COLUMNISTAS

Democracia salvaje

Por Norma Morandini

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No alcanza con no tener a un general en la presidencia para decir que vivimos en una democracia.
Eso lo sabemos hoy, cuando se vive con naturalidad un poder personal que se hizo autoritario a expensas de debilitar el Parlamento, subordinar la Justicia y descalificar la crítica.
Se confunden las elecciones con plebiscitos, se grita “Viva la Patria” pero se quiere matar al compatriota; se enarbolan los derechos humanos pero no se denuncia que, peligrosamente, se vuelve a utilizar la contrainteligencia militar de los tiempos del terror para reprimir y perseguir a los activistas sociales para evitar que se desnude la mentira del relato oficial “no reprimimos la protesta”.
Es esa falsa lógica de reprimir o dejar hacer, cuando de lo que se trata es de la autoridad de la ley democrática que obliga a la disuasión, la negociación. No a los golpes ni con la mentira.
Todas las sociedades que como la nuestra transitaron del autoritarismo a la democracia debieron aprender a combatir el delito con la ley en la mano. La tortura es incompatible con la democracia, como lo es la inteligencia interna para convertir en enemigos de guerra a los que son simplemente adversarios, opositores políticos o un ciudadano de a pie.
Como la política incluye también sus espectros, el video que mostró al gendarme que se tira sobre el capó de un automovilista, en realidad un militante de izquierda, retrotrajo la mentira heredada de la inteligencia militar cuando se presentaban como enfrentamientos lo que fueron fusilamientos.
Si la crisis de 2001 le sirvió como argumento al Gobierno una década después, la borrachera de la inflación y las cifras de la pobreza delatan lo que también explica la crisis actual: el retroceso democrático. Si la convivencia política es negociación, nosotros no salimos del estadio del trueque. De ese clientelismo de cambiar votos por favores. Y un Parlamento que funciona a control remoto.
Me siento una hija política del 2001, que me impulsó a cambiar la pluma de la escritura por la tribuna política. Por eso, mi vida legislativa tiene casi la edad de este periódico que puso estas páginas al servicio de los temas y los problemas del país, como debe ser en toda democracia que se precie.
Nada mide mejor el desarrollo de una sociedad que la calidad de sus periodistas.
A pesar de la deslegitimación de la prensa que realizan los funcionarios, la comunicación directa del atril presidencial y el creciente gasto público de la publicidad oficial para hacer propaganda de gobierno no garantizan la información como un derecho ciudadano.
Una vez que una sociedad ejerce efectivamente el derecho a decir, ya nadie se puede arrogar el mesianismo de hablar en nombre de otros.
Menos aún confundir disenso con traición o hacer del legítimo ejercicio de la libertad un acto de coraje.
 En estos años, también, apareció un ciudadano activo, participativo. Desde los televidentes que se desvelaron frente al televisor para presenciar esa escenificación de la política que es el debate parlamentario a los indignados a tiempo para evitar la furia tardía.
Sin embargo, la indiferencia del poder frente a los reclamos domesticó muchas rebeldías. “Es lo que hay”, la odiosa frase con la que se oculta la vergüenza de estar entre los más corruptos de la tierra, un mérito de unos pocos, amparados por toda la buena y honesta gente de nuestro país que todavía no sale de la comodidad de la tutela sin saber que tiene en sus manos un poder enorme, el del voto, la voz y el veto social.
A un año del recambio de gobierno vuelvo a preguntarme, tal como lo hice la primera vez que subí a un palco electoral, ¿cómo haremos para hacer de los retazos políticos una manta democrática?
La Argentina de hoy es infinitamente más compleja de lo que fue en su pasado reciente y demanda creatividad, participación ciudadana responsable que controle más y escrache menos.
Al final, la democracia es cultura. No alcanza sólo con ir a las urnas si no validamos antes nuestro pacto con la decencia democrática.
Tal como advirtió Martin Luther King: “O nos disponemos a vivir como civilizados o preparémonos a morir como salvajes.”

*Senadora de la Nación por la provincia de Córdoba.