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Dos mujeres para el verano

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Cuando llega fin de año, o cuando pasa de largo, siento remordimiento por los libros que no leí e intento ponerme al día con los que los críticos y escritores recomendaron en los últimos meses. Así fue como empecé 2015 con dos mujeres. Nunca había leído a Gabriela Cabezón Cámara, creo que por puro prejuicio ante un apellido que suena a broma, ya que no hay mucha gente que se llame con dos palabras que significan algo. Por razones análogas había esquivado a Ariana Harwicz, autora de Matate, amor y La débil mental, dos títulos que suenan respectivamente a folletín y a psiquiatría.

La pasé muy bien con Cabezón Cámara, cuyo Romance de la Negra Rubia es un paseo jubiloso. Es raro encontrar a alguien con tanto ritmo y tan buen humor en la escritura, que tenga esa gracia y refinamiento sin remilgos. Los pasajes sexuales son así: “Acercando su carita de muñeca helvética a esa masa que era la mía, me acuerdo de la sorpresa de la lengua rugosa y decidida, me entró en la boca como le entraba a todo, como si fuera la dueña me metió un caballo de Troya con parlantes de rave y a mí se me abrió hasta el alma, quiero decir que me hubiera entrado un piano en la concha, y la rubia me tiró vestida al jacuzzi de mosaiquitos bizantinos, más bien una pileta hecha por un artesano griego del siglo IV, que tenía en el piso que ocupaba en su hotel de siete estrellas y se tiró arriba mío y se calzó una poronga naranja fluorescente que brillaba como una noctiluca y los delfines cuadrangulares de los mosaicos, como un submarino beatle en un lago de montaña brillaba la poronga de Elena...”. Como si esto fuera poco, Cabezón describe con tangencial precisión las relaciones entre arte y poder y el dilema de los artistas argentinos cooptados a cambio de dinero y simpatía.

Las dos novelas de Harwicz fueron también buena compañía. Escritas en primera persona, tienen una pulida intensidad, una energía literaria implacable. Matate, amor se distingue por su extraordinario mal humor, con su protagonista atrapada en la Francia rural con un marido, un bebé, una suegra y un amante que la conducen al borde de la locura. El monólogo interior es feroz, negrísimo, violento y por eso tan divertido: “Cada vez que mi marido me la da, pestañeo y es como si derrumbaran un árbol. Como hachazos. Como con la mano y queda la grasa chorreando. Hablo fuerte, babeo, igual me la dan, sigo siendo apetecible. Contra la pared como a vos te gusta, dice lascivo. Maniatada como vos pedís. No lo reconozco. Parece que tomó apuntes”.

El sexo es un material aun más importante en La débil mental, otra historia de una mujer extranjera en el campo francés, esta vez al lado de una madre con la que comparte la desnudez, la furia y la desesperación. Harwicz es argentina y vive en Francia, en el campo, pero antes se dedicó al cine, a enseñar guión y dramaturgia. Milagrosamente, sus novelas no tienen nada de lo que suele considerarse cinematográfico o dramático, son puro texto y pulsión. La autora dice que “encontró una voz”, lo que parece cierto. Y aunque cite a Virginia Woolf (y no en vano), también encontró ese tono francés, el de los escritores que se toman el sexo tremendamente en serio. Eso va desde Sade hasta Houellebecq, para nombrar dos autores menos interesantes que Harwicz o Cabezón Cámara.