Las dictaduras militares ensombrecieron mi infancia. Mi padre fue colaborador cercano del doctor Velasco Ibarra, derrocado cuatro veces de la presidencia del Ecuador. Cuando sonaba la Radetzkymarsch y anunciaban que las fuerzas armadas habían formado un gobierno de “salvación nacional”, mi familia se refugiaba en una estancia cercana a Quito. Los dictadores se mezclan en mis recuerdos tempranos con días sin escuela, caballos, olor a bosque, temor de que lleguen soldados y una enorme radio en torno a la que se reunían mis mayores con rostro adusto. Cuando fui adolescente estallaron todas las revoluciones y pareció que “no había en el mundo suficiente espacio para el mundo”. Los jóvenes mezclamos el rock con Marx, el surrealismo, el Mayo Francés, los ovnis, la antipsiquiatría, Woodstock, Timothy Leary, las religiones new age, la solidaridad con Vietnam. Teníamos el pelo muy largo. Una nueva dictadura militar decidió “salvar la patria” persiguiéndonos por la calle para cortarnos el pelo. Nunca entendí de qué nos salvaban, pero me quedó claro que entre Bob Marley y cualquier general mi voto sería por el jamaiquino. Estudiaba en Argentina cuando las Tres A iniciaron una matanza que culminó después con el “proceso” militar. Fui el primero en llegar a casa de Enrique Dussell cuando le pusieron una bomba en Mendoza y trabajé para que algunos argentinos encabezados por el filósofo Arturo Andrés Roig encontraran asilo en otros países. Mucha gente a la que quería murió, desapareció o tuvo que asilarse en esos años negros.
Nunca me gustaron las dictaduras militares. Las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia no deben tener banderas políticas, están para servir a toda la sociedad, no a las supersticiones y megalomanías del presidente de turno. Hay quienes creen que las dictaduras militares son malas cuando son “imperialistas” y son buenas cuando son revolucionarias. Han visto con simpatía a Kadafi, Pol Pot, la teocracia de Irán, la dinastía de los Kim, y a los nacionalsocialismos enemigos de los Estados Unidos. Otros rechazamos toda dictadura. Nos parece inaceptable que los uniformados impongan a la gente una ideología monárquica, falangista, comunista, nazi o de cualquier tipo. En Venezuela los militares han tomado el poder mezclados con un populismo nacionalsocialista respaldado por las urnas. Reconocieron a Maduro antes de que lo declaren electo, hacen proclamas políticas, disfrutan de los privilegios del poder. En la última elección Chávez candidateó en muchos estados a militares que fueron cómplices del cuartelazo de 1992. Las fuerzas armadas venezolanas son facciosas, dicen que no permitirán el triunfo de la oposición, coartan la libertad de los electores, mantienen una democracia tutelada, mezclada con estampas, rosarios, crucifijos y pajaritos sobrenaturales.
Se denomina palíndromos a las palabras que suenan igual leídas desde la derecha o desde la izquierda como “somos”, “radar” o “rodador”. Las dictaduras militares, al igual que los palíndromos, son lo mismo leídas desde la derecha o desde la izquierda: violan los derechos humanos, someten al Poder Judicial, avasallan la libertad de prensa, combaten a los disidentes, matan la creatividad, asesinan manifestantes, persiguen a la oposición. Los militares venezolanos reviven a Pinochet, Videla y Leónidas Trujillo en una versión caricaturesca. Maduro no es general pero se disfraza con los trajes que habría usado el cabo primero Anastasio López, el ministro de Cultura inmortalizado por Les Luthiers. Habla con pájaros pero no los de Hitchcock, sino con otros más light, tan livianos como sus académicos que han descubierto que el coronel Chávez fue uno de los próceres de la independencia. Así como Braudel sorprendió a mediados del siglo XX con El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, pronto algún sargento venezolano nos regalará un texto acerca de “El Caribe en la época de Hugo el Prócer”, que probablemente empezará con la lucha de los aimaras sobre el Imperio Romano proclamada hace poco por Evo Morales. Todas las dictaduras, brutales o edulcoradas, son siniestras y tratan de reinventar la historia para justificar sus excesos. Pasó lo mismo con Stalin, con Hitler, con en mariscal de campo Idi Amín Dada y ahora pasa con Maduro. Palíndromos al fin y al cabo.
*Consultor político. Asesora al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.