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Desaparecidos

Deuda pendiente

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La primera, y urgente, es la aparición con vida de Santiago Maldonado. Mientras no aparezca, el crimen de la desaparición continúa, y sólo se anulará con su reaparición. Mientras no esté, su ausencia es un delito que se está cometiendo.

Y esto me lleva al terrible tema de los desaparecidos durante la dictadura, con algunos más que se deben añadir.

Los desaparecidos continúan constituyendo un delito “en acto”, un delito que se continúa cometiendo. Y como la única suposición válida es considerarlos asesinados, la exigencia para que el delito deje de cometerse es la entrega de sus cadáveres. No corresponde ni olvidar ni aceptar cosas tales como “que pasó mucho tiempo” o el desanimado “vaya uno a saber dónde están”.

¿Es válido reclamar sus cadáveres? Claro que sí, tenemos todo el derecho de hacerlo, así como que el Estado nacional tiene la obligación moral, y religiosa, de devolverlos. ¿Es posible que se restituyan esos cuerpos, esos restos mortales? Sí, claro que sí. Porque los represores saben muy bien dónde está cada uno de ellos. La Justicia ha probado que existió un plan sistemático de desapariciones, perfectamente planeado y decidido, y también rigurosamente documentado. Si los represores no han procedido a la devolución de los cuerpos, es simplemente como venganza por la acción de la Justicia y los consiguientes castigos que merecieron.

O sea que todavía existen acciones posibles para obtener de ellos la información de dónde está cada uno. Muchos todavía lo saben, y saben en qué archivos, en qué escondrijo está la información.
Los crímenes con los desaparecidos de la dictadura –así como otros posteriores– se continúan cometiendo, y sus ejecutores orquestaron una venganza siniestra con su silencio. Ante el cual la sociedad no ha tenido, ni tiene, la actitud de firmeza que corresponde.

El Estado puede y debe accionar para contar con esa valiosa e imprescindible información. Se lo debe a las madres y abuelas, a las esposas y esposos, a los compañeros y a la sociedad en su conjunto. Todas las culturas, y la nuestra lo enfatiza, consideran sagrados los cuerpos de los fallecidos: hay que honrarlos, hay que enterrarlos o incinerarlos, y sus restos o sus cenizas merecen un permanente homenaje de sus deudos, de sus descendientes, del resto de quienes formaron su entorno y vivieron con ellos, de quienes los recuerdan por sus acciones y por su presencia.

La Iglesia Católica enseña que el cuerpo de los hombres es sagrado, y así como se deshace con la muerte, será glorioso un día, compartiendo la resurrección y la vida del Salvador.

Y para quienes profesan otras religiones o los no creyentes, el cuerpo de los muertos no es desechable, merece un lugar, un homenaje y un recuerdo de quienes continúan la vida.

Ante tanto crimen y tanto dolor, con frecuencia se oyen voces apelando al perdón y a la reconciliación. Reconciliación que sólo será posible mediante el conocimiento de la verdad y el imperio de la justicia. Ante la deuda de los desaparecidos, falta conocer la verdad de dónde están sus cuerpos, y su consiguiente devolución. A la justicia hacia tantos torturadores y asesinos, como están hoy presos, le falta, para que sus crímenes se interrumpan, que la sociedad recupere esos cuerpos.

Santiago Maldonado es un hombre vivo que tenemos que salvar. Y los desaparecidos que fueron asesinados durante la dictadura son cuerpos, son personas, cuyo reclamo es tan exigente como la vida de todos los desaparecidos y de-saparecidas que, por diferentes crímenes, ocurren con demasiada frecuencia en esta Argentina de hoy.
   
*Poeta y crítico literario.