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Denuncia a tu padre

Leticia comenzó a preguntarse qué había hecho su tío abuelo durante la dictadura. Supo que había sido teniente del Ejército en una provincia en la que funcionaban varios campos clandestinos de concentración.

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Leticia comenzó a preguntarse qué había hecho su tío abuelo durante la dictadura. Supo que había sido teniente del Ejército en una provincia en la que funcionaban varios campos clandestinos de concentración. Un día lo vio por televisión sólo unos instantes; acompañaba a un conocido represor mientras éste intentaba eludir un escrache.
Interrogó a su padre, un ex militante de la JP. Este le garantizó que el tío era un “gran tipo” y le recordó que ayudaba a la familia con dinero cada vez que necesitaban. No debía pensar mal de él.
—¿Nunca se te ocurrió pensar que tenés familia de militares y que esos militares pudieron intervenir? –insistió ella.
—Del tío no se podría sospechar –la cortó él.
Desafiante, Leticia anunció que descubriría toda la verdad. Su padre le adivirtió que mataría del disgusto a su abuela de 86 años, hermana de su sospechado y a quien Leticia adoraba.
Leticia planteó el dilema a su psicólogo. Este la alentó:
—Es un dato re- importante.
El psicólogo (que, a su pedido, llamaré Ismael, así como llamo Leticia a Leticia), sobrino de dos desaparecidos, tenía experiencia. Había analizado antes a Ana Rita Vagliati Pretti, hija de Valentín Milton Pretti, integrante de los grupos de tortura de Miguel Etchecolatz y, a lo largo del proceso, acabó por acompañarla en su decisión de repudiar el apellido paterno como rechazo simbólico a la violencia del padre.
Con ella, Ismael había comprendido que era posible tender un “puente”, según decía, hacia el “lado oscuro”. Así surgió El Puente, que reúne a familiares de desaparecidos con familiares de represores que repudian los crímenes de éstos en la dictadura.
En lento goteo, siete de tales familiares se sumaron: tres hijos, dos ex esposas, una sobrina nieta. Y, con ellos, algunos datos que podrían, se esperanzan, ayudar a encontrar información sobre desaparecidos, niños apropiados, represores nunca denunciados.
(Aunque de actividad pública, todos los integrantes de El Puente se identifican con nombres falsos desde la desaparición de Julio López, el testigo contra Etchecolatz. “Hasta que el Gobierno no encuentre a los responsables y nos den alguna garantía, seguiremos con bajo perfil”, explicó Ismael).
Con el aliento de Ismael, Leticia hurgó en álbumes familiares hasta que encontró una foto del pariente que investigaba. Comenzó a visitar a una tía abuela, su hermana, para obtener más información, aunque sin confrontarla directamente: juntas, miraban Montecristo.
Conmovida por la telenovela (en la que la heroína buscaba a su hermana, apropiada en la dictadura por los secuestradores de sus padres), la tía abuela reveló que una amiga suya había sido la secretaria privada de un empresario cercano a un represor importante. El empresario había adoptado dos bebés de modo sospechoso. Al caer la dictadura, se los había llevado a Europa; allí vivían todavía.
Leticia reunió todos los datos que pudo y los llevó a El Puente, donde buscaron el nombre del empresario en guías telefónicas del país al que había emigrado y rastrearon los contactos de su empresa con la dictadura. Cuando no se les ocurrió qué más buscar, Leticia llevó el reporte a Abuelas de Plaza de Mayo para que ellas continuaran la investigación.
Su padre la apoyó en esto, pero Leticia no consiguió que la ayudara a indagar sobre su tío abuelo; allí trazaba la línea. Ella ya tenía una foto y muchos de sus datos biográficos. Sus compañeros de El Puente le dijeron que debía llevarlos a la Conadep para que lo investigaran: con la difusión de su rostro, seguramente alguien lo reconocería.
“Necesito hacer algo para saber que alguien puede ser feliz. Necesito hacer algo social, y pienso que puede ser esto”, me explicó Leticia.
Pero ese segundo paso no lo ha dado y no puede decir cuándo lo hará.
“Yo me mataría si le pasa algo a mi abuela por esta decisión que yo tomo”, se justificó. Además, como resolvió irse a vivir con su novio sin casamiento previo, en contra de la voluntad de sus padres, ya tiene “muchas peleas” y, según dice, “no puedo soportar psicológicamente otro conflicto”.
Por eso, no fue a la Conadep. Pero ¿y si la investigación revelara que su tío abuelo no es culpable?, pregunté.
Me miró con sorpresa.
—Yo no tengo hechos concretos –dijo, finalmente–. Tengo sospechas. Capaz (que) no soy tan útil.
—¿Cómo se sentiría –insistí– si descubriera que su tío abuelo no es culpable?
—En realidad, puede ser que sintiera un alivio –vaciló–. Pero también sería un alivio para otros familiares si lo descubriera. Puedo hacer feliz a otras personas que viven por el solo hecho de que se descubran estos casos.
“Sé que tengo una contradicción”, se despidió, con una sonrisa tímida.