el papa del fin mundo. Lo único que divide al Papa de Cristina son algunos de los comandantes de la izquierda jurásica: Horacio Verbitsky y Hebe de Bonafini. El periodista militante porque fue el jefe del operativo para cerrar el camino de Bergoglio al trono de Pedro y el que más intentó mancharlo de sangre acusándolo de haber entregado sacerdotes a las garras del terrorismo de Estado. La madre de Plaza de Mayo, por ese infantilismo que la llevó a decir que “hay que combatir la riqueza y no la pobreza”, en referenca al trabajo de la Pastoral Social, como si el peronismo y la Iglesia no coincidieran en fomentar la alianza y no la lucha de clases.

3) A favor de los anticristinistas: la Presidenta sembró vientos agresivos y cosechó tempestades entre amplios sectores de las clases medias. Los caceroleros son su máxima expresión organizativa. Los que se irritan de sólo escucharla. Cristina no tiene ninguna chance de recomponer esa relación por más que baje un cambio en sus actitudes autoritarias o lleve a los opositores a la asunción de Michelle Bachelet. Hay una franja de la sociedad cada vez más creciente que ya le cerró el crédito y cree que todo lo que ella haga con el Papa es puro maquillaje oportunista e hipócrita y que al día siguiente el Papa habló públicamente de esos temas aunque, obviamente, sin nombrar a Cristina. Están convencidos de que ella no cambió en nada su altanería e intolerancia. Que “se hace la buenita” (textual de oyentes) porque con el poco capital político que le queda, no tiene más remedio que fingir. Argumentan que desde la primera elección que ganó viene prometiendo respetos institucionales que nunca llegan y que hoy dispara con cebita porque se le acabaron los misiles y no porque quiera o el Papa haya logrado “convertirla” en una dirigente menos agresiva y crispada. Sería un milagro. Estan preocupados porque tantos “mimos” del Papa reposicionan a Cristina desde lo simbólico, quiebran el autoaislamiento al que se sometió y mejoran las chances electorales de quien ella bendiga como su heredero. Una oyente llegó a decir que el Papa perdona a Cristina por tantos ataques que sufrió en su momento y que por eso es papa.

Pero que el resto de los ciudadanos no tienen por qué perdonarla, porque papa hay uno solo.Finalmente, la mayor división que existe entre ellos son los valores éticos. Francisco es la bandera de la austeridad republicana y franciscana en la cumbre del poder mundial. Y Cristina no puede explicar su fortuna ni la de Lázaro Báez. En ese aspecto, son algo irreconciliable. Como el cielo y el infierno.