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Desamparo

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Tengo amigos y amigas que viven en otros países, lejanos o cercanos. Son colegas o no. Tienen alguna actividad afín a la mía o no. Pero todos, sean lo que fueren, son atentos y cariñosos y siempre nos comunicamos por acontecimientos varios, nacimientos de bebés, cumpleaños, casamientos, premios, vacaciones en la montaña, esas cosas, mediante mail o teléfono. Allá en el norte
están ahora en pleno invierno así que me hablan de la nieve y las tormentas y el frío y los días cortos y oscuros y el fueguito amable del hogar. Son gente muy interesante y yo los quiero mucho y por suerte nos hablamos o escribimos a menudo. A menudo también, me dan un poco o un mucho de lástima. No porque estén en invierno, no, ya les llegará de nuevo el verano. Me dan lástima porque viven en países muy aburridos: no conocen ciertas emociones que a nosotros nos sacuden un día sí y otro también.
Todo funciona, ¿puede creer? No hay sorpresas. No saben lo que es ese estremecimiento que nos agarra a nosotros cuando se nos cae encima el desamparo. No tienen, en una palabra, motivo alguno para sentirse vivos y presas de la tragedia inminente. ¿Miedo? No, ¿de qué? ¿Abandono? ¿Soledad? ¿Sensación de algo siniestro que se cierne en el horizonte? ¡Pero no, por favor! Si todo está bien, si una
levanta el tubo del teléfono y oye el uuuiiii que significa que una puede llamar a la tía Sinforosa a ver si se le pasó la bronquitis. Si una puede apretar el interruptor y la luz inunda el hogar con esa amistosa claridad que nos acompaña en cuanto empieza a oscurecer. Si una abre la canilla y ¡oooh! sale abundante agua. Y si en una de esas, muy de vez en cuando, impensadamente, algo se deteriora o no funciona, basta con que una llame a la empresa para que veinte minutos después llegue una cuadrilla que arregla todo en tres minutos y medio. Y todo así. Dígame la verdad, estimado señor: ¿a usted le parece que vale la pena vivir así? ¿Sin emociones? ¿Sin sobresaltos? ¿Sin malos augurios? ¿Sin nada que la empuje a una a escribir cuentos terribles que pinten la desgracia que se cierne sobre las indefensas criaturas humanas, eh? ¿Vale la pena? No, por supuesto que no. En esas condiciones nadie se inspira para escribir tragedias, componer sinfonías, esculpir el mármol, inventar adminículos que hagan la vida más fácil, descubrir nuevas sustancias que ayuden a curar horribles enfermedades. Pobre gente. Tendrían que venirse a vivir acá. En estas tierras sentirían la emoción, el sobresalto de lo desconocido, de lo amenazador, de lo inspirador, del motor de la vida, de la felicidad, vamos. ¿Usted por casualidad no trabaja en Telecom, querida señora? ¿No conoce allí a nadie para pedirle que vengan a arreglarnos el teléfono? Si sabe de alguien avíseme. Desde ya, muchas gracias.