Este ombudsman está de viaje. Por ello, reproduce lo publicado el 23 de agosto de 2014, tan actual hoy como lo fue entonces.
Aunque se trate de una cuestión central para quienes producen estas páginas, pocas veces se debate en los medios acerca de un interrogante que viene de vieja data, probablemente desde que el periodismo es periodismo: para quién, para qué lector escribimos los que estamos en este oficio, para qué destinatarios son editados los medios. ¿Hay un pacto real de lectura entre quienes reciben este diario y quienes lo producen?
Si nos atenemos a lo que los lectores de PERFIL plantean en sus cartas y –con mayor asiduidad y énfasis– en los comentarios que registra la página web acerca de columnas de opinión publicadas en la edición papel, ésta vendría a ser algo diferente de lo que en su esencia se propone ser: un medio generalista, alejado de posturas pasionales, sectoriales y/o ideológicas, no comprometido con las batallas mediáticas que libran gobierno y oposición. No es, debemos suponer, lo que en verdad pretende PERFIL desde su creación: mantener distancia de los opuestos, buscar cierto equilibrio de opiniones, no quedar identificado con tirios o troyanos.
Es curioso este fenómeno, que tiene más que ver con una necesidad de identificación por parte de los lectores que con las decisiones que adopta la redacción. Asombra que se lean comentarios (sin fundamentar) negativos cuando una columna de opinión destaca valores positivos respecto de medidas o acciones de gobierno, o laudatorios hasta el exceso cuando la postura del columnista critica –a veces en exceso– esas mismas cuestiones.
Por cierto, mucho ha cambiado en la relación dialógica entre los medios y sus seguidores, en particular desde la irrupción arrolladora de las redes sociales y los soportes electrónicos, tanto los audiovisuales (radio, televisión) cuanto los instalados en el espacio de internet. En The News Gap (algo así como “La brecha informativa”), los investigadores Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, de la Universidad Northwestern en Chicago, señalan que las conductas de los lectores están cambiando aceleradamente (y no para mejor) desde que la opción web de los medios viene creciendo. Así, periodistas de prestigio reiteran una y otra vez sus mensajes en uno u otro sentido (a favor o en contra del gobierno, por ejemplo), sus opiniones se replican en otros medios audiovisuales afines, recalan en medios gráficos que cobijan sus columnas y son finalmente replicados por páginas web. Todo, armando un corpus basado en las posturas de los columnistas y no siempre en la aplicación de buenas armas periodísticas. Los lectores, entonces, terminan identificando el medio con sus opinadores preferidos, y quienes en ese mismo espacio tienen posturas diferentes suelen ser objeto de anatema.
El riesgo de caer en el simplismo de armar un medio a la medida de parte de sus lectores (los más activos, a veces virulentos) es grande. Los autores del libro citado –que analizaron para su trabajo cincuenta mil noticias publicadas en veinte sitios periodísticos online de todo el mundo– concluyen en que el nuevo contexto, con un público que elige ser parte de una postura determinada sin ejercer un análisis crítico propio, genera “una sociedad en la que los conocimientos políticos y económicos son superficiales y los ciudadanos tienen poca información que compartir”.
Tironeada además por una creciente superficialidad, farandulización, liviandad observable en los medios electrónicos, los lectores y la audiencia –dice Boczkowski– pueden acabar determinando que un correcto manejo de la agenda de los medios sea reemplazado por una actitud más subordinada a los intereses de sus destinatarios: “No se trata de dar más de lo que quiere el público, porque entonces el medio perdería su identidad”, advierte el investigador.
En verdad, una de las misiones fundamentales de los medios es la de ejercer cierta capacidad mediadora, cierta mirada abarcadora y cierta cosmovisión no unívoca que facilite a sus usuarios forjar sus opiniones con mayor libertad como consecuencia de haber reunido diversas posturas y opiniones.
Por ahora, según explica Mitchelstein (que se encargó de entrevistar a decenas de periodistas), los editores se resisten a que “el interés de la audiencia defina cuál va a ser la agenda”. Es una actitud correcta: en la medida en que los medios acepten subordinarse a lo que arbitrariamente exigen sus consumidores, la creciente pérdida de identidad llevará a la consecuente caída de credibilidad. Y con ella, una derivación inevitable: ese público, que parece cautivo con tanto elogio a quienes opinan como él y fustiga a los que lo hacen en sentido contrario, mostrará su cambiante actitud abandonando a quienes hasta ayer eran símbolos mismos del bien pensar