Hay que matar a los tibios. Empezando por los nuestros.” Esa frase parece arrancada de la carta –uno de los escasos manuscritos rescatados de la Edad Media– que el monje Heriberto les escribió a los “católicos buenos” sobre una herejía en ciernes, a su juicio, que predicaba el humilde e ignoto misionero Bogomilo y sus “católicos inicuos”. Este antecedente, la misiva en cuestión, sería más tarde uno de los justificativos ortodoxos que acompañaron el genocidio de la Iglesia contra los cátaros. Hace, claro, mil años atrás. La textualidad de la cita, sin embargo, corresponde a una confesión y sugerencia más actual: proviene de Néstor Kirchner, quien se la enrostró a un colaborador estupefacto, uno de sus advenedizos que bien podría incluirse en la tibieza de la vida, jamás en la beligerancia. Aunque él está dispuesto a cambiar, si es necesario, delatar tibios, desertores o retraídos, volverse violento, tal vez. Inscribirse en la escuela policial que le ofrecen mientras su cabeza se deleita con la encantadora promesa de una zanahoria glaceada: la Jefatura de Gabinete que alcanzaría tras las elecciones.
Para adentro, entonces, disciplina medieval y el castigo más estricto sobre propios y ajenos, tronando venganzas por la falta de compromiso, casi acudiendo al miedo; hacia fuera, en cambio, el líder no carismático (al decir de Julio Cobos) se muestra primorosamente por TV como un venerable hippie de los 60, hablando de paz y amor, en un rol poco creíble y que no le sienta, a pesar de que así lo aconsejen las empresas de propaganda. Culpa, obvio, de los agoreros anuncios de las encuestas que, desde adentro, lo revelan como el Dr. Jeckill y, afuera, como el Mr. Hyde. Debió aceptar Kirchner, para su disgusto, otra realidad: como no es suficiente la prédica oficial y no alcanzan los argumentos para encandilar a los electores, hay que nutrir la deficiente campaña. Y como tampoco satisfacen al público los mensajeros radiales o televisivos que envía el oficialismo –hay rechazo por la estética y el discutible gusto que producen alguno de ellos–, hubo de encomendarle a Carlos Zanini, el consejero Legal y Técnico de la Presidencia, la misión de acopiar información de ministerios y secretarías que robustezcan el ingrávido digesto kirchnerista basado en el Cielo y el Infierno y en lo mucho que ha crecido el país. Al mismo tiempo, el ladero casi nyc del santacruceño se ocupa de un casting entre altos empleados pagos para destacar algunos que mejoren la imagen oficialista en la campaña.
Para alegría o sopor de lectores, televidentes o escuchas, por supuesto. En esas emergencias transita Zanini por orden de Kirchner; convoca personal, requiere informes, finalmente será él quien ofrezca el mensaje único sobre cómo tratar a la prensa enemiga y a los opositores, enemigos también. A partir, naturalmente, de esa maniquea concepción de vida que arrastra por una ideología juvenil que no se le despega, como los granos, fundada en la perpetua conspiración de los otros. Y en el destino mesiánico que le corresponde por secundar a Kirchner. Definición que sirve para justificar y enorgullecerse de la tortura en el gobierno de Bush, también de los negocios que protagonizó bajo el amparo de una lucha sin límites contra los musulmanes extremistas. Curiosa elección de Kirchner, quizás otro desatino: Zanini, en más de 5 años, casi no tuvo relación con los medios; como si fuera una prescripción médica, más bien rechaza y sospecha de los periodistas –sobre todo a los que indagan–, profesa la antipatía como recurso de supervivencia (al revés de su esposa) y, lo peor, hasta exhibe conocimientos atrasados sobre las empresas del sector.
