El caso del nuevo jefe del Ejército, César Milani, ha generado un tembladeral dentro del Gobierno y de las organizaciones de derechos humanos que le son afines. El desconcierto cunde y las contradicciones se ahondan. Por situaciones similares a las que enfrenta Milani hay oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas que están siendo sometidos a largas causas judiciales en prisión. Sus presentaciones espontáneas ante los juzgados federales de La Rioja y Tucumán, en las que negó las acusaciones y habló de una campaña en su contra, fueron acciones planeadas desde el Ministerio de Defensa.
Su titular, Agustín Rossi, necesita reganar la ofensiva.
Los dichos del jefe militar no agregaron nada. No hubo en ellos ninguna respuesta concreta a los testimonios que lo señalan formando parte del Operativo Independencia ni contra las denuncias que realizó el entonces conscripto Ramón Alfredo Olivera, víctima de secuestro y tortura en aquellos años de la terrible dictadura. Ese caso es el que más complica a Milani. Hay dos elementos objetivos para ello: el primero es que su nombre apareció mencionado en el listado del Nunca más de La Rioja; el segundo, que el viernes Olivera concretó en sede judicial la denuncia que realizó en el programa de Jorge Lanata.
A propósito de ello, la situación dentro de los organismos de derechos humanos en esa provincia se ha tornado muy compleja. La enorme mayoría de ellos tiene una orientación decididamente filokirchnerista, circunstancia que los ha dejado a merced de un fenomenal desconcierto.
La controversia ha acompañado también otros momentos de la carrera de Milani. En 2010, siendo ya director de Inteligencia, se vio envuelto en un episodio que levantó gran polvareda dentro del Ejército. Fue cuando el hoy jefe del arma, que era mencionado por sus pares como el nexo entre el comandante Luis Pozzi y la ministra Nilda Garré, tuvo a su cargo la lectura de la nómina de diez tenientes coroneles a los que se les impidió el ascenso por portación de apellido o discriminación ideológica. Según narran las crónicas, esos oficiales fueron Julio Baloffet, hijo del coronel Julio Baloffet; Luis y Gonzalo Cattáneo, hijos del general Alberto Cattáneo; Mario Díaz, hijo del fallecido general Mario Cándido Díaz; Oscar Faisal, que había asistido a familiares de militares juzgados en Corrientes; Hugo Gallard, hijo de un suboficial que en los años de la dictadura fue atacado por subversivos a los que enfrentó; Justo Rojas Alcorta, hijo del coronel Justo Jacobo Rojas Alcorta; Roberto Ruzzante, quien se había preocupado por la suerte del coronel Alejandro Duret, que estuvo detenido en Campo de Mayo; Guillermo Saá, sobrino del general Juan Saá; y Roberto Vega, quien había cuestionado al ERP en un homenaje a los caídos en el combate de Manchalá. Garré negó esos cargos, pero nadie le creyó. Los memoriosos, tanto del Ministerio de Defensa como del Ejército, han confirmado el hecho, así como sus motivaciones.
Tampoco es verdad, como se dice desde el oficialismo, que no hubiera habido cuestionamientos a Milani en el momento de tratarse en el Senado su pliego de ascenso a general de brigada. Aquella sesión tuvo un quórum complicado y desde el radicalismo se objetó a Milani por ser el autor “ideológico de toda la arbitrariedad de las persecuciones por portación de apellido y de algunas situaciones que generan sospechas en la venta de inmuebles y sobre situaciones irregulares”, según expresó entonces el senador Gerardo Morales. Lo que evidentemente nadie conocía era el caso de Olivera. Así es como están informados muchos de nuestros legisladores.
El escaso entusiasmo que acompaña a los Cedin tiene a la Presidenta preocupada y a Guillermo Moreno ocupado. Ya no sabe a quién más apretar para darle vuelo a una operatoria que, hasta ahora, no es más que un fiasco. La avalancha de inversiones que se esperaba no aparece, y para colmo el dólar “blue” no para de subir. Por eso, el secretario de Comercio debió recurrir a su consabida metodología del apriete para poner un freno que, como siempre, será transitorio.
El acuerdo entre YPF y Chevron para la explotación del gas shale en el yacimiento de Vaca Muerta, en Neuquén, es producto de la falta de inversiones que afecta a la compañía argentina. “No es un régimen para Chevron sino para garantizar las inversiones en el país”, dijo Axel Kicillof –¿quiso decir que hasta hoy esas inversiones no estaban garantizadas?– para justificar este contrato que le asegura a la compañía estadounidense precio internacional en el mercado interno, la liberación del cepo cambiario y la eximición de aranceles de exportación a partir del quinto año de la inversión a empresas que traigan al país al menos mil millones de dólares. “Pasamos de chavistas a vendepatrias en un día”, se explayó el extravertido viceministro de Economía, quien, con su encendida verba y un toque de atolondramiento, no advirtió que contratos como éstos nos acercan a Venezuela. Chevron tiene una estrecha asociación con Pdvsa, que padece la misma falta de inversiones que YPF.
“Señor Timerman, ¿usted aceptaría negociar con los genocidas del Proceso?”, fue la frase con la que Sofía Guterman, quien fue la oradora en representación de los familiares de las víctimas del atentado contra la AMIA, fulminó al canciller y al Gobierno por el cada vez más inentendible memorándum de acuerdo con Irán. La ausencia de la Presidenta –en un viaje a Colombia arreglado para tener una excusa para no estar presente a las 9.53 del jueves 18 en la calle Pasteur al 600– llenó de dolor a muchos de los que en ella creyeron genuinamente.
No sólo fue la ausencia física de Cristina Fernández de Kirchner lo que dolió, sino también su estrepitoso silencio. No se le escuchó una sola palabra de recuerdo para los 85 muertos que dejó aquel horroroso hecho hasta hoy impune. La dolorosa división existente entre los diversos grupos en los que se han nucleado los familiares de las víctimas ha permitido saber que hay algunos a los que la Presidenta recibe y otros a los que no. Sofía Guterman le escribió siete cartas a la jefa de Estado, que nunca le respondió.
El kirchnerismo es así: no hay cosa que no divida.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.