Fueron los peores diez días de lo que va del gobierno de Mauricio Macri. El “jueves negro”, con un dólar que llegó a 23 pesos, fue la culminación de un proceso marcado por una notable exhibición de impericia por parte de quienes, paradojalmente, se han presentado a sí mismos como expertos de alto nivel en el circuito de las finanzas internacionales y del universo de los llamados “mercados”.
Desde el triunfo en las elecciones de octubre pasado, el oficialismo viene cometiendo una serie de errores que no dejan de sorprender por lo obvio y previsibles. Le ha pasado en estos meses lo que a muchos otros gobiernos: pensar que una victoria electoral le otorga a un gobierno un don de infalibilidad, que todo se puede manejar desde un escritorio y que todo lo que se hace es lo correcto; que nada es erróneo. En ese microclima, se piensa que todo lo que propone el otro es equivocado. Este es un rasgo típico del síndrome de Hubris. Es verdad que hay mucha demagogia y oportunismo en varios sectores de la oposición, en especial del kirchnerismo, que en el tema tarifario es el gran responsable del desastre en que quedó el país luego de sus 12 años de gestión. Pero también es verdad que hay proyectos opositores que son valiosos. El que presentó Martín Lousteau, por ejemplo, es uno al que valdría la pena prestarle atención.
La corrida cambiaria que durante diez días castigó al país pudo haber sido mucho mejor manejada. El aumento de las tasa de interés en los Estados Unidos fue su causa principal. Hubo impericia por parte del Gobierno. Faltó un manejo político de la circunstancia. Cuando sobre la mitad de la última semana de abril el JP Morgan salió de sus posiciones en pesos y compró 850 millones de dólares hubo una orden equivocada al Banco Central que emanó del propio Presidente: vender dólares sin límites, en la creencia de que actuando así el Gobierno generaría tal nivel de confianza que sería suficiente para frenar la corrida. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Lo que demuestra que ese canto de sirenas elogioso hacia su gobierno que Macri escucha cada vez que viaja por el mundo no es más que eso. “A la hora de los bifes, las cosas son diferentes”, reconoce una voz de Cambiemos que habla con frecuencia con el jefe de Estado.
El viernes volvió la calma a los mercados, al Gobierno y, en alguna medida, a la gente. Es una calma relativa. En el Gobierno lo saben. Por eso la orden es no bajar la guardia.
“Ya pagamos un costo alto por confiarnos”, destacó un funcionario con despacho en Balcarce 50.
En la conferencia de prensa del viernes que dieron el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el de Finanzas, Luis Caputo, les hablaron a los mercados. La reducción del déficit fiscal fue uno de los instrumentos utilizados para reconquistar la confianza de ese universo que, en los últimos diez días, se mostró hostil hacia la administración Macri. Que eso le haya sucedido a un gobierno en el que varios de sus funcionarios más conspicuos han hecho sus carreras en entidades de primera magnitud en ese universo no deja de sorprender. Habla también de una mala lectura de la realidad y de una singular falta de aprendizaje de la historia de la Argentina. Es lo que dejó expuesto la increíble frase del secretario de Comercio, Miguel Braun, cuando dijo que “se había subestimado el impacto de la devaluación y las tarifas” sobre la inflación. ¿En qué país vive?
Lo que viene. La reducción del déficit fiscal afectará fundamentalmente la obra pública, que es uno de los instrumentos de acción clave de la gestión gubernamental. Para dimensionarlo adecuadamente hay que recordar que la obra pública es el instrumento de penetración con el cual Cambiemos aspira a conquistar el electorado en lo profundo del Gran Buenos Aires.
Una de las cosas que quedó a la intemperie de esta crisis originada por la corrida es lo que impacta la falta de un Ministerio de Economía unificado con peso político y planeamiento estratégico.
Una de las voces que reapareció en estos días para hablar de este tema fue Domingo Cavallo, que genera un nivel de rechazo furibundo en la mayoría de la ciudadanía. No se reunió con el Presidente, pero dejó este mensaje en las conversaciones que tuvo con algunos funcionarios de importancia. Hubo otros que ya habían dicho algo similar. Recuérdese entre ellos a Alfonso Prat-Gay. En las afiebradas horas de la semana que pasó, Macri estuvo pensando mucho acerca de esto. Su decisión de atomizar el Ministerio de Economía fue una especie de antídoto para no generar el conflicto que en un escenario crítico muchas veces ha conformado para un presidente un ministro con poder. Algo similar hizo Néstor Kirchner cuando, luego de ganar las elecciones de 2005, echó a Roberto Lavagna.
Divisiones. Lo que ocurre es que en el gabinete de Macri terminó generándose un enfrentamiento fuerte entre la Jefatura de Gabinete y el Banco Central (BCRA) al que el Presidente no supo ponerle fin a tiempo. En realidad, cometió un error al avalar la movida del 28 de diciembre pasado cuando Marcos Peña desautorizó a Federico Sturzenegger y afectó la independencia del BCRA. El respaldo contundente del jefe de Estado a Sturzenegger implica una crítica al vicejefe de Gabinete, Mario Quintana. Sin embargo, tampoco el presidente del Banco Central mostró un rumbo claro en el manejo de la crisis. Un día la decisión fue vender sin límites, otro, vender con límites y un tercero, como el viernes pasado, no vender. El viernes, día en el que el Central no vendió, hubo una acción sobre los bancos para que salieran a desprenderse de sus dólares.
Más allá de la calma con la que cerró la semana, lo ocurrido en estos días tendrá consecuencias negativas para la economía. La meta de inflación del 15% ha quedado definitivamente sepultada. La idea de un mayo con una inflación más baja que la de abril, también. Hay un aumento de los combustibles en ciernes y la tasa del 40% que fijó el BCRA hace imposible cualquier proyección seria de reactivación de la economía. ¿Dónde quedó la frase de Macri “lo peor ya pasó?”.