La Presidenta dio esta semana dos clases magistrales de populismo. El jueves, durante su viaje a Chaco para inaugurar un hospital pediátrico, explicó que las obligaciones del Estado no se otorgan de acuerdo a preferencias políticas de los beneficiarios. Cuando se pone una vacuna, dijo, “no se le pregunta (a esa persona) por quién votó”. Tampoco cuando se entrega “una asignación universal por hijo”, ni al dar aumento en los haberes o al firmar las convenciones colectivas de trabajo. Pareció enfatizar que ella es la voz del pueblo, que gobierna para todos, una forma de decir en realidad que todo lo hecho es su propia y exclusiva obra.
Haciendo una aclaración de lo que sería innecesario aclarar y, por lo tanto, diciendo lo contrario de lo que hace, muestra lo que verdaderamente piensa sobre el rol del Estado, su apropiación, su partidización y en todo caso una cierta magnanimidad paternalista. También sobre la democracia: las urnas son la fuente de toda razón y justicia. Quien logra acumular el favor electoral de la ciudadanía será poseedor de la administración pública y de un poder ilimitado.
La Presidenta nunca incluye en sus discursos el rol de las minorías parlamentarias, ni la necesidad de acuerdos, ni el diálogo como herramienta fundamental de los sistemas republicanos modernos. Tampoco las palabras transición o alternancia figuran en su diccionario. En su concepción, la democracia es plebiscitaria, personalista, y los liderazgos, eternos. El que gana se adueña del Estado, lo convierte en territorio propio, inexpugnable. Y todo lo que aceche a ese territorio es vivido como amenaza personal. Los cambios de gobierno adquieren, en consecuencia, un carácter dramático.
En su breve gira chaqueña, La jefa pudo disfrutar del calor de la multitud que concurrió a saludarla durante su visita al departamento de San Fernando: un decreto provincial, el 841, firmado por el gobernador Jorge Milton Capitanich, estableció feriado administrativo para que “el pueblo y el gobierno” expresaran “su beneplácito por la voluntad de la Presidenta de ser activa partícipe del crecimiento de la provincia”. Una nueva muestra de que el pueblo vota y el gobierno dispone. L’Etat c’est moi.
Dos poderes. Antes del periplo para respaldar a Coqui Capitanich, el ex jefe de Gabinete nacional que ahora competirá para ser intendente de Resistencia, CFK había brindado la otra lección de populismo. Fue el lunes 4, en la Rosada y frente a “los pibes para la liberación”. El motivo: se conmemoraron los cinco años desde que Néstor Kirchner asumió como presidente de Unasur. La celebración fue propicia para sumar los retratos del ex presidente y del comandante Hugo Chávez Frías al Salón de los Patriotas.
¿Por qué la Casa de Gobierno es el “símbolo de la Argentina?” –preguntó la Presidenta a la barra de camporistas congregados para la ocasión–. “Porque aquí reside –se respondió– parte de la soberanía popular”. La otra parte “está en el otro extremo de esta avenida, allá en el Congreso”. En estos dos polos, añadió, están los representantes del pueblo. “Que nadie se confunda ni nadie se equivoque, ese poder que se somete a elecciones cada dos años, que tiene el control del pueblo, es el único que admite la Constitución”, advirtió para cerrar.
Por supuesto que los confundidos o equivocados tienen nombres, apellidos y cargos. Se trata de los miembros de la Corte Suprema de Justicia, hoy en la mira de Cristina. Dicho en criollo, la advertencia debe leerse como: señoras, señores, ustedes no se hagan los rebeldes, que nadie los votó. No importa demasiado que esos tres hombres (Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Fayt) y esa mujer (Elena Highton) hayan asumido sus cargos de acuerdo a lo que manda la Constitución Nacional. Tampoco que hayan llegado a ese sitial como resultado de una de las renovaciones institucionales más aclamadas de la historia democrática, la de 2004, precisamente dispuesta por Néstor Carlos Kirchner. Por entonces, nadie les pidió a los integrantes del máximo tribunal del país portación de votos. Simplemente, se les solicitó que sanearan la deplorable imagen que había dejado la mayoría automática de la década innombrable. Ese acto, inspirado en la necesidad de un gobierno que buscaba fortalecer su imagen frente a la sociedad, representó un importante salto de calidad en aquel país que venía del incendio de 2001. Hoy, la heredera de aquella apuesta parece empeñada en destruirla. Si ahora avanza la ofensiva contra el Poder Judicial, el país dará un salto atrás en un terreno que parecía ganado.
Roberto Gargarella, un destacado constitucionalista y sociólogo que se ubica dentro del llamado campo progresista, dice que Cristina Fernández ha demostrado que en verdad posee una “pobre –muy estrecha– concepción de la democracia”. “Democracia no es votar sino sobre todo lo que viene después del voto”, explica el experto en una reciente publicación. Además, asegura que la Presidenta tiene una concepción “elitista de la democracia, propia del siglo XVIII, cuando gobernaban las ‘oligarquías’ locales, cada una en su dominio o feudo”. En su durísima respuesta a los ataques oficiales contra el Poder Judicial, señala también que el Gobierno defiende una “idea mínima” de democracia, “donde la ciudadanía no decide nada en el día a día” y “cada vez controla menos”. Y recuerda con crudeza el desmantelamiento de los organismos de auditorías que el Ejecutivo fue pulverizando, uno a uno, en estos ocho años de gestión cristinista, así como la historia de arbitrariedades que el matrimonio venido desde el sur cosechó a su paso por las gestiones gubernamentales en la provincia de Santa Cruz.
Final. Faltan sólo cinco meses para las elecciones presidenciales. En un país normal, éste sería el tiempo de la transición. Las fuerzas políticas en carrera estarían negociando el traspaso de gobierno. Por el contrario, la Argentina de inspiración populista se carga de dramatismo. No puede imaginar un adiós, a lo sumo un hasta luego. Por eso, ataca hasta último momento. Necesita cubrir su retirada. Caiga quien caiga.
*Periodista y editor.