Sin pretender que mis dudas pasen por la metafísica o el existencialismo, reconozco que me cuesta mucho definir qué significa saber de algo. Probablemente, la respuesta sea más fácil de encontrar si uno va por el lado de las ciencias exactas o de la mayoría de las materias que uno estudió –o no– en el colegio. En el deporte, estoy convencido de que es imposible llegar a una conclusión al respecto. Al menos en tanto uno considere a una conclusión como una cercanía al absoluto. Probablemente, coincidamos en que aquéllos que llevan el sello de saber de algún deporte son los que la mayoría de la gente asegura que sabe.
Cuando el asunto pasa por nosotros, los periodistas, la zona se hace aún más gris o difusa. Entre otras cosas, porque cuando uno escucha, mira o lee llega a la conclusión de que, en muchos casos, el periodista es poco más que un aficionado que dedica más tiempo a tratar el asunto. Sea un partido de fútbol, un torneo de tenis, los Juegos Olímpicos o el menú del desayuno que se prepara en la pensión de los pibes de Argentino de Quilmes. Tal vez por eso les juro que mi proceso interior camino a la semifinal de la Copa Davis entre argentinos y rusos no fue demasiado distinto al de cualquiera de ustedes. Sospecho que los más fanáticos del tenis habrán pasado por infinidad de especulaciones camino al viernes inicial de esta serie aún de final incierto. Y, como yo, reconocerán que por su mente pasaron todos los escenarios menos el que atestiguamos concluidos los tres primeros partidos. Habremos pensado en un 3-0, en un 2-1, en un 1-2 o en un 0-3, pero ni en los más rebuscados de los análisis se nos hubiera ocurrido algo parecido a lo sucedido camino a esta victoria parcial de nuestro equipo.
La sensación más fresca es la del pésimo partido de dobles que se perdió. Es cierto que en la Copa Davis, y más cuando está en juego un pase a la final, la calificación estética de un partido suele quedar casi escondida. Pero un rato después de haber abandonado la cabina del Parque Roca, estoy en condiciones de informarles que vimos uno de los peores partidos que se hayan jugado en este nivel, con talentos como Nalbandian y Cañas dentro de la cancha. Es cierto que cualquier calificativo quedó subyacente por culpa de los vaivenes y hasta de la sensación que tuvimos de que, con el 3-1 parcial del quinto set, íbamos camino a hablar de una recuperación histórica de nuestra pareja. Pero si pasamos de la sensación de una paliza rusa en hora y media, al bajón por un partido que igualmente se escapó pero gastándose más de tres horas de Nalbandian, todo lo que transcurrió en el camino fue de una falta de jerarquía indigna de sus protagonistas. Podía pasar… y pasó.
Que el dobles haya transitado por tantos estados de ánimo fue algo inimaginable. Francamente, haber desperdiciado una ventaja de 2 sets y tres match-points en el tie-break del tercero hubieran sido razones más que suficientes para que los rusos se fueran a casa. Hasta eso descarriló en esta historia tan inesperada.
No menos inesperada que la paliza argentina del viernes. Descartemos de la escena que Nalbandian y Del Potro estén en condiciones de ganarles a Andreev y Davydenko, asunto que no está en discusión. Lo inesperado pasó por otros lados.
No me imaginaba que Nalbandian convirtiera un estreno tan difícil en un partido a un solo set. Evidentemente, aun en los momentos más complejos David tiene ese plus intangible que lo convierte en un león jugando en casa y/o por la Argentina. Andreev es uno de los veinte mejores jugadores del mundo y está en franco crecimiento. Sin embargo, bastó que perdiera el primer set –parecía que lo ganaba aun antes del tie-break– para que el partido fuera otra de las muchas demostraciones que convierten al unquillense en uno de los mejores especialistas en Copa Davis de la actualidad.
Tampoco me imaginaba que Del Potro fuese capaz de absorber tan fácilmente la presión del debut en casa. Juan Martín no sólo estrenaba su condición de singlista como local, sino que además ponía delante de los ojos de su gente el enorme crecimiento que tuvo en los últimos dos meses. En los días previos, escuché hablar respecto de cierta obligación que tenía el tandilense de rendir y ganar en esta Davis. Me sonó a algo así como que nada de lo hecho recientemente sería reconocido si él perdiera en el Parque Roca. Una estupidez en cuatro dimensiones. Una mirada muy corta de un fenómeno cuyo suceso recién está comenzando y que, seguramente, tendrá muchos disgustos entre mucha gloria. Esto es tenis, no álgebra.
Francamente, no creía ver en Juan Martín al favorito para el segundo singles. No existían demasiadas razones para pensar que un chico de 19 años, que prefiere una cancha más rápida que la del polvo de ladrillo, tuviese que ganarle en una semifinal de Copa Davis al número 6 del mundo que, incluso habiendo flaqueado más de una vez jugando por Rusia –ni siquiera brilló en la final de 2006–, venía de aguantar más que Berdych y Djokovic, quienes se retiraron ante él en los partidos decisivos de los cuartos de final y de la primera rueda que jugaron los rusos esta temporada.
Sin embargo, no sólo ganó, sino que Juan Martín dio una muestra de madurez anímica y estratégica digna de jugadores con cien partidos coperos. Por cierto, a los ojos desprevenidos la primera sensación es que Davydenko tiró todo afuera. Imposible evaluar cuántos errores cometió el ruso por culpa de Del Potro, cuya pelota llega a la raqueta del rival con la consistencia de una roca. En el peor de los casos, ¿no hay un mérito enorme en un chico de 19 años que se equivoca tanto menos que un rival más experimentado y que es nada menos que uno de los diezmejores del ranking? Como sea, fue un viernes que dejó en claro que hay Nalbandian para rato y que, quizás antes de lo imaginado, ya le damos la bienvenida a Del Potro a la elite de la Copa Davis.
Supongo que nadie que les preste atención a estas líneas creerá que valga la pena hablar del viernes y del sábado sin que le diga lo que pueda suceder hoy. No espere tanto. Si bien estamos de acuerdo en que opinar es gratis, que vaticinar es casi ridículo y que lo único que cuenta es lo hecho por los jugadores, no me animo siquiera a imaginar el escenario de esta jornada final.
Hay elementos sueltos que pueden servir para tener una idea, pero lo que pasó en los tres partidos jugados confirman el sinsentido de imaginar algo para hoy.
Dentro del equipo argentino aseguran que Nalbandian terminó entero el dobles a pesar de las 3 horas y media de esfuerzo. También calculan que los rusos mantendrán a Davydenko, quien fastidia bastante con su juego a David. Poco antes de irme del Parque Roca me comentaron que los rusos habían tenido una noche de viernes medio movidita y que, entonces, se habría decidido que hoy juegue Tursunov en su lugar. Sin embargo, Davydenko estuvo ayer entrenándose como uno más. Como sea, el desafío de hoy es uno de esos que provocan en Nalbandian esa motivación extra que lo convierte en un competidor privilegiado.
Ojalá ni tengamos que pensar en Del Potro y el quinto punto, y que Juan juegue para sus amigos contra un doble de Vladimir Putin. De no ser así, estaremos ante otro de esos escenarios en los que la respuesta anímica pesará tanto o más que las características técnicas o las estrategias.
Ojalá, por encima de todo, nuestros jugadores puedan salir a la cancha con la tranquilidad de que, al fin y al cabo, seguimos estando 2-1 arriba, resultado por el cual todos hubiéramos firmado hace 48 horas.