El Paraguay vive desde hace más de veinte años una democracia estable alejada de los delirios totalitarios. Las elecciones están bajo el control de un poder electoral independiente y se usan papeletas modernas que garantizan la pureza del sufragio, como es común en América latina. En este punto la única excepción es Argentina, que organiza sus comicios como lo hacían otros países el siglo pasado. Existen dos partidos, el Liberal y el Colorado, que enfrentados ideológicamente durante más de un siglo, eligen sus candidatos en elecciones internas competitivas en las que distintos afiliados pueden ser nominados.
En Paraguay se respeta la la libertad de expresión. En este período democrático, ningún presidente ha intentado maniatar a la prensa o silenciar a un periódico, ni siquiera al ABC a pesar de que su director, Aldo Zucolillo, tiene el mote de “Acero” por su posición dura e independiente frente a todos los gobernantes. Tampoco existen medios de comunicación financiados por el gobierno para que lo alaben y ataquen a la oposición, como es usual en los gobiernos autoritarios. Los poderes del Estado son independientes y desde que se se instauró la democracia los paraguayos aprecian que el Congreso legisle sin ser obediente con el ejecutivo y que ningún presidente haya pretendido someter al Poder Judicial a sus caprichos. Como sucede cuando una democracia funciona bien, la economía es sana, crecerá este año entre el 10% y el 14% colocándose a la cabeza de los países de la región. No existe inflación, el guaraní se ha repreciado, ningún gobierno estatiza los bienes privados. Tanto los colorados como los liberales o los mandatarios de izquierda han mantenido una política que ha permitido que se aprovechen las inmensas riquezas naturales del país y que se respire en el país un ambiente de optimismo. Tanto en lo político como en lo económico Paraguay está más cerca de Brasil, Chile, México y los países desarrollados del mundo, que de Angola, Irán, Nicaragua y los neoautoritarismos tropicales de América latina.
En las elecciones del 2008 triunfó una coalición encabezada por el Partido Liberal que incorporaba a algunos grupos pequeños de izquierda. Aunque el presidente Lugo se identificaba con los gobiernos del “socialismo del siglo XXI” no pudo instaurar un modelo autoritario porque la democracia paraguaya tenía instituciones más sanas que otros países de la región. Después de varias equivocaciones que culminaron cuando un piquete de la policía mató a 11 campesinos y el presidente premió al comisario Arnaldo Sanabria, comandante del operativo, designándole comandante general de la Policía, el Congreso lo llamó a un juicio político en el que se siguieron todos los pasos que establecía la Constitución. Lugo fue destituido y aceptó la legalidad de esta decisión a pesar de lo cual la mayoría de gobiernos de América latina trataron de romper la institucionalidad democrática, restituir al destituido y sin saberlo, avalar la masacre. El fantasma de la guerra de la Triple Alianza se instaló entre los paraguayos, siempre temerosos de los abusos de sus vecinos y la destitución de Lugo tuvo un apoyo que fue superior al 80%, sin que se hayan registrado protestas. La intervención extranjera fue fruto del fanatismo ideológico y del desconocimiento de lo que ocurría en el país. Hubo incluso funcionarios de un gobierno militar del Caribe que pretendieron que las fuerzas armadas paraguayas dieran un golpe y restituyeran a Lugo por la fuerza. Felizmente nada de eso prosperó.
En las elecciones de la próxima semana se enfrentarán Efraín Alegre del Partido Liberal, Horacio Cartes del Partido Colorado y algunos candidatos menores, entre ellos alguno apoyado por Lugo. Cartes encabeza las encuestas después de hacer una campaña ordenada, con una buena estrategia. Alegre no supo aprovechar la buena imagen de Federico Franco, su campaña careció de sentido, fue mal planificada, y sus técnicos repitieron los errores que en el último año llevaron al desastre a Josefina Vázquez Mota en México, a Ricardo Alvarez en Honduras y a Guillermo Lasso en Ecuador. En la recta final Horacio Cartes fue víctima de una campaña negativa absurda que hizo más daño al candidato liberal que al atacado. Logró además un acuerdo con el partido de Lino Oviedo que con las sumas y restas que provoca, probablemente no cambiará el escenario electoral. Lo más probable es que las elecciones sean transparentes y consoliden los avances democráticos del país. Federico Franco, injustamente atacado por su nominación, está obligado a presidir las elecciones más cristalinas de la historia paraguaya.
Los dos candidatos con posibilidades de ganar la presidencia creen en la democracia, serían buenos mandatarios y ninguno de ellos es un Mesías que habla con pajaritos de plástico que pueda arruinar el futuro político y económico del país con sus consejos. Por cierto el ex presidente Lugo participa como candidato a senador, lo que permitirá aquilatar su respaldo popular.
*Consultor político.