Concurro al Teatro Colón desde los 15 años. Entre 2001 y 2004 tuve el privilegio de administrarlo. Nunca dejé de escuchar en todos esos largos años que el teatro estaba en crisis. Pero esto no es ni siquiera un problema original de nuestro Teatro Colón. Con gran alivio escuché de boca del recordado director de la Scala, Carlo Fontana, el nombre con que se conocía a aquel templo lírico en Italia: Il palazzo del putiferio. En los noventa fue best seller en EE.UU. una historia del Met contada desde adentro, su título era Molto agitato (así en italiano, ¡para darle más sentido dramático!). ¿Napoleón no escribía cartas desde Moscú pidiendo poner en orden la Opera de París?
Es en el marco de este contexto que quiero describir y criticar dos posiciones con respecto a los problemas del teatro que considero hipócritas. La primera de ellas está referida al exceso de personal y la segunda, al avance del plan de obras.
No hay director ni artista que haya pasado por el teatro que no pueda contar (siempre en off, por supuesto), las calamidades que sobrevienen en el nivel de calidad de las prestaciones por el exceso de personal histórico del teatro. Situación agravada por las innecesarias incorporaciones de parientes realizadas en 2005. Sólo recordemos cómo Martha Argerich fue expulsada a los empujones por los delegados delante de las cámaras de televisión a fines de ese año. El resultado: no volvimos a tener ese prestigioso festival, pero los muchachos lograron generar el suficiente temor en el Ministerio de Cultura como para incorporar a la planta a los parientes. Esta es la petite histoire del Colón que nunca se cuenta.
Ahora, con errores de comunicación y tal vez otros de trato humano, se está llevando a cabo una política firme de ordenamiento de personal. Después de la firma del reglamento de trabajo que hicimos en el año 2002 (en paritarias) y que permitió eliminar las horas extras (también innecesarias y que consumían tres millones de pesos por año), éste es el primer intento serio de poner en orden la política de personal.
Creo que desde afuera habría que apreciar el mérito de hacer algo políticamente incorrecto, pero que va a beneficiar a los que trabajan (de verdad) en el teatro y a su público.
Cuando el teatro cerró a fines de 2006, no tenía preparado un plan alternativo serio de funcionamiento. Esto es un gran perjuicio para su público, que pierde calidad en los programas y debe deambular, esperando que alguna huelga sorpresa no cancele el espectáculo.
Pero la demora en las obras tampoco es un problema que sólo sufre el Teatro Colón. Como economista, me permito citar una obra canónica de Taleb sobre estadística, el ejemplo práctico que da sobre típicos errores de predicción: el de la fecha de terminación de teatros de ópera. Cualquiera que ve el estado actual del edificio sabe que será muy difícil que esté en buenas condiciones de operación el año que viene.
Pero este problema comenzó hace doce años. Los primeros esbozos del plan de obras para mejorar el teatro surgieron de las negociaciones del crédito BID en 1997. Las primeras obras de magnitud recién se iniciarían en 2003. Mientras el llamado Masterplan contó con una política de comunicación muy efectiva, no hubo mayores sobresaltos ante la opinión pública. Ahora el debate está instalado en torno al gran problema de no saber cuándo terminarán.
Pero esto no es lo importante. Lo que sí debería preocuparnos es el nivel de calidad técnica de las obras. Una presión indebida sobre la fecha de apertura puede llevar a saltar pasos de calidad. Pese a la crisis fiscal, la obra sigue adelante. Cambiemos el eje del debate de la fecha hacia el contenido de calidad de la puesta en valor. Un año más de espera no va a alterar la historia del teatro.La impaciencia es mala consejera en estos casos. La pasión por los números decimales (cien años de esto o aquello) no debería ser la vara con que midamos la rehabilitación de uno de los edificios más importantes en la cultura de nuestro país.
*Ex administrador general del Teatro Colón entre 2001 y 2004.