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Historias bicentenarias

Dorrego, el gobernador popular

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Figura reivindicada por el pensamiento revisionista K, Manuel Dorrego resiste el intento de uso político en el presente. Su trayectoria logra trascender los caprichos de la Argentina actual para convertirse en referencia de una forma de hacer política, de relacionarse con el pueblo y de entender la organización política del país.

Caído Bernardino Rivadavia, el poder regresó a las provincias y Dorrego fue elegido gobernador de Buenos Aires, a fines de 1827. Era republicano, federal y muy popular entre los sectores humildes: líder urbano, con una personalidad carismática, logra convertirse en una figura política por su carrera militar en el ejército del Norte y luego como referente de la oposición a los sucesivos gobiernos que encarnan lo que se llamó el Partido del Orden, y después el unitarismo. El historiador Gabriel Di Meglio, autor de valiosos textos sobre el federalismo y Dorrego, nos recuerda que su sector va a conocerse como Partido Popular justamente porque va a intentar buscar en los sectores populares urbanos un capital político para combatir al oficialismo.

Su manera de hacer política recuerda al trabajo político territorial opuesto a la política de elites. Dorrego recorre pulperías, hace proselitismo en los barrios bajos de la ciudad, y lo hace vestido como uno más de sus habitantes. Aunque pertenecía a la clase social que militaba en el unitarismo, él se diferencia: “Los unitarios y el Partido Popular, que se va a convertir en el Partido Federal, tienen una extracción social similar de sus líderes, pero discursivamente crean una identificación entre el aristócrata y el unitario contra el federal popular. Desde que Dorrego es popular, el federalismo se va a convertir en un partido efectivamente popular en la Ciudad de Buenos Aires, y después en la provincia”, arriesga Di Meglio. Su gobierno busca recuperar a Buenos Aires como estado autónomo y traba relaciones bilaterales con otras provincias siguiendo la línea federal. De algún modo, es quien impregna de sentido al federalismo.

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Hostigado por la prensa unitaria, el 1º de diciembre de 1828 se alza el general Juan Lavalle contra el gobernador, en algo que podría ser tildado de golpe de Estado cívico-militar. Los sublevados avanzan sobre la Plaza de la Victoria, Dorrego escapa al campo, y “el pueblo” es llamado a reunirse en los atrios de las iglesias. Los conspiradores votaron en la iglesia de San Francisco, alzando los sombreros, el cese de la Legislatura y a Lavalle como gobernador. Dorrego es tomado prisionero porque era un peligro para los planes unitarios y lo responsabilizaban de la pérdida de la Banda Oriental. Pide el retiro a Brasil, pero ordenan su fusilamiento.  

Juan Cruz Varela, unitario y uno de los que alienta a Lavalle a matar a Dorrego, escribe con regocijo: “La gente baja / ya no domina / y a la cocina / pronto volverá”. Las exequias de Dorrego fueron vividas como un acto de reafirmación federal: en Navarro, donde fueron exhumados sus restos, una multitud tiró del carro fúnebre.

La muerte de Dorrego es un hito central en la puja entre unitarios y federales. Como no encuentran la forma de derrotarlo, porque recibe apoyo popular y gana elecciones, recurren a un golpe del ejército y a un crimen político. Esta decisión de apelar a una solución política extrema –junto a otras condiciones de aquel tiempo– va a generar tres décadas de una inédita violencia política en el país.

El asesinato de Dorrego y el alzamiento que dirige y protagoniza Lavalle significan una forma de culminación del enfrentamiento entre unitarios y federales. Si bien los unitarios como grupo venían debilitados por el fracaso de la Constitución de 1826 luego de este episodio y de la participación de varios unitarios durante la administración de Lavalle, esta facción queda desprestigiada y la unidad centralista pierde validez como propuesta de organización de las provincias rioplatenses.

*Historiador.