La semana pasada escribí que lo peor de la pareja Cristina&Mauricio no es que detente el poder, sino que tarde o temprano tendrá que transferirlo al peor sucesor imaginable, y un lector se dirigió a Perfil.com manifestando que, “como hombre de la cultura” tendría “la obligación de utilizar las palabras que correspondan”. Se refería al uso del verbo “detentar”, que la Academia Real define como la acción de “ejercer ilegítimamente un poder o cargo público”, y concluía que por ello el columnista “corre el riesgo de perder la credibilidad a la que cualquier comunicador aspira”.
Ese lector se identifica con el seudónimo “belgranito” y a veces interviene en los blogs de prensa. Hay otros corresponsales frecuentes: están “oibusev”, que usa un anagrama de Vesubio; “pineral”, que con la marca de un antiguo aperitivo que le encantaba a Enrique Pichon Rivière identifica a un corresponsal que simula ser kirchnerista y escribe con giros de borracho; “dlink” que usurpa la identidad de Daniel Link, y “fogwillcito” que usurpa mi identidad para elogiar mis columnas emulando y ridiculizando mi proverbial egolatría. Todo eso puede verse en la Web y no sé por qué
sigo leyéndolos.
La intervención del tal “belgranito” explicita los malentendidos de las peores lecturas imaginables: afirmar que uno, porque figura en una página de escritores, sería una figura de la cultura –¿tal vez como la Fortabat, el Lopérfido o Mercedes Sosa?– y que como tal tendría “la obligación” de algo cuando, justamente, ha hecho su deber del incumplimiento de cualquier obligación.
Gelblung sí, pero uno no es un “comunicador” y mucho menos “aspira a la credibilidad”. Algunos escritores aspiran cocaína y todos los escritores ansían que los lean, pero ninguno que le crean. Escribir no es relatar informes, apelaciones o sentencias judiciales: no se escribe para hacer creer sino para ayudar a descreer de lo que se da por hecho, por sabido o por debido en todos los ámbitos, incluyendo el del sentido de los actos y de las palabras.
En cuanto a los creíbles Mauricio&Cristina, la gente cree que “ocupan” el poder, como si éste fuese un espacio físico, o que lo “desempeñan” aunque los perciban despeñándose. Un escritor puede decir que ocupan y/o desempeñan el poder, pero también que lo “ostentan”: ¿a qué otra cosa aluden los aviones y las colecciones de vestidos de la presi y los muchachitos armados y disfrazados de guerreros patricios que decoran el acceso al despacho del jefe de Gobierno de esta ciudad inerme? Y “detentar” bien vale para estos gobernantes propuestos por su propio dedo o por un dedo nupcial que ni rindieron cuenta de los fondos usados para prometer