El inicio del Siglo XXI arribó con una gran variedad de acontecimientos que han alterado profundamente las dinámicas mundiales. Los más recientes eventos, tales como el ascenso de Donald Trump al poder, el Brexit, el creciente protagonismo de China, el resurgimiento de Rusia, múltiples rispideces entre actores estatales y el aumento de la actividad vinculada al terrorismo islámico y las organizaciones criminales, entre tantos otros fenómenos, ponen de manifiesto una y otra vez una lógica que parece caracterizar a la Argentina de las últimas décadas. La necesidad de debatir las bases constitutivas de una Estrategia Nacional de Defensa que, consistente con la Estrategia Nacional de Desarrollo, defina lineamientos y objetivos que comprendan a sus diversas dimensiones.
¿Deben las Fuerzas Armadas participar en el combate contra el narcotráfico? ¿Deben participar en el combate contra el terrorismo? ¿Cómo resguardar nuestros recursos estratégicos? Estas interrogantes suelen ocupar el lugar central de los relativamente pocos artículos y notas de opinión referidas a la temática. Lo que se observa como derivación son dos emergentes opuestos. Por un lado, quienes abogan por la separación tajante entre Defensa y Seguridad como una suerte de mandamiento bíblico. Por el otro, quienes siguiendo la agenda enfatizan que las amenazas contemporáneas imponen la unificación. El denominador común entre ellas es que ninguna coloca en el centro del análisis la relación entre desarrollo, inserción internacional y Defensa.
En este sentido, parece oportuno incorporar otras cuestiones ¿Estamos en capacidad de defender la soberanía nacional en el dominio terrestre, aéreo y marítimo? ¿Cuál es la situación en el Atlántico Sur? ¿La Defensa debe subordinarse a la Política Exterior de manera automática o ambas opciones son formas contribuyentes a la proyección externa con sus distintas gramáticas? ¿El Desarrollo de capacidades científico-tecnológicas e industriales domésticas es un objetivo estratégico de la Defensa Nacional en países no industrializados en el siglo XXI?
Estas incógnitas al igual que tantas otras del mismo tenor o incluso más fundamentales, surgen esporádicamente en diferentes espacios tanto académicos como políticos. No obstante, suelen permanecer aisladas dando lugar a discusiones inconducentes. Eventualmente el accionar político tiende a dar prioridad a lo urgente y rara vez a lo importante, generando incongruencias legales, burocráticas y políticas.
Lo que resulta evidente es la necesidad de impulsar y jerarquizar la discusión. Volver a debatir la Defensa Nacional en un marco institucional democrático, inclusivo y plural, integrado por voces que reflejen a diferentes expresiones de la sociedad, se constituye en una condición sine qua non para alcanzar consensos básicos. Convocar a especialistas, académicos, ONGs, instituciones, legisladores y referentes políticos, velando por la mayor representación social y política posible manteniendo un piso axiológico de debate serio y enmarcado en reglas de respeto y tolerancia.
La Defensa Nacional no solo no es un asunto exclusivo de los militares, tampoco debe reducirse a la reiterativa problemática de las relaciones civiles-militares. Como función indelegable del Estado es fundamental comprender su naturaleza Política (con mayúsculas), por lo que atañe a las fuerzas vivas de la sociedad en su conjunto. La correcta forma de hacerlo en una República democrática, en virtud de la relevancia sustantiva de la temática en cuestión, es poner en funcionamiento mecanismos institucionales que abran el juego a una gran debate de carácter federal que coloque los cimientos de una estrategia de defensa que vele por los intereses nacionales en cumplimiento del preámbulo de la Constitución Nacional.
La presente propuesta de ninguna forma surge como una iniciativa novedosa. En el año 2003 se instrumentó el proyecto denominado "La Defensa Nacional en la agenda democrática" que cumplía similares objetivos y que proponía una hoja de ruta. Al margen del grado de efectividad que tuvieron sus conclusiones sobre las acciones implementadas por las gestiones ministeriales posteriores, el valioso espíritu que inspiró aquel proyecto y la visión constructiva de quienes participaron representa un activo que merece recuperarse.
Los debates sobre el pasado no deben obstaculizar los desafíos del presente y los que aun están por venir. La experiencia debe servir como aprendizaje que construya a partir de un compromiso positivo de reflexión de las transformaciones necesarias para el futuro. El constante retorno al pasado ha generado un círculo vicioso negativo que no ha permitido enfocarse en los innumerables desafíos actuales que exigen política, gestión y recursos.
La urgencia de la coyuntura demanda postergar nuevamente oportunidades en el desarrollo de sectores que ya existen en la Argentina. Elegimos acudir constantemente al exterior cuando el potencial existe internamente. Por ejemplo, tenemos actualmente la infraestructura y el capital humano para ser vanguardia en el sector aeroespacial o en el naval. Objetivos claros, capacidad de gestión y apoyo de la política son elementos que articulados pueden generar impactos favorables tanto en lo económico como en lo científico-tecnológico.
Una vez más nos encontramos frente a una ventana de oportunidad para debatir qué lugar asignamos a la Defensa en función de los intereses nacionales que aspiramos preservar, cómo nos insertamos en el mundo y qué tipo de Fuerzas Armadas queremos y necesitamos para estas cuestiones. Justamente en esa clave parece mucho más adecuado establecer los roles y misiones de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad. Evadir el saludable ejercicio democrático de disentir y acordar será funcional al mantenimiento del olvido crónico del asunto.
Modificar las normativas sin esa reflexión y un compromiso explícito de transformación, no solo conducirá a nuevas frustraciones sino que probablemente implique perpetuar el preocupante estado actual. Recordemos la famosa frase de Séneca: A los que corren en un laberinto, su misma velocidad los confunde.
(*) Licenciado en Ciencia Política (UdeSA) y Magister en Estrategia y Geopolítica (ESG).