Según la encuesta electoral de la consultora González y Valladares, publicada el domingo pasado en este diario, si las elecciones fueran hoy, Scioli le ganaría a Macri por tres puntos y a Massa por seis. Hace un año, Massa estaba arriba de todo el mundo y casi duplicaba a Macri. Scioli, en ese mismo momento, quedaba en el medio. En realidad, los números importan menos que los desplazamientos.
Al parecer, “la gente” sigue bastante poco la actividad de los políticos y, por supuesto, conoce mucho menos a los que no tienen gestión ejecutiva ni presupuesto para pintar y empapelar todas las paredes. Sanz (que alcanzaría 4 puntos en las PASO) y Margarita Stolbizer (que tocaría los 8) son borrosos para la mayoría tripartita que elige a Scioli, Macri o Massa. Carrió (con menos de 3 puntos), tan conocida como los integrantes de las grandes ligas televisivas a lo Tinelli y Mirta, es una excepción que hay que evaluar por su alta performance en los medios, su dramatismo del Yo, su emocionalidad y su lenguaje colorido pero culto.
Es obvio que el Ejecutivo es más conocido que el Legislativo; que los partidos están bajo sospecha; y, sobre todo, que sus actividades resultan poco atractivas para quienes no siguen el día a día de la política. La “gente” mantiene una distancia desinteresada o precavida respecto del discurso político. Los Sanz y otros tácticos de la alianza con Macri declararon que eso era lo que les pedía “la gente”. Sin embargo, la encuesta de González y Valladares ilustra que el 47% de tales hipotéticos peticionantes considera esa confluencia como “un rejunte”. Sobre este tema, la opinión encuestada se manifiesta dividida en partes casi iguales.
Esa “gente” de las encuestas y de los políticos se mueve por muchos motivos. En un plano simbólico la unión siempre parece una consigna buena, bella y justa. ¿Quién sería tan desalmado para oponerse a la unión de los argentinos que quieren mejorar las cosas? Pero están los que, movidos por la desconfianza, piensan que toda unión tiene una parte maldita porque encubre el secreto de sus pactos. La idea de la división asusta. Pero si la unión se concreta, evoca el contubernio. A favor o en contra, para argumentar hay que poner en juego lógicas complejas y enrevesadas. Los encuestados desconfían, en primer lugar, porque los sujetos de la política son políticos (un círculo tautológico del que sólo podría salirse con la energía de una ampliación democrática sustancial). Cuanto menos un político parezca un político, más cerca estaría de la “gente”.
Según la última encuesta de Mariel Fornoni realizada del 14 al 21 de marzo, Scioli tiene dos tareas que lo conducen por dos vías diferentes, aunque puedan correr en paralelo: conservar a quienes aprueban al Gobierno y no perder ese 7% que lo aprueba a él pero está enojado con Cristina. Macri no tiene los mismos problemas, porque probablemente una parte de esos a quienes les cae muy mal se resigne a votarlo porque peor les cae el justicialismo.
La opción de perder. Salvo que Cristina Kirchner decida que a ella le conviene que las elecciones las gane la oposición y, a tal fin, provoque un desbarajuste en los meses que faltan, Scioli (o Randazzo) están parados sobre un piso muy alto, más del 30% que valora positivamente la gestión del Gobierno, según la misma encuesta de Fornoni. Ese piso tiene una estabilidad social fuerte porque se forma con capas de temporalidades muy diferentes: los votantes históricos del justicialismo desde 1983 hasta hoy; los nuevos votantes jóvenes del kirchnerismo; los votantes más pobres, fidelizados por políticas sociales de la última etapa, por la imagen de la Presidenta y por las organizaciones distritales del PJ y de la nueva militancia camporista. Ese piso, construido a lo largo de varias décadas y hasta hoy, ha sido la clave electoral del justicialismo en sucesivas elecciones. Con ese piso se puede perder o ganar, pero es más fácil ganar que perder, salvo cuando una cuña del mismo palo, tipo Massa, en 2013 le saca al justicialismo bonaerense 12 puntos de ventaja. Pero ahora Massa está declinando, como si no hubiera lugar para candidatos tan parecidos.
Piso y techo. No sabemos dónde está la piedra basal de los votantes de Macri (excepto los que tiene en la Ciudad de Buenos Aires). Tampoco sabemos a qué altura estará su techo, ni cuánto le agregarán aquellos radicales que lo voten en primera vuelta (porque seguramente habrá votantes radicales de centroizquierda que se desplacen hacia Stolbizer), ni cuánto le suman Del Sel y la segunda línea del casting deportivo (aclaración: después de más de veinte años en política, no se incluye al mudo y cauteloso Reutemann en ese rubro).
No sabemos, finalmente, cuánto pesará el vale todo de las alianzas hechas para ganar elecciones distritales, una nueva forma del federalismo, probablemente la más prescindente de programa y de ideología. Pero no importa eso de la ideología. Gabriela Michetti, una política de “la gente”, nos instruye que la ideología sólo sirve para cuadricular la cabeza, afirmación tan risueña como la que sostendría que el deporte sólo sirve para mortificar el cuerpo con lesiones.
En vez de recusar lo que se considera un alineamiento improductivo, sería pedagógico que los candidatos discutieran sobre Estado y mercado (uso de la tierra urbana, por ejemplo). En ese punto se diferencia lo que, a falta de otro nombre más nuevo, en casi todas partes se llama izquierda y derecha.