Cuentan que el primer incidente personal entre el ex presidente Néstor Kirchner y su colega uruguayo Tabaré Vázquez ocurrió en la quinta de Anchorena, residencia de verano del gobierno vecino, en las cercanías de Colonia. Ni un mínimo interés mostró entonces el santacruceño por este parque único, cargado de rarezas de la flora mundial, donado por su anterior ocupante, el argentino Aarón de Anchorena, un excéntrico millonario de principios del siglo pasado que se inclinaba por aventuras de todo tipo (navegación, excursiones, automovilismo) y que había cruzado por primera vez el Río de la Plata en globo (Pampero), junto a otro intrépido mito de la época: Jorge Newbery. Más bien atrevido y arrollador, lejos de la historia, en ese momento Kirchner trató de aprovechar la presunta afinidad progresista de los dos gobiernos para satisfacer una resentida curiosidad y, abusando de cierta confianza física –como el día que, en señal de respeto y cariño, le tocó las piernas a George Bush–, le reclamó con su mejor sonrisa a su colega oriental : “Ahora me vas a pasar el catastro de Maldonado, así me entero de los argentinos que se esconden y son dueños de Punta del Este”. Rictus y disgusto del interlocutor, puso distancia con el visitante y el pedido y, con su mejor cara de oncólogo para dar una mala noticia, le sugirió que ya habría tiempo para conocer esa información. No lo hubo, claro. Aquella obsesión inmobiliaria de quien no casualmente se dedicaba a invertir también en hotelería y departamentos comenzará a disiparse este mes con un blanqueo que, en una parte menor, mostrará la riqueza local no declarada en otras tierras. Proceso que impulsa Mauricio Macri luego de que en el inicio de su mandato lo negara éticamente su ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, alegando que no les iba a facilitar ese camino a los narcotraficantes que ya habían recibido ventajas con el blanqueo de Axel Kicillof (decía creer que con el trámite anterior sólo había que exteriorizar dinero físico, una mendaz afirmación). Cambió el Presidente –algunos le atribuyen influencia a Mario Quintana en la decisión–, aunque la regularización del dinero negro ya se contemplaba en un proyecto previo organizado por Carlos Melconian. Lo cierto es que esa norma desechable de pronto se convirtió ahora en insustituible para salvar la estabilidad económica y llegar a las elecciones del año próximo con cierta holgura clientelar. A partir de una fijación recaudadora que evite cualquier ahorro del Estado, justo un Estado o gobierno que sólo piensa en gastar más. Al extremo de que la urgencia por la sanción obligó a cambiar un concepto de la ley sobre eventuales excluidos con una simple fe de erratas, ridiculez ante la cual todos –oficialismo y oposición– cerraron los ojos. La cuestión es que venga la plata. Aunque ese criterio también observa críticas: el nuevo régimen favorece dejar el dinero en el exterior. O, por lo menos, regresar los fondo no es una tentación (congelarse en bonos locales no parece atractivo). Se justifican: para que no baje más el dólar que siempre estará, con Macri, por debajo de la inflación. El nuevo esquema de tributos ofrece, además, ciertas sospechas sobre la participación de terceros en la manifestación de bienes, lo que algún malintencionado califica como la creación de testaferros legales. Pero en ese detalle nadie repara: agradecen la medida aquellos que están y los que estuvieron, una alternativa para contabilidades de dudosa verificación. Nadie se quejará, entonces. Ni siquiera por la evidencia de que la constante argentina por fabricar dinero no declarado, por la cual ha sido imprescindible este blanqueo, habrá de continuar con la misma intensidad que antes: no se sabe de ningún proyecto oficial para desmontar la brutal carga impositiva que genera el negro. Estas son objeciones generales, hay otras particulares que tal vez se corrijan, ya que por ejemplo en el plano financiero – aunque resulte insólito por las personalidades que participan– se cometieron errores de principiantes burocráticos (caso de la fecha del cierre de los extractos) que hasta podrían anular el espíritu y la ejecución de la norma.
Demasiados. Como participaron muchos organismos en la hechura del blanqueo, nadie asume la responsabilidad final –al menos, frente a los errores–, algo semejante a lo que ocurre en el área económica del Gobierno: demasiadas voces cuando una sola, la de Prat-Gay, siente que debería ser la principal. Y tal vez, única. No se corresponde con el pensamiento de Mauricio Macri, quien desea tutelar él mismo lo que dividió en zonas y protagonistas de su gabinete. Fue, dicen, por afición personal admiración a Kirchner, también para mitigar el ego de Prat-Gay, inútil tarea en la que se encuentran sus compañeros de escuela desde hace cincuenta años. El resto del “equipo” piensa como el mandatario, con el agravante de que se malquista con el ministro, quien para irritarlos no suele concurrir a las reuniones de sus pares e influyentes a las que no asiste el Presidente. Obvio: crecen las desavenencias, avanzan los deterioros, el miedo y los deseos (repentinamente más de uno interpreta, por ejemplo, que Prat-Gay apareció fotografiado con Elisa Carrió cuando no la reverenciaba desde hace años, como si la diputada fuera un soporte clave para su continuidad). Sin embargo, nadie imagina a Macri propiciando cambios. No es su estilo de CEO, se formó en una familia en la que se evitan las rupturas. O se compensan sabiamente. Otra ola movimientista en el Gobierno se advierte en su relación con la titular de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, quien recoge adhesiones múltiples en las encuestas sin que nadie explique si gobierna mal o bien para los que la favorecen. Una fenómeno de fe, carisma. Y de actitud personal: cuando Macri impone las tarifas, ella sanciona el boleto gratuito para los estudiantes. Por esas diferencias, arde Marcos Peña, entre otros, no demasiado feliz con la exhibición de esas conductas contradictorias, aunque admite que la estrella bonaerense los beneficia a todos en ese distrito clave. Se suma Peña, claro, a Horacio Rodríguez Larreta, otro adversario en las sombras de Vidal, quien cabalga con peronistas que ni se asoman en el ámbito porteño. Aquel que no quiera entender este cuadro dispone de otra imagen complementaria para la descripción: el doble estándar de Elisa Carrió, quien es una opinando sobre Macri y otra ensalzando a Vidal (aunque dinamite a sus cercanos). Casi un cerrojo femenino contra la masculinidad de la Rosada.