La cantinela
Habrá de agobiarse Zanini con datos de carteras y funcionarios que nunca fueron consultados, agrandará la lista de contribuciones orales y escritas que los Kirchner han hecho por el país –como si no fuera abrumadora la cantinela de beneficios que hoy repite Kirchner en su campaña cotidiana– y, en su búsqueda de placebos para la gente dolorida, hasta quizás descubra una llave celestial que conmueva el corazón de los argentinos y, a la hora de votar, se identifique con la pareja oficialista. Para triunfar y, si es posible, demostrar que no sólo de caja somos. Más difícil, en cambio, es su pesquisa por rostros y gargantas que reemplacen a los Aníbal Fernández o De Petris, esos que circulan por la televisión sin cosechar adhesiones y bajo sospecha de perderlas. Ya fracasaron con la experiencia artística Nacha Guevara, profesional del modelaje, el canto, el baile y la actuación, quien para no incurrir en errores en su nueva actividad política, leyó profesionalmente su primer discurso.
Claro, nadie serio le revisó el guión antes de divulgarlo y la señora, con comprensible ignorancia, se declaró fanática admiradora de Alfredo L. Palacios para mortificar los recuerdos más puros del peronismo: en ese sector no se lo recuerda al socialista por su diputación de l9l0 y su gesta a favor de los trabajadores, más bien lo identifican con el gorilaje encendido de l955, con la Revolución Libertadora a la cual alimentó y sirvió, inclusive como primer embajador en el Uruguay. La Guevara debe olvidar que ese alzamiento armado echó a Perón, rompió el proceso constitucional, proscribió como leproso al PJ y al movimiento obrero, masacró civiles con los bombardeos en la Plaza de Mayo y, luego, hasta mandó fusilar peronistas rebeldes . Extraño: el kirchnerismo que nada perdona, en tiempos de elecciones casi evita ejercitar la memoria. Aunque a la dama del café concert, primera candidata bonaerense –ya que Kirchner y Scioli se apartarán– le habrán de pedir que sólo se fotografíe en los actos, que evite la palabra para impedir sudestadas, finalmente a ver si se cree realmente que es Evita.
Ortodoxia interna y cierta apertura hacia fuera, entonces, parecen los distintivos superficiales de la propaganda oficial. Aunque se procede también en otros niveles. Desde la baratura de esponsorear a Luis Patti en cuanto medio de difusión exista o la de alentar encuestadores que promuevan el crecimiento de Margarita Stolbizer –se supone que esos artilugios le restarán votos a Francisco de Narváez–, al hecho no menos barato de que los nuevos directores y síndicos del Gobierno en empresas privadas, al margen de preguntar ¿dónde está la plata? en su primer día del directorio, también se ocupan de exigir la cesación de contratos con economistas o analistas que vaticinan tempestades y no son del paladar de la Casa Rosada. Hay pruebas, aunque los despidos deben ser masivos: no se conoce a ningún profesional de la economía que les garantice un feliz final de fiesta a los Kirchner si éstos persisten en no cambiar su política.
Días de espionaje
Debe ser duro quedarse sin trabajo, peor situación sin embargo es la de aquellos candidatos que, por lo menos con beneplácito oficial o paraoficial, padecen investigaciones personales sobre la privacidad de sus actos. Y, al respecto, dos de los más notorios postulantes de la oposición, en Capital y en Provincia de Buenos Aires, ya han sido embadurnados con affaires amorosos. Por supuesto, clandestinos. Si en las primeras líneas se encuentran estos deslices, no alcanza la imaginación para el multitudinario resto. Pero tanta vocación al espionaje sentimental no se limita a los enemigos políticos, tambien involucró a un aspirante bonaerense propio –¿testimonial, quizás?–, privilegio informativo para un solo ojo, el del amo que alimenta el ganado. Orwell en su esencia de la fantasía literaria más miserable. Aunque, justo es admitir, que cierta democratización se advierte en esas búsquedas de curiosidad morbosa, sea por teléfono, mail o agentes encubiertos. Es que alguien, al parecer, debe saber de todo, sobre todos. ¿Cuánto tiempo pasarán en ser develados estos casos de las revistas del corazón? Poco. Del mismo modo que, en paralelo, con menos recursos, los posibles heridos por esas observaciones siniestras de su intimidad ya divulgan material sobre operaciones de una próspera financiera que, especializada en bonos, se la supone vinculada siempre a un mismo interés u origen económico cercano al oficialismo.
