COLUMNISTAS
LA NOVELA DE LA PLANCHITA ASESINA

Edmundo Dantès y el gallego vengador

En un país donde históricamente las deudas se han pagado con sangre e impunidad –hasta la actitud de los parientes de las víctimas de la represión ilegal, que jamás tomaron venganza por mano propia y rompieron el molde– la polémica disparada por la patada voladora de Sebastián Méndez a Radamel Falcao para cobrarse aquel cruce que lo lesionó en el dramático River-San Lorenzo del “silencio atroz” resultó encantadoramente naïf.

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—Siento mucho –dijo el abate– haberos dicho todo lo que os dije.
—¿Por qué?
—Porque engendré en vuestro corazón un sentimiento que
antes no abrigaba: la venganza.
Dantès se sonrió y dijo:
—Hablemos de otra cosa.

El Conde de Montecristo (1844), de Alejandro Dumas (1802-1870)

En un país donde históricamente las deudas se han pagado con sangre e impunidad –hasta la actitud de los parientes de las víctimas de la represión ilegal, que jamás tomaron venganza por mano propia y rompieron el molde– la polémica disparada por la patada voladora de Sebastián Méndez a Radamel Falcao para cobrarse aquel cruce que lo lesionó en el dramático River-San Lorenzo del “silencio atroz” resultó encantadoramente naïf. Algunos cronistas especializados, políticamente correctos pero sin el menor pudor, calificaron su actitud como “reprobable pero comprensible”. Esto, traducido al lenguaje “off”, significa, palabras más, palabras menos: “Estará mal, pero me importa un pomo: yo también lo hubiese partido al medio”. Se trata de una lógica sencilla y brutal que descuenta la intencionalidad, descarta por imposible cualquier circunstancia fortuita y respeta una estrafalaria Ley del Talión futbolera: “Ojo por ojo, rodilla por espina dorsal”. Lo que Méndez buscó –razonan– es la justicia que le negó el sistema corrupto. Pobre muchacho.
La tensión emocional de este Charles Bronson del Bajo Flores resultó sin duda alimentada por las características del enemigo: tono suave y pausado, sonrisa de telenovela, look de novio ideal para la hija de cualquiera, una Biblia bajo el brazo. Tipos feroces como Chilavert, por ejemplo, provocan declaraciones de guerra de iguales, como Ruggeri. No es el caso de Falcao, baby face que invita al atentado culposo, al eufemismo, al crimen pasional. Descoloca.
Historias de venganzas sobran en la literatura universal, el cine y ni hablar de la política; y si no pregúntenle al ex marginado y hoy sonriente, requerido y poderoso Julio Cobos Superstar, de canillita a campeón. La frase “la venganza es un plato que se sirve frío”, ya convertida en proverbio, proviene de Les Liaisons dangereuses, una novela del siglo XVIII escrita por el general francés Pierre Choderlos de Laclos y llevada al cine por Stephen Fears en 1988 en una multipremiada película con Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. Más llana y deliciosamente napolitana es la desopilante vendetta urdida por el obrero protagonizado por Giancarlo Giannini en Mimí metalúrgico, herido en su honor (1972), de Lina Wertmüller. Indignado después de enterarse que su patrón embarazó a su mujer, Mimí decide seducir y embarazar a la esposa de él, una gruesa matrona de pechos inmensos y trasero inabarcable. El plano en la cama tomado con angular y su gesto de angustia y desconcierto son... antológicos.
Pero gran clásico del tema lo escribió Alejandro Dumas en 1844, después de tomar contacto con las memorias de un tal Jacques Peuchet. Allí se contaba la historia de François Picaud, un humilde zapatero que vivió en París en 1807, falsamente denunciado por cuatro amigos celosos por su compromiso con una mujer rica, y finalmente encarcelado durante siete años por ser “espía de Inglaterra”. Gracias a un compañero de prisión moribundo que le contó cómo llegar a un tesoro escondido en Milán, regresó a París en 1814 con mucho dinero, nueva identidad y un plan que ejecutó pacientemente durante los siguientes diez años: vengarse de sus ex amigos, uno por uno. Dumas llamó a su héroe Edmundo Dantès y tituló la novela El conde de Montecristo. La historia disparó una infinitud de versiones fílmicas, teatrales y televisivas en todo el mundo; entre ellas una particular adaptación de Abel Santa Cruz para Canal 9, con el gran Narciso Ibáñez Menta en el papel de Elmer Van Hess, El hombre que volvió de la muerte (1968). Capo.
El gallego Méndez es un futbolista acostumbrado a los altibajos. Surgió de Vélez y pronto Bielsa lo convirtió en líbero de su equipo campeón. Pero ya en Europa no tuvo la suerte que se merecía. Las lesiones lo persiguieron. Después de clasificarse a la Champions con el Celta de Vigo, se fue al descenso al año siguiente. De regreso en San Lorenzo y angustiado por aquel humillante 1 a 7 contra Boca de 2006, pensó en dejar el fútbol. Pero tuvo revancha y fue campeón con Ramón Díaz. Y así, hasta este duelo con Falcao, un delantero que, efectivamente, fue protagonista de varios desafortunados choques con Méndez y otros zagueros, gente dura que aplica el espíritu de cuerpo con quienes levantan la piernita sin carnet. “Ese es mala leche”, advierten. Y se turnan para atenderlo.
¿Fue fría y calculada la venganza del gallego Méndez, o fue producto del inescrutable inconsciente y sus 160 pulsaciones por minuto? ¿Qué resulta más salvaje y perturbador, ese jardín de tapones clavado en la espalda de Falcao o las opiniones perdonavidas de algunos teóricos al paso? ¿Seremos una sociedad sedienta de justicia... o primero tenemos sed y después vemos qué hay en la heladera? ¿Qué se sacaron todos esos Méndez, además de “las ganas”? ¿Ahora sí estaremos en paz, che?
Ignoro si Falcao es un inocente o un zarpado de incógnito; si Méndez fue víctima de la emoción violenta o es un depredador. Pero no dan killers. Parecen buena gente, los dos. Lo que sí inquieta, o da un poquito de miedo, es la cínica ceguera de sus colegas de oficio; que nada vieron, que todo niegan; que callan, murmuran y sonríen, cómplices. Uf. Intuyo que algo podrido o siniestro se esconde debajo de esa impecable alfombra verde, muchachos.