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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Dos modelos, un discurso y el giro ortodoxo

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En sólo un par de días dará comienzo una nueva edición de la Copa del Mundo. El mismo día, unas horas antes de sentarnos frente al televisor para ver los festejos inaugurales en el histórico Maracaná, tendremos la posibilidad de conocer la decisión de jueces muy influyentes, pero no del mundo futbolístico, sino financiero.

La plaza local espera con ansias la decisión de la Corte de los Estados Unidos sobre el tema ‘buitres’. Será un hito para nuestra economía en el tiempo por venir.

Esta semana la Argentina sumó un nuevo apoyo (bastante light), por parte del FMI. El vocero del Fondo se mostró preocupado frente a las consecuencias negativas que podría generar que la Corte no tome el caso. Esto se agrega a los apoyos que ya brindaron Francia, Brasil, México. Hasta el gobierno federal de los Estados Unidos y el de Inglaterra dieron a entender que están de nuestro lado. 

El tema es que el negocio de reestructuraciones de deuda se ve en jaque con la decisión de la Corte de NYC (hoy en manos de la Corte Suprema). No es que ahora les caemos bien, es más bien el espanto lo que nos une antes que el amor.

Por ahora la discusión está centrada en dicha definición. Un revés en los estrados del máximo tribunal estadounidense retrasaría nuestro acceso a los mercados internacionales de crédito, y  sería negativo para la llegada de inversión extranjera directa, ambas fuentes de divisas, que hoy necesitamos como agua para robustecer las reservas internacionales y permitir que baje la tasa de interés sin que esto implique presión sobre el dólar.

Puesto en perspectiva, las reservas que supieron estar en US$ 52 mil millones, y hoy rondan los US$ 28 mil millones, han sido junto con las de Venezuela las únicas que descendieron en el período 2007-2013 en toda la región.

En el año 2010, cuando se decidió el cambio de endeudamiento externo por endeudamiento interno, se tomó un camino diferente del que se había tomado desde 2003, cuando el desendeudamiento era más  genuino. La consecuencia fue la  pérdida de reservas, que es la contracara de la debilidad de nuestra moneda, lo cual implica alta inflación, tasas de interés por las nubes, caída de la inversión  y aumento del desempleo.

Mientras en 2007 un dólar equivalía a $ 3,08 y 2,08 reales, hoy la relación es $ 8,16 y… 2,20 reales. Ante esto es difícil sostener que la política monetaria fue eficiente en defender el valor de nuestros pesos.

Mirar en perspectiva la evolución del tipo de cambio pone de relieve que, más allá del discurso de continuidad, a lo largo de la gestión de gobierno hemos asistido a dos modelos diferentes.
Mientras en el período 2003-2007 el crecimiento se dio sobre la base de un consumo alimentado a partir de la recuperación del salario real, con un Estado que se fortalecía sobre la base de superávit comercial y fiscal; expandía derechos, promovía paritarias y se vinculaba con el mundo de forma tal que el 10 de octubre de 2005 el riesgo-país argentino era de 343 bp, igual que el brasileño; hoy, luego de haber incluido el segundo tramo del canje de deuda y haber cumplido con las obligaciones internacionales, el riesgo-país  se ubica en 796 bp versus 207 pb del país carioca. Algo no hicimos bien. ¿Qué fue?

Anabólicos, ésa es la respuesta. Si bien en el período 2007 -2013 se lograron progresos sumamente relevantes como la estatización de AFJP, YPF, la Asignación Universal por Hijo, entre otras, lo cierto es que el motor del crecimiento del consumo en dicho período fue la tasa de interés real negativa. Es decir, cuotas y más cuotas fijas en un contexto de 25% de inflación. Esto y no el crecimiento sostenido del ingreso medio fue la base de la expansión económica en ese lustro.

El déficit fiscal retomó su protagonismo histórico en las cuentas públicas, sobre la base de otro de los pilares de la expansión económica, que son los subsidios económicos, es decir, trasporte y energía.

Mientras que en 2006 por cada peso que se invertía en infraestructura había $ 1,5 de subsidios, en 2013 la relación indicaba que por cada peso en infraestructura se gastaban $ 3,5 en subsidios. Esto es una muestra de que el sesgo no fue a favor del crecimiento de la inversión, sino del consumo, en este caso vía salario indirecto (lo cual está muy bien, siempre que vaya a quien lo necesita en lugar de financiar a los que viajan a Miami, o las piletas calefaccionadas de zona norte).

La idea de potenciar el consumo sobre la base de anabólicos permitió además que crezca la demanda en forma desproporcionada respecto del crecimiento de la oferta, agregando presión sobre los precios, que ya venían con una dinámica de aceleración, dada la expansión monetaria por encima del aumento de la demanda de dinero.

En este marco, las tasas de interés también permanecieron artificialmente bajas para sostener el cóctel de anabólicos y así fue como nos convertimos en el muchacho musculoso de la playa, pero con un físico que no se había logrado a base de ejercicio, sino por la vía rápida de los químicos.

La imagen que proyectamos sobre nuestra propia realidad difirió de nuestra realidad, otra vez nos creímos el cuento del país que no somos. A base de otro anabólico, que fue sostener el dólar artificialmente bajo, volvieron los viajes al exterior como en los 90. La clase media llenaba los perfiles de Facebook con fotos del mar Caribe de fondo, o las orejas de Minnie y Mickey adornando bellas instantáneas familiares en Disney. Ahora tenemos que volver a Gesell, nada mal, por cierto, mucho más realista. Guste o no.

No se trata de suponer que la realidad implica que pasamos de patovica  a flacucho pusilánime. Podríamos decir que somos un gordito habilidoso, que necesita algo de ejercicio para estar a tono.
Es decir, necesitamos cuidarnos  de los excesos (déficit fiscal), ponernos en forma (aumentar productividad), retomar competencia (vuelta a mercados de crédito internacional) y evaluar correctamente nuestro progreso (censo económico-estadísticas reales). Es decir, mucho menos grave de lo que pinta la oposición, que hasta aquí es más bien especialista en diagnósticos que en propuestas concretas y sólidas.

En este marco, el discurso siempre ha sido el mismo, aunque los modelos fueran diferentes, aun hoy, cuando el giro del gobierno hacia cierta ortodoxia tardía parece cada vez más evidente.
Tal es la relevancia del discurso por sobre el modelo, que el Gobierno dio la señal más clara que podía dar en ese sentido durante los anuncios brindados esta semana que termina: se preocuparon por tener una medición oficial del rating televisivo mientras no tenemos una medición clara de los índices de pobreza. A confesión de partes, relevo de pruebas.