En el mercado, todos saben el nombre, casi nadie lo difunde. Reserva en suspenso de nombres, temas sucios, desagradables, hasta sensibles, que circulan en inaccesibles despachos como el de quien apodan “Yacyretá”, por la cantidad de bombas de achique que tiene en su casa para prevenir cualquier inundación: es que ha construido tantos metros cuadrados bajo tierra, en su vivienda de un afamado country, que los envidiosos vecinos le colgaron la graciosa imputación de la central hidroeléctrica. Nadie pagará por ese inmueble, por más secretos que contenga, lo que el propietario ha invertido.
Con la misma acechanza de ser observados antes y después, hace 48 horas se consumó una cumbre empresaria, algo impensado en otros tiempos del kirchnerismo. Constituyen un peligro, como el posible encuentro de dos o más gobernadores. Ante la impotencia por impedir la reunión y, quizás, para evitarse complicaciones electorales, esta vez sólo hubo alertas: como anticipo, el santacruceño en jefe hizo subir al cuadrilátero a uno de sus delfines preferidos, Echegaray, para enfrentar públicamente a Héctor Méndez de la UIA, justo el anfitrión del encuentro que causaba malestar, acusando a él, como cabeza de los industriales, que el sector evadía impuestos. Por su parte el propio Kirchner, en tono de comisario que no sabe lo que ocurre en el subsuelo de su repartición, hizo doblete con Jorge Brito, a cargo de la asociación de bancos: dos días antes de la reunión, en un discurso amable del sur italiano o bonaerense, le advirtió en público: “Brito, te estoy mirando”. Ya en el pasado había utilizado una forma semejante, apenas él asumió la Presidencia, para intimidar a Brito (en un programa de Mirtha Legrand). No le falló entonces la advertencia camorrista: desde entonces compartieron tertulias, secretos, se hicieron amigos quizás, si esa categoría humana existe en el universo Kirchner. Ahora que los separa cierta distancia, el ex mandatario le añadió en su mensaje: hay que bajar las tasas, los bancos deben hacerlo, como si ésta pudiera ser una benéfica y arbitraria contribución del sector para la alegría del pueblo. Si no lo hacen, por el contrario, sólo operan en contra de la alegría del pueblo: matemática de bolsillo. Casi un sosegate preventivo, si se quiere, anticipatorio de otros tormentones para los empresarios.
Ellos, a su vez, los más conspicuos, se presentan como motores de un posible cambio para la inestabilidad futura. Nada más, aunque sin confesarlo reconocen que “éste es el gobierno que más daño le ha hecho al país”. Cuando al otro día del doble puñetazo, se lo vio a Brito en el sanatorio Las Lomas, muchos pensaron en una posible taquicardia o, quizás, en prepararse en salud para continuar un ejercicio más intenso para su deporte favorito, el boxeo, el cual no abandona desde sus tiempos de aficionado, que un día lo vieron subirse con los pantalones cortos al ring del Luna Park. Otros que no se intimidan pero sufren son los de Techint: Chávez les confisca más empresas, justo después de dormir en la cama de la nena en El Calafate. ¿Alguien puede creer que el morocho venezolano incauta bienes argentinos sin consultar a su par del bendito sur que le da albergue? Ninguno es iluso con la cuenta bancaria que disponen, por lo tanto casi todos entienden el sentido de la palabra represalia. Aún así, se devanan por acercarle al Gobierno su inquietud: entiendan que hay caída de la actividad económica, que se registró el primer déficit financiero en más de un lustro, puede ser epidémica la expulsión de trabajadores luego de las elecciones, es insoportable la falsificación de los índices oficiales, hablar de superávit fiscal resulta una pantomima, hasta demandan –claro, como es costumbre– contra un posible retraso cambiario. Los Kirchner no atienden esta voz enemiga, pero tampoco escuchan la voz cercana de quienes serían amigos: por primera vez, esta semana, los economistas que rodean a Martín Redrado han admitido en un seminario el perforado cuadro económico que se presenta para después de las elecciones (no incluyen en ese juicio la controvertida paridad del tipo de cambio). A menos que se produzcan determinadas medidas. No proviene de la boca de Redrado esa opinión, pero se supone que él no es ajeno a ese criterio.
