Grondona fue el primero en salir del túnel oscuro a la luz enceguecedora de diciembre. Detrás aparecieron Meizner, Domínguez, Aguilar, Israel, Eduardo López, Muñoz, en su despedida, Romo, Alvarito Castro, Pompilio y un periodista que salió con el bombo y provocó quejas de varios dirigentes con aspiraciones a que alguna vez se les reconozcan sus méritos. “Ustedes levantan la mano como siempre en las jugadas confusas. Para eso están”, les dijo el indiscutido capitán.
El equipo invencible salió al terreno con su propio árbitro, Marconi, asegurándose de que se jugaba de cualquier manera. Importante detalle para el último partido del año.
Los puestos y números no eran relevantes en un equipo al que le da lo mismo FIFA, AFA, Consejo Federal o algún tribunal. Polifuncionales, defensores y atacantes según la conveniencia del momento, la distribución en el terreno depende de las circunstancias.
La camiseta con el logo de TyC, sponsoreado por Fox, Cablevisión, Puntogol, les quedaba al pelo. Las medias chupadas por los zapatos con tapones para todo terreno, judiciales en especial, eran al tono, todo a rayas.
Después salieron los “contras”que, como era habitual, no pudieron completar los once. Una cuestión de amor propio, un conjunto de voluntades vencidas de antemano.
El sorteo se hizo con una moneda que tenía de los dos lados la misma cara, la del prócer de la AFA. En el intercambio de regalos, los contras ofrecieron una muy buena nota de Ezequiel Fernández Moores de estos días, y los dirigentes entregaron un sobre sin aclarar qué, o cuánto, contenía. Mutuamente se rechazaron y ahí nomás partieron las amenazas.
Eligió arco y mover Grondona, y ya empezó el partido.
De entrada nomás Julio sacó a relucir la ferretería, como hace siempre: trabó bien arriba a Román Iutch y lo tiró contra los carteles. El juez lo sacó de la cancha a Romancito por exagerar la falta. “Esa no va en la edición”, dijo el director de cámaras. “Andá a la pelota, nada más”. Acto seguido, Aguilar, que venía furioso del juzgado, malogrado además su pase al Locarno, lo sacudió a Gustavo Grabia y, con éste caído, se agachó y le dijo: “Andá a denunciar ahora, infiltrado”. El director dijo: “Esa tampoco” y el editor, molesto, murmuró: “Ya sé...”.
Los goles empezaron a sucederse de tal manera que el Gobierno envió nota de felicitación anticipada y firma, claro, a los monopolistas, invitándolos al palacio.
El primero fue de Israel, desmarcado, en las sombras del área de la tarde, y Pompilio le ofreció un discurso cuando volvían al centro del terreno. Enseguida, López, con la mano, y Alvarito, el tercero en un rebote viajero. De inmediato corrió a ofrecérselo a Grondona. “Es como si fuera tuyo”, le susurró al oído. “No –le espetó el ídolo–, declará que se lo dedicás al interior, algo hay que darles.”
Meizner se perdió un gol en la boca del arco y Julio le gritó: “No importa, esperá la otra, vos seguí así”. Muñoz protestó porque “aquí nadie va para atrás”.
Entonces, era hora, apareció el capo y enloqueció a la defensa de pleitos perdidos. Se mandó seis acomodos en el área, ofreció un viaje para allá y otro para allí, cambió el discurso sobre la marcha y, aún “neófito” para jugar de cabeza, a la salida de los enganches, de bolsillazos, se mandó tres goles al hilo. Se los gritó en la cara a unos atribulados periodistas que, detrás del arco, empezaron a mirar para otra parte.
Hubo un ataque aislado de los contras, pero los mató el achique y los dirigentes de la tribuna ya tenían la mano en alto, en su salsa, presionando al juez, aun si juega para ellos. El periodista que representaba a los suyos en el dream team ideal tapaba todos los agujeros posibles, y proponía discutir sobre la altura del pasto. Al rato vino la pelota de arriba para Romo –de dónde, si no, pensó éste–, preparó la volea y ahí nomás, Marconi le ganó de mano. “Venía tan linda... –le explicó a Romo– que no la podía dejar pasar.”
Los contras, resignados, ni protestaron. Un juez divino los protege a estos tipos, pensaron, y siguieron en la suya, por más estéril que resultase. De a poco, se fue el partido y otro año con los ganadores de siempre. La estadística los absuelve. Ya ni se cuentan los goles ni sus victorias. ¿Para qué? Volvieron al túnel del que salieron y firmaron la camiseta para varios programas. “Creo que estamos en el buen camino”, sostuvieron ante las cámaras. “Lo hicimos por la gente que confía en nosotros.” “Teníamos fe en la victoria pero no así, por paliza.” “Estamos llenos de proyectos y preparados para lo que sea.” “La historia la escribimos nosotros.” “Nada ni nadie nos para.”
El diario ocupó tres cuartas partes con la foto del goleador. “Cada día más alto”, fue el título. “Los contras ya ni corren”, escribió en el epígrafe. “Se venden más autos que nunca”, era otro anuncio y en el espacio restante: “Uñas encarnadas: un 50 por ciento más”.
Y todos se unieron en el brindis para desearse un 2008 igual. ¿Para qué pedir más?