Se habla de “guerra al delito”, se dice “combatir la delincuencia”. ¿Son metáforas? Se puede suponer que lo son. Pero no pocas veces las metáforas terminan desencadenando literalidad y hasta realidad. No debería sorprendernos entonces que, a fuerza de recurrir a esa clase de figuras bélicas, los reclamos sobre inseguridad hayan ido a parar al Ejército. Dos ejemplos recientes y notorios: Susana Giménez, que alcanzó el éxito televisivo por haber sabido convertir en simpatía y espontaneidad lo que era error y desconocimiento, propuso el restablecimiento del servicio militar obligatorio. Carlos Menem, que alcanzó la Presidencia de la Nación por haber sabido convertir en simpatía y espontaneidad lo que era error y desconocimiento, reclamó que las tropas salieran a las calles a velar por la seguridad. Dos ideas simétricas y complementarias: una pretende eliminar el delito llevándolo de la calle a los cuarteles, la otra exige salir de los cuarteles a la calle para poder eliminar el delito. Acuartelar, desacuartelar: ¿dos propuestas para el siglo XXI? Más bien dos propuestas del siglo XIX. Giménez cree referirse al servicio militar obligatorio, pero en verdad está apuntando a la leva forzada: eso que leímos en el Martín Fierro de Hernández: que el delito se castiga con la incorporación obligada a las tropas regulares. Menem por su parte imagina un escenario de guerras civiles, como si habitara algún capítulo de Facundo de Sarmiento, total ya nadie se acuerda de cuando quería parecerse al caudillo Quiroga. Pero lo que Sarmiento se planteaba frente al rosismo no era la relación entre el Estado y el crimen, sino el trágico problema de un Estado criminal. En Argentina el Estado ha sido criminal varias veces; por eso es tan importante que se avance ahora en el juicio a los represores de la última dictadura militar. Y lo que Hernández visiblemente denunciaba en la primera parte de su poema es cómo el propio Estado genera las condiciones sociales para los delitos que después se dispone a sancionar. En eso sí aquellos textos del pasado pueden en parte iluminar el presente. ¿Será por eso que son nuestros clásicos?