Luis D’Elía levantó los brazos y agradeció al cielo por el regalo. La denuncia del FBI de que la valija de Antonini Wilson traía dinero de Chávez para la campaña de Cristina Kirchner no podía ocurrir en mejor momento.
D’Elía es el líder piquetero que pasó de la protesta en las calles a un despacho oficial durante la primera etapa del gobierno de Néstor Kirchner, del que se considera miembro fundador. La Subsecretaría de Tierras para el Hábitat Social, creada a su medida, le significó un buen sueldo (aunque, se quejó, nulo presupuesto para actuar) y mucha visibilidad pública.
D’Elía representaba el costado más izquierdista de Kirchner: hacia adentro, su alianza con los piqueteros; hacia afuera, con Chávez.
D’Elía fue uno de los principales organizadores de la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, en 2005, en la que Chávez y Fidel Castro tuvieron papeles estelares.
Encabezó un acto de apoyo a Irán contra el pedido internacional de captura de funcionarios iraníes en el caso AMIA. Lo hizo luego de reunirse con el embajador venezolano y en desafío abierto a una orden de Kirchner.
Kirchner se preguntó si D’Elía le obedecía a él u obedecía a Chávez. Lo echó del Gobierno. Desde entonces, D’Elía se sintió víctima de una injusticia. ¿Acaso no lo llamaba Néstor a cada rato para pedirle favores, algunos muy difíciles, y él corría a complacerlo? ¿Acaso no le rogó que apelara a su relación con Osvaldo Peredo, el político boliviano cuyos hermanos pelearon con el Che y al que había conocido en una visita a Chiapas, para que éste a su vez lograra que Evo Morales vendiera gas barato a la Argentina en medio de la crisis energética que podía costarle a Kirchner el gobierno?
¿Acaso durante la cena de agasajo al presidente Correa en el Palacio San Martín no le rogó el canciller Taiana que hablara con Alberto Fernández para que Kirchner no hiciera un discurso tan virulento contra Irán en la Asamblea de las Naciones Unidas de septiembre pasado?
¿Y no se reunió un viernes por la noche con Fernández en su despacho de la Casa Rosada y le transmitió la posición de los iraníes, por los que ahora hablaba, y prometió en su nombre que el presidente Ahmadinejad no contestaría a Kirchner en Nueva York si éste se limitaba a condenar internacionalmente a Irán pero al mismo tiempo le pedía colaboración judicial?
¿Acaso no decía públicamente que el de Kirchner era el mejor gobierno de los últimos cincuenta años?
Pero Kirchner no levantaba el teléfono para decir muchas gracias. Kirchner había elegido fortalecer la relación con el gobierno norteamericano. Con Cristina, las cosas prometían ser peores.
Días antes del recambio matrimonial, D’Elía apoyó la decisión de la CTA, la central sindical sin personería, de convocar una marcha a Plaza de Mayo para el 22 de abril de 2008 –él liderará, quizás, una columna del interior–.
La semana anterior a Navidad se reunirán en el hotel Bauen los grupos piqueteros que marcharon este jueves a la Plaza para definir su política frente a Cristina; allí estará también D’Elía.
El lunes pasado, D’Elía estuvo en la Plaza con su gente, y ordenó la retirada justo antes de que Cristina saliera al balcón. Para mostrarle: “No somos los Montoneros, pero…”.
Veían que ella se inclinaba hacia el otro lado.
Pero entonces ocurrió el miércoles.
Cuando una empleada de Aduanas descubrió la valija con dólares del venezolano-americano Antonini en agosto pasado, D’Elía debió desmentir una hipótesis principal sobre el destino de los fondos: el dinero no era un envío de Chávez para los piqueteros (tuvo que admitir, sí, que Chávez daba dinero a los piqueteros, pero con métodos legales: “No hay necesidad de ilegalidad”). Lo que había ocurrido, denunció, estaba muy claro: era una operación de la CIA. Había pasado mil veces en América latina.
Sólo el gobierno de Chávez avaló su teoría. En privado, “la inteligencia venezolana” le aportó algunos datos: se trataba de una operación de la CIA, coordinada por su agente en Uruguay, William Cooper, que buscaba golpear “a tres bandas” a Chávez, los Kirchner y Tabaré Vázquez (Antonini había hecho otra escala en Uruguay). Antonini, según esta teoría agente de la CIA, se había hecho amigo del hijo del presidente de PDVSA, Daniel Uzcategui, que lo subió al avión. Así se tendió la trampa. Nadie más apoyó sus dichos. Pero después del miércoles Cristina validó la teoría en público y ratificó su alianza con Chávez.
Cristina ya no será Hillary, pensó D’Elía.