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GESTION MACRI

Dilemas y desafíos

Ciertos gestos oficiales no alcanzan ante la evidente tensión de expectativas y resultados.

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Convengamos que, en general, el ciudadano de a pie sabe poco y nada de economía. Pero sí sabe cuando las cosas no andan bien. Lo siente en su bolsillo, se expresa en sus humores cotidianos y lo percibe cuando sufre personalmente o ve en los noticieros la creciente violencia en las calles, en su lugar de trabajo, en su familia. Por lo general, desconoce las causas estructurales del aumento de precios que corroe su salario y, a la hora de asignar responsabilidades, aun reconociendo que las causas no se originan necesariamente en el actual gobierno, no son pocos los que le reclaman por la falta de resolución inmediata de temas como el freno a la inflación, los niveles de inseguridad o los cortes de energía, por mencionar sólo algunos.
Es que coexisten en la percepción que tiene la OP sobre la actual situación, algo así como una dualización en la adjudicación de responsabilidades. Hay una responsabilidad de origen y una responsabilidad de gestión. Y entre ambas, una disociación. Los focus group muestran que los entrevistados reclaman con argumentos como “los votamos para cambiar muchas de las cosas que no funcionaban durante la gestión K, prometieron que lo harían, si no pueden, para qué prometen. Son lo mismo”.
Si la situación que llevó a la opción por un cambio no da señales de modificación, la gente comienza a sospechar que también MM forma parte del club de los políticos tradicionales: aquellos que prometen y, una vez en el poder, olvidan el contrato de mutuo beneficio que presupone el voto.
No alcanza con transmitir transparencia, cercanía con la gente o sentido común, con imágenes de funcionarios reunidos o trabajando en jardines abiertos o escenas familiares que incluyen a un presidente dibujando para su pequeña hija. No alcanza con mostrar que el poder no necesariamente cambia los hábitos cotidianos de la familia presidencial. Cierta iconografía es útil para alejarse lo más posible de la imagen de los políticos como una clase privilegiada, opuesta al rol de servidor público, de un estilo de gestión monárquico y cortesano hacia el cual una mayoría expresó en las urnas su rechazo.
Pero muy especialmente en las actuales circunstancias –en las que expectativas y resultados asumen temporalidades diferenciales– no alcanza sólo con el marketing del “marchemos juntos y seremos felices” o el de no agobiar con malas noticias. Para lograr sostener las expectativas y mantener la credibilidad y el apoyo necesarios para consolidar el liderazgo que necesita MM es necesario gestión, especialmente gestión estratégica en el contexto de alta conflictividad que acompañará muchas de las medidas
que el gobierno debe tomar.
 No se trata sólo de anunciar medidas sino de controlar y adelantar entre los diferentes sectores involucrados los resultados de las medidas, anticipando escenarios más o menos propicios para lograr los objetivos que se persiguen.
Se requiere, además de un baño de realismo y madurez, que se asuma que es preferible una mala noticia con final feliz que una felicidad que lleva al abismo. Evitar explicitar la gravedad de la crisis heredada pareciera ser más tóxico para sostener expectativas favorables al gobierno que asumir el duelo pero con la hoja de ruta en mano, para mostrar claridad en el rumbo y los objetivos que se desea alcanzar.

Frentes. Los desafíos que enfrenta MM son muchos. El frente económico es el más urgente dado el deterioro en que se encuentra el país en términos de sus cuentas públicas, su aislamiento de los mercados internacionales, una inflación que ronda el 35% y niveles de pobreza y deterioro de su capital humano.
Sin embargo, el verdadero desafío es el de lograr convertir su gestión en una alternativa de un nuevo modelo de conducción política que colabore a crear condiciones para producir el cambio cultural que el país necesita para pegar un salto cualitativo en su sistema democrático republicano, hoy más una construcción idealizada que una realidad.
Argentina vive una situación transicional desde su sistema político, tanto desde sus estructuras como desde el sistema de valores y cultura política.
 Desde su cultura política, el deseo de cambio que expresan importantes sectores de la población, y que permitió el triunfo de MM en las elecciones, convive con viejas y tradicionales modalidades de ejercer y procesar el poder político y, por tanto, con las expectativas y demandas hacia el ejercicio del liderazgo presidencial.
Una parte de la sociedad, cansada de autoritarismo, concentración del poder, desprecio por las formas republicanas de gobierno, una corrupción obscena y con creciente evidencia de la distancia entre el relato acerca de un modelo de crecimiento con inclusión que coronó en estancamiento con exclusión, decidió cerrar el crédito otorgado durante más de una década al FpV. Hubo oportunidades en que ese malestar logró filtrarse. Las derrotas del oficialismo en las legislativas de 2009 y 2013 fueron su expresión.
El dilema que enfrenta Macri es la tensión que existe en el sistema político entre dos culturas políticas. Una que confía en el soft power (al menos en teoría) como instrumento de resolución en la esfera política y aquella, de raíz populista, como la que vivió Argentina en la ultima década, encarnada hoy por su componente residual, La Cámpora, tendiente a seguir profundizando la brecha entre dos Argentinas: la nacional y popular, encarnación de los intereses nacionales y la justicia social; y la otra, centrada en la defensa de la institucionalidad, los valores republicanos y la eficiencia gestionaria.
Esta tensión existe también en la propia ciudadanía.
Por un lado, ciudadanos que fatigados y abrumados por el saldo de la década pasada hicieron gala de una demanda de mayor transparencia, lucha contra la corrupción, diálogo político, vigencia de formas republicanas de gobierno y respeto por la ley. También de un estilo de liderazgo menos personalista, dialoguista, abierto al mundo y respetuoso del control recíproco de los poderes del Estado.
Pero, por el otro, esos mismos ciudadanos muestran, mas allá de ciertos consensos centristas y niveles de intemperancia, atracción por liderazgos personalistas, resolutivos, de respuesta rápida, más pragmáticos que principistas y, sobre todo, baja vocación por el sometimiento irrestricto a la ley.
La buena noticia es que la mayoría está dispuesta a hacer un trade off siempre que pueda vivir mejor.