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Desconocidos, por otra Independencia

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Desconocidos. Tengo que confesar que a los firmantes del acta de la Independencia los registro “de oído”. Sé que el Congreso de Tucumán, el día de la firma del acta, lo presidió Laprida, cuya muerte conjetural me llega a través de un bello poema de Borges.
Me atrajo, también, la actuación de Fray Justo Santa María de Oro, quien insistía en defender la forma republicana de gobierno, aun en contra de las ideas, algo más monárquicas, de los seguidores de San Martín y Belgrano, que sobrevolaron aquel Congreso.
El resto de los congresales son útiles para demostrar mi evidente ignorancia y son calles que se entrecruzan en algunos barrios de Buenos Aires.
La declaración de la Independencia fue un proceso iniciado en 1810 y que los seis años posteriores significaron marchas y contramarchas, discusiones acerca de qué nación se buscaba, heroísmos, cobardías, intereses económicos, sacrificios y pueblo.
Lo concreto es que la Independencia cumple, este 9 de Julio, 200 años. Por ese motivo, desde nuestra organización decidimos preguntar, en cuanto acto estuviéramos presentes: “¿De qué deberíamos independizarnos hoy?”. Las respuestas, personales, han sido múltiples y van desde “de mis familiares”, “prejuicios”, “de mis complejos”, a un par de respuestas que se llevaron el mayor número de adhesiones: “de vivir conectados” y “de la corrupción”.
Hemos de convenir que este Bicentenario coincide, de modo abrumador, con la luz que delata actuaciones delictivas y corruptas que resultarían cómicas si no fueran tan tristes.
En algunos círculos intelectuales, periodísticos y de café se propone recrear una “Conadep de la corrupción”. Lo valioso de esta inquietud es que resalta aquella Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, pero independizarse de la corrupción requiere, no sólo justicia y reparación sobre los hechos ocurridos, sino también desbaratar la estructura que existe en todos los estamentos de nuestro quehacer patrio.
La corrupción, hoy, no es sólo la culminación de un acto aislado ni la caída esporádica en una tentación. Se sostiene, remachada, en las bases del accionar público. Atraviesa la política, las empresas, los sindicatos, las universidades, las profesiones, los medios, la Justicia, las Iglesias y demás.
Tal vez, por este mal estructural, en lugar de una comisión que recoja testimonios de lo ocurrido debería crearse un Consejo que estudie ideas y proyectos que sirvan para generar una nueva cultura de transparencia. Propuestas que sean presentadas al Consejo y que éste, en un plazo perentorio, eleve a la comisión mixta revisora de cuentas  del Congreso y al Poder Ejecutivo.  
Mariano Moreno, en 1810, decía: “El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal”.
Los integrantes del Consejo estarán  sujetos a discusión, pero es saludable reivindicar que, en nuestro país, hay más ciudadanos/as probos que corruptos.
Sugiero algunos nombres que actualmente no ocupan cargos electivos, sólo a título de ejemplo, de una lista corta e incompleta: Martha Pelloni, Facundo Manes, Diego Golombek, Leandro Despouy, Roberto Gargarella, José Nun, Jorge Fontevecchia, Maristella Svampa, Horacio González, Hugo Alconada Mon, María O'Donnell, Graciela Fernández Meijide, Eduardo Anguita, Martín Kohan, Juan José Campanella, Carlos Custer, Manuel Garrido y usted (pido disculpas a los nombrados y a los que no).
De aquellos congresales de 1816 resalta la figura de Santa María de Oro. Una frase suya recorre los 200 años vividos y llega al presente, como una declaración de principios, pero también como una obligación: “Hemos nacido para ser República”. Argentinos, para eso hemos nacido.

*Secretario adjunto de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización  de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).

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