Con cuidado, casi medrosamente, muchos en este universo empiezan a aceptar que ciertas restricciones sólo se combaten con otras restricciones. Como la forma de enfrentar a Hugo Moyano, el paladín de la escuela oficial, quien se aburre de entrar en fábricas, someterlas, paralizarlas con prepotencia, alegando que no se cumple la ley como si los camioneros fueran el Estado para hacerla cumplir. Se amparan también en la excusa de que todo lo que circula sobre ruedas les pertenece gremialmente. Sin embargo, en algunas ocasiones, Moyano sabe de la conveniencia de retroceder: no sólo cuando antaño lo encaró Bobby Fernández de la UTA y lo hizo apartarse de sus pretensiones hegemónicas bajo amenaza de trompadas, también en el sur cuando desde un sindicato le notificaron: todo lo que circula con ruedas es tuyo hasta que llega a las puertas de nuestra área laboral, allí se subordinan a nuestra organización, dejan de ser tuyos, quieran o no. No ha sido el único freno: hace poco, con la venia del jefe de la CGT y su asesor letrado, el ahora candidato a diputado Julio Piumato, en la Corte exigió que le traspasaran la obra social y, de paso, también le permitieran designar un juez en Córdoba. La respuesta, dicen, fue precisa y contundente: pueden tomar lo que deseen, pero esta Corte los va a denunciar en Naciones Unidas, en la OEA, en La Haya o en cuanto tribunal internacional exista. Sugerencia aceptada, retiro voluntario de Moyano y su compañía, sin indemnización.
La intrusión
También los empresarios imaginan que no sólo interés patriótico se aplica para concederles privilegios a ciertos industriales en Tierra del Fuego, dudan –ciertamente– de que esas medidas, en apariencia protectoras, aporten avance tecnológico al país. Ni los viejos desarrollistas se atreven a convalidar esas prebendas. Entre ellos, además, analizan la paradoja del ciudadano común que padece humillaciones para comprar 200 dolares en la calle San Martín, firmando multitud de papeles y hasta examinando su sangre, mientras una empresa como YPF reparte dividendos para sus exclusivos accionistas por miles de millones de dólares, aun en uno de sus peores ejercicios –se habla de que un banco suizo enviará cobradores para reclamar parte de la deuda–, tomando inclusive crédito de sus socios en el exterior para realizar esos pagos a sí mismos (los mismos que también –insólitamente– les prestaron dinero para que a su vez les compraran su propiedad). Operaciones de tipo Montoneros, cuando secuestraban a un banquero y éste, en la negociación, luego de pagar el rescate y advertir la ignorancia financiera de los guerrileros, recuperaba su dinero y lo colocaba a nombre de ellos con una interesante tasa de interés. A muchos de los empresarios les cuesta entender estos enjuagues del negocio petrolero, sobre todo en una compañía tan afín a la familia del Gobierno.
Más complejo les resulta la participación en estos menesteres del titular de Repsol, Antoni Brufau, pero muchos creen que por venir a Buenos Aires –donde ha descubierto un mundo nuevo en su vida gris– hace la vista gorda, se parece a los Albertos cuando viajaban a París los fines de semana en la época de la beautiful people española. Si estos negocios encienden la curiosidad, bancos, campo e industria también se interrogan por ser desafectados de las imputaciones generales por la extraordinaria fuga de capitales que ocurre en la Argentina, hecho de connotación lesiva pero totalmente legal. Allí también aparece la compañía petrolera encabezando esa exportación de dólares (en rigor, nunca ingresan al país) y alguno puntualizaba que el año pasado, solamente, YPF había hecho exiliar 9 mil millones de pesos sobre un total de 11 mil millones de pesos. Claro, juguetean, esta salida de capitales favorece a los Kirchner, al menos impide que la inflación sea sideralmente más alta de lo que es.
También, existió una increíble intrusión en la casa de un importante empresario que había hablado contra algunas medidas oficiales. “Empecemos con los nuestros”, en este caso, puede tener mucho más sentido.