COLUMNISTAS
el MUNDO Y LA POLITICA INTERNA

Dilemas paralelos

Occidente busca definir su ideal de sociedad libre y Argentina enfrenta, además, problemas propios.

¿QUE  VES  CUANDO  ME VES?
| Pablo Temes

El criminal asalto a la redacción de Charlie Hebdo reabrió discusiones sobre diversos temas que definen los dilemas de nuestro tiempo: la geopolítica –una disciplina que ha vuelto a ponerse en valor–; el terrorismo nuevamente activo; la relación entre la religión como ideología y la violencia, que en estos tiempos es referida mayormente al islam; el fundamentalismo islámico; los prejuicios antiislámicos; la aceptación de inmigrantes en Europa; los debates sobre diagnósticos y estrategias acerca de qué hacer frente a estas situaciones.  Diversidad de opiniones se intercambian diariamente a lo largo y ancho del planeta.

En Europa el terrorismo en estos días ya no es una amenaza, es una realidad. Surgen nuevas y profundas divisiones acerca de cómo explicarlo y, sobre todo, qué hacer al respecto. La corriente de opinión mayoritaria expresa el rechazo a la violencia como método, más allá de toda otra consideración; dentro de ella una amplia franja plantea “límites al uso de las libertades”, esencialmente reclamando moderación en el tratamiento a símbolos religiosos –sin duda, un foco polémico importante–. A la vez, se registra en Europa un aumento de las simpatías hacia fuerzas políticas radicalizadas, tanto de derecha como de izquierda.

Estereotipos. La inmigración musulmana es parte de la problemática actual. A diferencia de las corrientes siriolibanesas que engrosaron los flujos migratorios al nuevo mundo un siglo atrás, la inmigración actual está teñida de estereotipos de fundamentalismo y de conflictividad social. Pero no está claro si los dramáticos episodios de estos días se deben a la inmigración o son producto de interacciones más complejas entre las sociedades musulmanas, los emigrantes musulmanes de primera generación, sus descendientes en Europa y las correspondientes generaciones de europeos. Los prejuicios no se disuelven; en parte, más bien se alimentan. Una encuesta realizada por Ipsos Global muestra niveles de percepción de la cantidad de musulmanes en distintos países del mundo abismalmente mayores de lo que los datos reales constatan. En Francia, por ejemplo, la encuesta reporta una percepción de 31% de inmigrantes musulmanes, cuando  efectivamente son el 8%; en Alemania piensan que son el 19%, y son el 6%; en Estados Unidos y Canadá la gente piensa que hay 17% de musulmanes, cuando de hecho no pasan del 2%; los argentinos pensamos que el 8% de la población es musulmana, pero son sólo el 1%. (En nuestro país, años atrás, se sobreestimaba también enormemente el número de judíos; llegaban efectivamente a algo más de medio millón de personas, pero se creía que eran cuatro o cinco veces más; es posible que hoy pase lo mismo con los bolivianos o los coreanos).
El orden de la libertad –el gran triunfo cultural de Occidente en la historia de la humanidad, que trajo aparejado el orden de la sociedad abierta, el humanismo, las ciencias y un sentido de la vida individual compatible con la búsqueda de la felicidad– representa una amenaza más seria a los proyectos de poder sostenidos en cosmovisiones absolutistas que la amenaza que representan para los principios de la libertad el fundamentalismo y el terrorismo. Pero ¿es ese antagonismo el eje de lo que está sucediendo con el fundamentalismo islámico? Hay muchas ideas al respecto, y ninguna conclusión firme.

Cruces. La Argentina, más allá de lo que nos toca como parte de este mundo conmocionado, se ve llevada al centro de la escena por el atentado ocurrido hace veinte años en la AMIA y los avatares que siguieron a ese suceso hasta hoy no esclarecido: idas y vueltas en la Justicia sin ningún desenlace satisfactorio ni para las víctimas ni para la sociedad, cruces de acusaciones en la política, las cambiantes relaciones con Irán. El tema recobra vigencia por la denuncia del fiscal Nisman. Para el Gobierno, este asunto se inserta en el cruce de dos ejes: su pelea con sectores de la Justicia y los coletazos de los cambios producidos en la SIDE. Este caso puede ser enojoso para el gobierno argentino, particularmente en un año electoral, pero es dudoso que moleste demasiado al gobierno iraní en estos momentos. La situación en Irán ha cambiado desde que la Argentina tomó la poco comprensible decisión de firmar el acuerdo; cambió el gobierno de ese país, cambió en gran parte la orientación de la política de su gobierno y la marea lo lleva a la búsqueda de nuevos equilibrios internacionales. El Medio Oriente y el mundo árabe todo están más desgarrados aún por sus conflictos internos. Y ahora –por mucho que esto sea de alta relevancia para la sociedad argentina– lo cierto es que a los ojos del mundo estamos al margen de la escena; a lo sumo nos toca un papel de actor de reparto en esta tragedia que puede ser decisiva para el futuro de la humanidad.

Una medida de la profundidad de los dilemas que envuelven al mundo es que se está discutiendo a la vez, por un lado, cuánto debe o puede tolerarse el derecho de cada uno a decir lo que quiere –incluido el derecho a ser irrespetuoso con símbolos religiosos– y, por otro lado, cómo pueden neutralizarse el terrorismo y las visiones fundamentalistas que lo alimentan. Esto es, algunos estamos debatiendo al mismo tiempo cuál es el ideal de sociedad humana en la que queremos vivir y cómo hacemos para que fanáticos de cualquier signo no nos borren de un plumazo de este mundo, o no nos esclavicen y condenen a una vida miserable. Muchos seres humanos en todo el planeta estamos preocupados por el resurgimiento de nuevas formas de intolerancia y discriminación.

En medio de esos dilemas, las alternativas de la política argentina parecen minucias de escasa relevancia. Muchos argentinos aspiramos a que nuestro país se encamine a resolver sus propios problemas de larga data, y también aspiramos a recuperar un lugar influyente en el mundo del que formamos parte.