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Delicias invernales

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¿Cómo dice el tango? “Sabe que la lucha es cruel y es mucha”, etcétera. Y sí, lo es. Digo, la lucha contra el frío. O será nomás que yo no estoy formateada para aguantar estas temperaturas. ¿Alguien lo está? No, mi estimado señor, no y no. Estamos, todos, señoras, señores, niñitos, ancianos, todos destinados a un clima benévolo con cielos azules y alguna nubecita para dar color al paisaje, brisas amables, soles generosos sin exagerar y noches frescas como para frazadita liviana. El resto, estos fríos paralizantes, sólo merece mi odio más furibundo. Y eso que para consolarme pienso en los esquimales y, sin ir más lejos, pienso en Siberia, en Verkjoyansk, lejana población de las que nos decían en el colegio (quinto grado) que era la ciudad (¿ciudad?, ¿ciudad ese agujero mortal?) más fría del mundo, con cincuentitantos grados bajo cero mañana, tarde y noche. Dígame si puede ser, querida señora, porque la verdad, ¿qué prefiere usted?, ¿una solerita, sandalias, sólo dos prendas livianitas de ropa interior que no vamos a nombrar, no sea que los talibanes vernáculos se enojen, y la playa. Y los helados. Y los atardeceres dorados. Y los pajaritos cantando arias de ópera cuando amanece? ¿O prefiere camiseta, calzoncillos largos, medias de lana, botas, camisa de mangas largas, tres sweaters, un chaleco, saco, campera, bufanda, guantes? No, no le creo. Discúlpeme, ya sé que usted no miente (casi) nunca, pero no le creo. Posiblemente, lo que nos hubiera correspondido a los seres humanos, de no haber sido por el pecado original, habría sido la desnudez  absoluta e inocente, y para eso hace falta un clima fastuoso, brillante, cálido, musical: el verano, vamos. Bueno, está bien, será que yo no soy un buen elemento para ir a la Base Marambio, que ni ganas me dan de semejante hazaña. Y será que he de aprender a comprender a los que me dicen que se trabaja mejor y se duerme mejor en invierno... ¡uffff!