Marion Dupont en una reseña de Le Monde, mencionaba esta semana las tesis del filósofo alemán Hartmut Rosa, quien al comienzo de este siglo consideraba que la aceleración impulsada por la tecnología era el núcleo y la esencia misma de la modernidad. Poco después, el filósofo británico Nick Land, quien en los 90 reflexionaba en igual sentido sobre los vínculos entre el capitalismo y la aceleración, dio un giro para comenzar a pensar en una “neorreacción”.
La “neorreacción” de Land es apenas la sombra de un dragón: el neoautoritarismo.
Cuando Bush padre asumía la presidencia de los Estados Unidos, un joven chino cruzaba el país, conversando con todo aquel que le parecía relevante. Profesores y alumnos universitarios, directivos y empleados de Coca-Cola, políticos, periodistas; dependientes de Chinatown, personas sin hogar y, emulando a Truman Capote, también habla con empleadas de la limpieza. En fin, un corte transversal del país en aquella época. El resultado es un ensayo, America against America, publicado cuando Francis Fukuyama vislumbra el fin de la historia. Su autor, el sociólogo Wang Hunning ve otra cosa y hace célebre ese libro porque intuye el desencuentro que se materializa con el ataque al Capitolio como símbolo de la era Trump: el choque brutal entre la globalización y el proteccionismo.
Hoy Hunning es el número cuatro del Comité Permanente del Politburó chino y es uno de los principales asesores de Xi Jinping en la búsqueda de la hegemonía china mediante su modelo aceleracionista de la economía. Es el principal teórico del neoautoritarismo y no solo es autor de eso. Cada vez que Jinping menciona el Chinese Dream, sigue la narrativa de Hunning.
Peter Thiel no se define como un neoautoritario; es más, jamás adoptaría un rótulo que proceda de su némesis oriental.
Thiel es el único intelectual del equipo de billonarios tecnológicos que rodean a Donald Trump y basa sus tesis en el sistema filosófico de René Girard, pero eso no es importante ya que, en el fondo, nunca le ha interesado de dónde proviene el pensamiento de Girard, sino al contrario, hacia dónde le permitiría proyectar el suyo.
¿En qué cree Thiel? Lo ha expresado en una conferencia titulada El Momento Straussiano, en la que sostiene que la modernidad y la Ilustración erosionaron los mitos fundacionales que unificaban las sociedades; Thiel ve un camino de regreso a un Estado original, una vuelta a un liderazgo grandioso y sin restricciones. Es por eso que plantea un encuadre político que funcione al margen de los controles y equilibrios de la democracia representativa; un marco excepcional controlado por una vanguardia elitista que opere en la sombra, sin el lastre de la supervisión democrática.
El vicepresidente J.D. Vance llegó a la política con su apoyo y financiado por él y lo ha ubicado, nada menos, que en la vicepresidencia. Desde allí, con su manos, Thiel mece la cuna del poder.
Cuenta Walter Isaacson en su biografía de Elon Musk que se reunieron Thiel y Musk para valorar la fusión de sus empresas y crear PayPal. Fueron a almorzar y Thiel se dejó llevar por Musk a bordo de su flamante McLaren. “¿Qué es capaz de hacer este coche?”, –preguntó Thiel. “Fijate”, –propuso Musk. Pisó a fondo el acelerador y en la primera curva el eje trasero se rompió, el coche dio vueltas, chocó contra un terraplén y voló por el aire. Musk salió indemne. Thiel, también, pero el milagro fue mayor, cuenta Isaacson, porque no tenía puesto el cinturón de seguridad. Todo un libertario.
Todos aquellos que no lo somos, ¿tenemos un cinturón para sobrevivir esta aceleración?
*Escritor y periodista.