COLUMNISTAS
rumbo a octubre

Desilusión monetaria

El Gobierno no está dispuesto a cambiar ni los que se oponen a salir de la nostalgia. Círculo vicioso político.

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BIEN DE CAMPO. Mauricio Macri | PABLO TEMES
Estas últimas semanas pusieron claramente de manifiesto la nostalgia que siente buena parte de la Argentina por la falta de anabólicos inflacionarios: síndrome de abstinencia de actores económicos, políticos y sociales que se niegan a admitir la necedad de continuar con la emisión descontrolada en vez de enfrentar la cruda y fría realidad de instaurar un modelo de desarrollo equitativo y sustentable que gradualmente construya un entorno de estabilidad, crecimiento y movilidad social ascendente. La grieta sobrevive, es ideológica, política y cultural. Pero tiene a la política económica como uno de sus campos de batalla más relevantes. La dura puja distributiva que se desplaza desde las calles a las hasta ahora infructuosas mesas de negociaciones puede interpretarse, al margen de la legitimidad de los reclamos salariales, no sólo como una pelea material sino fundamentalmente como una lucha de naturaleza política, simbólica y hasta vivencial.

¿Cómo se sale del viejo modelo inflacionario sin generar angustia, dolor, desesperación, en los sectores que inevitablemente se verán afectados? ¿Cuántos votos de ciudadanos beneficiados por las falsas mieles de la Argentina inflacionaria, pero frustrados con la negligencia y el autoritarismo kirchnerista, recibió Cambiemos en 2015? ¿Cuáles serán las preferencias electorales de estos trabajadores o pequeños empresarios que ven amenazadas ahora no sólo su ingreso, sino su forma de vida?

Hay, en efecto, una parte importante de la ciudadanía convencida de que con la inflación estábamos mejor: se trata de un mundo donde los reclamos sectoriales (como el de los maestros) pueden atenderse pues siempre existe margen para que la Casa de Moneda imprima un poco más. Mucho más difícil es procesar ordenadamente estas demandas en el marco de un programa de metas de inflación que permita desarmar paulatinamente las bombas de tiempo plantadas por el gobierno anterior, sobre todo de naturaleza fiscal, de precios relativos, en materia de regulación, energía y previsional. Hay mesas de diálogo con actores sociales sobre temas puntuales. Lo que no hay es un marco político preciso y bien elaborado que le brinde la posibilidad de ordenar la agenda, jerarquizar los temas, encauzar los conflictos, procesar las demandas.

En efecto, todo se complica aún más por el hecho de que estamos frente a un gobierno al que, curiosamente, le cuesta pensar y hablar en serio de política, mucho más hacer política: se recuesta en un combo minimalista basado en la supuestamente buena gestión (la tiene en la Ciudad de Buenos Aires, es una deuda cara en la Nación y en la Provincia) y en una comunicación innovadora, con un estilo descontracturado y mucha buena onda. No le había ido mal hasta ahora. Pero a la Argentina que creció y que creyó en la ilusión monetaria no se la puede convencer a los timbrazos, “estando cerca de la gente”. Sobre todo, porque esta vez no tuvimos una de las típicas megacrisis argentinas que implican ajustes caóticos y puentean así la capacidad de resistencia de los actores beneficiados por el antiguo régimen.

A quienes crecieron y experimentaron mejoras materiales gracias a los regímenes de alta inflación poco les importa que se trate solamente de un truco perverso de los ilusionistas del corto plazo: adictos a la alquimia populista, perfeccionistas de atajos que no llevan a ningún lado. Ellos también son “la gente”, vivieron un poquito mejor, se levantaron muy temprano mucho tiempo felices por tener lo que parecía un buen laburo. Tenemos decenas de miles de pymes (ni hablar de los trabajadores informales) que nacieron a la sombra de la inflación y de otras medidas intervencionistas, como el proteccionismo o subsidios a los servicios públicos. ¿Cómo hacen ahora para “reconvertirse”? ¿Quién los ayuda a reinsertarse en un mercado de trabajo donde, para peor, en todo el mundo se debate el futuro del empleo? Para ellos, “el cambio” que pregona el Gobierno es percibido como una amenaza a su existencia. Y es evidente que están dispuestos a defenderla.

A este drama se le agrega el impacto de los errores autoinfligidos por el Gobierno, como el programa Precios Transparentes o una apertura comercial opaca y antojadiza que no ayuda a bajar la inflación ni a mantener la actividad en algunos sectores (como textiles, calzado y plásticos). Y las dudas respecto de la transparencia (casos como los del Correo, Avianca, incluso los Panamá Papers) alimentan un creciente malestar que impregna esta coyuntura cada vez más compleja y amenaza con contagiar el desarrollo de un proceso electoral que está adquiriendo características épicas, cuando solamente se trata de una elección de mitad de mandato.

El oficialismo parece, al menos hasta ahora, decidido a mantener el rumbo, sobre todo su objetivo de reducir la inflación. A lo sumo se especula con un cambio de personas, pero no de estrategia. Con los ilusionistas de la inflación compiten en su ingenuidad los convencidos de que esa clase de modificaciones tiene impactos relevantes. Se puede comprar tiempo, generar algunas expectativas, pero cuando se trata de un país con la fragilidad institucional, la anemia política y un debate de ideas cercenado por una mezcla de anacronismo ideológico y prejuicios posmodernos (combinado con el cuestionable papel de los medios masivos y las redes sociales), ninguna persona puede hacer la diferencia.

No hay consenso respecto del nuevo modelo de desarrollo que le permita a la Argentina salir de la decadencia. Tampoco nadie buscó generarlo. Algunos creen que no es el momento oportuno. Otros no creen en los pactos sociales. Están los que argumentan que no tiene sentido pactar con los responsables del problema (como si alguna vez los signatarios de un acuerdo efectivo hubieran tenido la posibilidad de elegir a su contraparte). “No tiene sentido cambiar de rumbo antes de las elecciones de octubre”. No tiene sentido cambiar de rumbo. ¿No tiene sentido?

El común denominador de la historia contemporánea de la Argentina (al margen de obvias diferencias en términos de la naturaleza de los actores, las coyunturas, las ideologías en pugna, incluso de las personalidades) son los proyectos políticos variopintos que se ven a sí mismos como la solución a los problemas del país, cuentan durante algún tiempo con el apoyo de la ciudadanía, pero terminan siendo una parte medular de los dilemas que supuestamente venían a
resolver.

Ojalá que esta vez no pase lo mismo. La inflación es el fracaso de la política. Pero la política suele fracasar en controlar la inflación. No en el mundo, que resolvió este problema hace décadas. Sí en la Argentina, donde nos empecinamos en reproducir este gigantesco círculo vicioso.