Eduardo Duhalde hizo el recorrido completo: de intendente a presidente. Ahora dice no querer nada más ni nada menos que cambiar la Constitución para limitar el poder presidencial. El pacto es secreto, asegura. Revela que habló con todos los que quieren gobernar y están de acuerdo. Pero se guarda los detalles.
—¿Cómo imagina una reforma de la Constitución?
—En el mismo momento de votar presidente se eligen los constituyentes. Esto ya está conversado con todos los partidos y candidatos. Necesitamos un nuevo pacto. Pero esta vez sin discutir políticas de Estado. Con Rodolfo Terragno trabajamos mucho detrás de conciliar criterios, buscando nuevos lineamientos. Estuvimos cinco años para ponernos todos de acuerdo. Pero el tan esperado día de la firma del convenio ocurrió el escándalo del Parque Indoamericano, esas dos muertes, y no se pudo ya superar ese obstáculo. Ya hemos desgastado esa idea. Ahora el pacto debe comprender una reforma de la Constitución para que el próximo gobierno no sea autoritario. En Europa aprendieron la lección. Los gobiernos autoritarios se cobraron decenas de millones de muertes. En América Latina crecemos más que en Europa desde lo económico, pero nos faltan instituciones. Las encontramos en Chile, Uruguay, Brasil y Bolivia. Sólo Venezuela se reinstaló en los años 50 con un autoritarismo desmedido. Nosotros lo vivimos con el peronismo de entonces, autoritario pero no belicista, y transformador. La reforma debe terminar con la figura del jefe de Gabinete, que nunca sirvió para nada. El próximo presidente debe ser ejecutivo, gestionar sólo aquello que decida el Congreso. Y ser transparente, combatir la corrupción del Estado con “un gobierno electrónico” con control popular por medio de la tecnología. Este pacto cerrado lo están estudiando todos los candidatos, pero en silencio. Algunos quieren agregar determinados temas. Pero de palabra nadie se niega a esto. Necesitamos una democracia fuerte y no un presidente fuerte. Yo lo llamo “pacto de la Segunda República”, reconstruida sobre la ley, parecido al pacto de San Nicolás.
—Pareciera que sin el peronismo no se puede gobernar, pero con él tampoco. A Scioli le rebotan las balas, y Massa se presenta como un prometedor de ilusiones…
—Los conozco bien a los dos: “Massita” le digo yo al tigrense, a quien hace mucho no veo, y Daniel, muy amigo, pero alguna vez tiene que entender que debe sacar pecho y conducir el partido. No sé si tiene agallas para eso. Yo lo llamo “el pacificador”; antes le decía “el mandeliano” por Mandela, que no es poca cosa en este país… Pero en el escenario no descartemos como posibilidad a Unen ni a Macri, que está en verdadero ascenso.
—A veces sus expresiones dejan traslucir una especie de hartazgo del peronismo.
—Para nada, lo que yo afirmo es que hay que acabar con ese mito antidemocrático, que no se puede gobernar sin el peronismo. Nosotros le debemos a la sociedad una sincera autocrítica, se debe terminar definitivamente con el autoritarismo intrínseco del peronismo.
—Usted vino muy entusiasmado después de su encuentro con el Papa.
—Nadie como el Papa destacó la cultura del encuentro, nos indicó cuál es el camino. El lenguaje de muchos políticos cambió por su influencia, repiten sus palabras. Pero falta tiempo para que esta idea del encuentro se mentalice y se ponga en práctica.
—¿Cree que Cristina Kirchner y Axel Kicillof pueden manejar la situación?
—Falta nivel en la dirigencia. La de antes era un póker de ases. Ya no existen Alfonsín, Balbín, el Bisonte de Lomas, Oscar Alende, ni Frondizi. Lo mismo en el justicialismo. ¡Ahora el nivel es tan bajo! ¡Como para no temerle a Cristina! Ella todavía conserva el poder y no se vislumbra quién será el heredero del peronismo. Y Kicillof... ¿llamarías a un recién recibido de la facultad si te enfermas gravemente? Cristina tiene a Messi y a Mascherano juntos para jugar este partido, a Lavagna y a su equipo. En la guerra hay que llamar a los que más saben.
El narcotráfico y la complicidad del Estado
Primero fue Uruguay. No hubo reclamo ni manifestación popular que antecediera la medida. Pero José Mujica encaró: despenalizó la marihuana. Esta semana arremetió el diario más influyente de Estados Unidos, The New York Times, que se inclinó claramente por la legalización . Ningún político habló tanto del tema de la droga como Eduardo Duhalde. Y también fue acusado. Su primer trabajo data de 1988 con su libro Los políticos y las drogas.
—¿Qué piensa sobre Mujica y su decisión de despenalizar la marihuana?
—No es estrictamente despenalizar sino que se reglamentó su uso. Aún hay que esperar el resultado. Yo no estoy de acuerdo con despenalizar la droga en la Argentina porque ,antes de todo, está despenalizado el consumo. Aquí no se mete preso a ningún chico porque consuma.
—¿Qué propone?
—Hay que ir detrás de las bandas y no dejarse engañar. El problema no son los vendedores, idiotas útiles, que facilitan el comercio, pero sin responsabilidad. El tema ya no es el narcotráfico sino el crimen organizado que trafica en connivencia con el Estado.